¿De dónde vienen las aguas?

El rey Sagara perteneció a las primeras generaciones de los descendientes de la luna que vivieron en la tierra.

El rey Sagara no tenía hijos, y no sabía cómo continuar su linaje.

Sagara estaba casado con dos mujeres, y junto a ellas peregrinó al monte Kailasa, el monte que alcanza los pies de todas las formas de la bondad cósmica infinita. Shiva.

El rey y las reinas se establecieron en Kailasa y se pasaron día y noche meditando, rezando y haciendo ejercicios que invocaran la energía del señorío de los seres.

Una noche que pasó una brisa especialmente fría, un viento que casi apagó las llamas de la hoguera que los protegía; el rey Sagara escuchó claramente una voz en su corazón que le prometía que las dos reinas quedarían embarazadas. Una tendría 60.000 hijos, que quedarían destruidos, y la otra tendría un solo hijo, pero sería a través suyo que sus hermanos se redimirían.

Un infante bello como los dioses nació en poco tiempo.

Una masa fermentada parió la otra reina y, de nuevo, una voz visitó el corazón del rey y le dijo: No descartes a tus hijos. Guarda el fermento en un recipiente de barro lleno de manteca.

El recipiente se rompió y salieron de él 60.000 hijos, que eran crueles y podían volar por los cielos.

Junto a su descendencia, el rey Sagara se sintió preparado para la ceremonia del sacrificio del caballo real (Ashvamedha), que consistía en soltar un caballo libre, durante un año, y seguirlo. El hecho de que el caballo pudiera cabalgar por donde quisiera sin que nadie le molestara demostraba el poder del rey que lo amparaba.

Los 60.000 hijos de Sagara siguieron al caballo durante meses pero cuando el caballo llegó al océano seco, entró corriendo entre las rocas que antaño estaban cubiertas de algas, y desapareció.

Cuando volvieron einformaron a su padre de lo ocurrido, Sagara exigió a sus hijos que buscaran en toda la tierra, en los lugares sin senderos y hasta el fondo de la tierra.

Los hijos salieron en busca del caballo pero volvieron sin él:

-Hemos buscado en todos los mares secos, en los bosques, en las islas, en los ríos femeninos y los ríos masculinos, en las cuevas y en las montañas, pero, oh rey, no hemos encontrado nada.

El rey se enfadó y los hijos volvieron a buscar, hasta que llegaron un agujero en el fondo de lo que había sido el mar. Los 60.000 hijos del rey Sagara penetraron el hollo y cavaron en él con sus espadas y hachas. Murieron nagas, asura, gandharvas, rakshasas y muchos otros seres mientras cavaban, pero el caballo no aparecía.

Los hijos de Sagara siguieron cavando hacia el este y entraron en las regiones intraterrenas, situadas en la franja intermedia entre las formas y la eternidad. Allí vieron por fin al caballo. Paseaba libremente alrededor del refugio (ashram) de Kapila, quien es uno de los pilares de la sabiduría de la humanidad.

Los hijos de Sagara no prestaron atención al delgado asceta, que permanecía en postura de meditación, y ante las narices del sabio asieron al caballo con agresividad.

Kapila levantó los párpados y su mirada encendida, furiosa, calcinó a los 60.000 hijos de Sagara en un solo parpadeo que parecía un destello. Solo quedó ceniza.

Cuando los mensajeros informaro a Sagara de la tragedia el rey convocó a su nieto. Aquél hijo que había nacido de la segunda reina, el hermanastro de los 60.000 hijos calcinados (el que cuando nació ya era bello como los dioses) resultó ser de carácter cruel: disfrutaba levantando bebés de los tobillos y lanzándolos al estanco del palacio. Su hijo,  en cambio, resultó ser una persona justa. Él fue quien bajó a los mundos subterráneos y alcanzó la residencia de Kapila. Fue él, el nieto de Sagara, quien suplicó al sabio que le dejara llevarse el caballo sagrado para terminar la ceremonia. También le pidió poder purificar los restos de sus antepasados calcinados.

Kapila vio la sinceridad del nieto de Sagara y le permitió llevarse el caballo.

-Tu nieto- le dijo Kapila al nieto de Sagara -está destinado a bajar Ganga a la tierra, tal como se dijo en los cielos más altos. Sus aguas llenarán los océanos secos y serán aptas para purificar a tus ancestros, pues bajan del espacio sin fin en el que flota el dorado huevo universal.

Después de terminar la ceremonia del caballo Sagara pudo retirarse a los mundos de Varuna, el dios de las aguas, y su nieto reinó justamente.

El siguiente rey fue también justo pero no consiguió hacer descender a Ganga de la vía láctea. Este rey le contó a su hijo la historia de sus antepasados y le pasó el reino.

El hijo de ese rey, descendiente de Sagara, se retiró al bosque y se mantuvo sobre un pie, con la palma del pie levantado apoyada sobre el muslo, durante cientos de años. Lo que le mantenía en esa postura era la concentración y la conciencia. Entregó toda su voluntad a la diosa Ganga, y al final ella se le apareció.

-¿Qué quieres y qué puedo hacer por ti? – Dijo Ganga.

-Los 60.000 hijos de Sagara fueron destruidos y necesitamos agua para purificar sus cenizas. Desde que Agastya se bebió los océanos carecemos de este elemento.

-Pero si desciendo con mi poder sobre la tierra la destruiré- contestó Ganga -Vengo de una dimensión muy distinta.

Entonces Shiva, quien escucha lo que pasa en todos los mundos, habló al corazón del rey Bhagiratha, el descendiente de Sagara:

-Yo sostendré el descenso de Ganga sobre la tierra, que sus aguas se derramen y dividan en afluentes entre mi enredada cabellera. Así podrán purificar tus ancestros.

Shiva alineó la corona de su cabeza sobre el eje central de los picos del Himalaya, mientras en la tierra se reunían todos los espíritus, los gana, las criaturas que sirven a Shiva, portando herramientas variadas.

-Puedes descender de los cielos, tal como se dijo que lo harías, hace eones. Estoy preparado- bramó Shiva.

Entonces la de las aguas puras fue sacudida de los cielos.

Viéndola bajar se acercaron los dioses luminosos, junto a los músicos celestiales (gandharva), todos los sabios conscientes del universo, los naga y los rakshasa; todos querían ver aquél maravilloso y único espectáculo. Ganga, llena de vida, se arremolinaba bajando desde las alturas. Parecía un torrente de perlas.

La que llenó los océanos se dividió en tres torrentes.

Sus aguas, parecían una manada de cisnes.

En algunos lugares se enroscaba complicadamente, en otros tropezaba y en otras se iba rábidamente como una mujer intoxicada vestida de blanco. En algunos lugares rugían sus aguas, emitiendo sonidos supremos. De esta manera descendió desde los planos cósmicos.

Al llegar a la tierra Ganga dijo al rey Bhagiratha que le indicara el sendero que debía tomar y el rey la llevó hacia el hoyo en el fondo del océano. El rey la llevó hacia el lugar en el que todavía yacían las cenizas de sus antepasados. Así es como Ganga volvió a llenar los océanos y purificó incluso las zonas intraterrenas.

Desde entonces tenemos agua, en el cuerpo y en la tierra. Y las aguas que nos llenan descienden de las estrellas. Más allá. Descienden del lugar que no alcanza el brillo de los astros. Ese lugar que ninguno de los sentidos puede captar.

Consciencia de la consciencia

 

Antes. Mucho antes. Antes del antes. Antes de que existiera el antes. Antes del tiempo. Había una pitón llamada Vritra, que retenía el fluir de las aguas universales. Este ser alargado y plegado sobre sí fue fraccionado y repartido en fragmentos, que fueron esparcidos por el universo.

Ese fraccionamiento lo llevó a cabo la energía diamantina del emperador de la luz y los sentidos: Indra. Después, los que habían luchado del lado de Vritra fueron perseguidos y cazados por los dioses esplendorosos (deva) y no hubo lugar en el cosmos donde la oscuridad pudiera refugiarse de la luz.

Aterrorizados, los enemigos de la luz (Asura) se escondieron en el fondo del océano, lleno de gemas y poblado de peces pequeños y gigantes. Desde las profundidades conspiraban la destrucción de los tres planos. Cada asura, de acuerdo a sus inclinaciones y carácter, proponía un método distinto para vencer a los deva, y en lo que estuvieron todos de acuerdo fue en que lo primero que tenían que destruir era la sabiduría.

Hicieron su ciudadela en la morada de Varuna -el dios que reside en las profundidades- y, desde ese palacio de mil puertas, salían de noche a devorar a los sabios de la tierra, uno a uno. Cada la mañana los ascetas se encontraban los huesos descarnados de alguno de sus compañeros, esparcido junto a restos rotos de los objetos sacrificiales que le pertenecían.

Los ascetas en la tierra llegaron a tener tanto miedo que se escondieron en cuevas que tapaban cascadas. Algunos murieron, incluso, de terror.

Los héroes de aquella era buscaron a los asura por toda la tierra, con la intención de luchar contra ellos, pero no los encontraron, llegando algunos incluso a morir de cansancio. Los sabios en aquella era dejaron de practicar los sacrificios ceremoniales y los dioses dejaron de recibir sus ofrendas; es decir, la conexión entre la tierra y el cielo se diluía.

Preocupados, los dioses se encaminaron hacia Vishnu -el que permea todo y está en todas partes-. Juntos se presentaron en el espacio que queda dentro del espacio y le pidieron ayuda:

-Oh tú que naces una y otra vez como avatar para proteger el orden, ayúdanos en esta dificultad.

-Los asura más oscuros se han refugiado en el océano – contestó Vishnu – ahora él los acoge y protege; mientras exista el océano la tierra no podrá liberarse de la opresión de los asura.

El único que tiene el poder de librarnos del océano es Agastya. Agastya es un rishi, nacido de la mente de la expansión cósmica, pero por su propia voluntad Agastya volvió a nacer de la semilla de Varuna, el dios de las profundidades, y por ello es él el único que nos puede ayudar. Agastya es un emisario de la consciencia, el fulgor de la vida, e hijo del vientre de las aguas, el lugar donde no llega la luz.

Los dioses fueron a buscar a Agastya en el lugar en el que residía. Fueron a buscar a Agastya, quien era capaz de beberse el océano entero, y lo acompañaron a la orilla del mar. Todos los seres, de todos los mundos, los seguían. Todos los planos de la existencia querían ver aquella proeza única. Ante ellos rugía el océano, atronador, como si hiciera bailar sus olas ante la mirada de todos. Parecía que se riera, con su espuma, cuando se abalanzaba contra las cavidades en las rocas. Estaba repleto de animales y lo visitaban masas de aves.

Agastya se agachó, y comenzó a beberse el océano. Absorbía todas las aguas hacia su interior mientras todos los seres, en los tres planos, le animaban.

Cuando se secaron las aguas lo que había sido el océano parecía un gran desierto montañoso y los deva se abalanzaron en su interior, cazando y aniquilando a los asura que en él se habían refugiado. Los restos de las armaduras doradas, quebradas, en el fondo seco del océano, brillaban bellamente bajo el sol. Los pocos asura que sobrevivieron a ese ataque se refugiaron en las entrañas de la tierra.

Tras esas batallas turbulentas los seres pidieron a Agastya que devolviera el océano a la tierra, pero Agastya ya lo había digerido.

-Tendrá que pasar mucho tiempo hasta que vuelva el océano- les dijo Agastya –Y esta tarea ya se la ha encomendado el destino a alguien. Será el rey Bhagiratha quien devuelva el océano a la tierra y no yo.

Así dijo Agastya.

¿Y quién fue el rey Bhagiratha? ¿Cómo recuperó Bhagiratha las aguas que llenan los océanos de la tierra? Estas preguntas quedan por responder. Y se responderán, pero no en la próxima entrada. La próxima entrada es la última de este cuarto año de Respirar el Mahabharata. La entrada que la sigue, la del 15 de Diciembre, será la primera del quinto año.

Como ha venido siendo hasta ahora, la última entrada antes del estreno del próximo capítulo de Respirar el Mahabharata (el 12 de cada diciembre) será un manifiesto que ponga por escrito las intenciones de este cuarto año de proyecto. Ahora, lo importante, es preguntarnos de qué va la historia que acabo de compartir. ¿Es una historia que habla de una serpiente cortada o de la percepción sesgada que los sentidos tienen de la vida? ¿Es una historia que habla de relación entre la luz y la oscuridad, que donde hay una no puede haber la otra? ¿Y qué sería la luz y qué sería la oscuridad si no tuviéramos sentidos que las percibieran? ¿Y si nuestra mente no las dividiera? ¿Y qué esconden las aguas profundas del cosmos? ¿Qué esconden las aguas profundas de nuestro cuerpo? ¿Y qué, o quién, puede llegar al fondo de lo insondable y destapar sus secretos?

Bhisma y lo poético en el Mahabharata

Estamos llegando más o menos a la mitad del proceso de preparación de la performance del primer año del proyecto Respirar el Mahābhārata. Digo, de entrada, estamos, porque a pesar de que yo sea el impulsor de este proyecto, me cuesta mucho decir “estoy llegando a la mitad”, esto es, me cuesta hablar en singular. Me cuesta porque me siento tan acompañado por todas las personas que me están ayudando e inspirando, que referirme en singular a este proyecto me parece erróneo. Y esta declaración no es una cuestión de humildad, ni falsa ni sincera, sino realismo. En esta entrada quería hablar precisamente de esto.

Llegando a la mitad del proceso de preparación de la performance del primer año me encuentro arreglando ya el material que quiero presentar, para pasar a partir de ahora a trabajar más los detalles de la presentación. El espíritu de este primer año del proyecto es, dicho poéticamente, el de plantar la semilla que tendré que cuidar los años a venir. Y la semilla de este proyecto del Mahābhārata son los Pandava, los cinco hermanos (más uno) que rotarán a su  alrededor la gran guerra del Mahābhārata (soy consciente de la tautología).

Desde un punto de vista linear, los Pandava nacen pasadas 300 páginas de la traducción inglesa del original, pero desde un punto de vista mitológico siempre están. Las primeras historias del Mahābhārata se encaminan todas al nacimiento de los protagonistas y ante todo, a la simbología tras el nacimiento del abuelo ¿paterno?: Bhisma.

Ahora, ¿quién es Bhisma y por qué pongo bajo signo de interrogación el que fuera el abuelo paterno de los Pandava? Sobre Bhisma se han publicado artículos e incluso estudios monográficos largos[1], así que para no convertir este escrito en una sopa indigerible voy a mencionar únicamente detalles de la simbología de su nacimiento y algunas pinceladas de la trascendencia de este personaje en el Mahābhārata. Que Bhisma sea el abuelo paterno o no de los Pandava no lo pongo en cuestión solo yo, sino que se considera uno de los puntos de quiebre en el orden del clan de los Pandava; en parte una de las razones de la guerra del Mahābhārata.

Bhisma hace el voto de celibato en su juventud, de forma vitalicia, y promete que servirá a quién esté en el trono como si fuera su propio padre. Bhisma no tiene descendencia y cuando muere su padre y sus hermanos no es Bhisma quién asegura la continuidad del linaje en la cámara nupcial con las dos reinas sino Vedavyāsa, el Rishi que recopiló la historia del Mahābhārata y las historias de los dioses. ¿Descienden entonces los Pandava de su abuelo?

Bhisma, por otra parte, es un personaje semi-divino, como muchos en el Mahābhārata, y uno de los héroes más importantes de esta épica: Bhisma puede morir cuando quiere, por ejemplo, y Bhisma, además, es fuente de sabiduría espiritual: Cuando Arjuna, uno de los Pandava, vence a Bhisma en la batalla, en el dolor de haber matado a su abuelo recuerda las razones por las que no quiso luchar en esa guerra (para los más entendidos: es en este momento donde el texto del Mahābhārata introduce la famosa Bhagavad Gitā, a modo de flashback de Arjuna). Tras ser vencido Bhisma, dado que puede elegir el momento de su muerte, queda clavado a la tierra por las 25 flechas de Arjuna, pero no muere hasta el próximo solsticio de invierno y cuando termina la guerra los cinco Pandava se acercan a él y Bhisma les cuenta desde el suelo el secreto del origen del mundo. Sus palabras están documentadas en el Mahābhārata y del estudio de este discurso esotérico se desarrolla una interesantísima escuela de pensamiento místico/filosófica india llamada Pāñcarātrā.

De esta manera, con la mención del detalle astrológico de la muerte de Bhisma y la escuela esotérica Pāñcarātrā, me acerco a la simbología tras el nacimiento de Bhisma, que es lo que más me ha estado interesando en estas pasadas semanas de Mayo 2016.

Los padres de Bhisma son un rey celestial y un río, primero. Ganga, es el río Ganges en el plano material y una diosa que emana belleza en el plano ideal. En el plano ideal una ráfaga de viento levantó las telas que le servían de ropa a Ganga, “blancas como los rayos de luna” y todos los dioses bajaron la mirada menos Mahabhisa, un rey celestial, que quedó encantado con las formas de Ganga. Por esa osadía, Brahmā le hace nacer en el mundo material. Así, el rey celestial escoge el cuerpo de quien va a ser también un rey excepcional en la tierra y nace como el rey Shantanu, padre de Bhisma. Ganga, sin embargo, ha quedado enamorada también de Mahabhisa, el rey celestial.

Oportunamente, los ocho Vasu han sido enviados a nacer en la tierra también, por una osadía, también, y buscan un nacimiento especial. Ganga escucha su necesidad y decide aparecerse en la tierra para que los 8 Vasu puedan nacer de ella. Cuando el rey Shantanu, la encarnación terrenal del rey celestial Mahabhisa, está mirando las aguas del Ganges, ve salir del agua el cuerpo desnudo de una mujer que le parece la más atractiva que ha visto en vida. El cuerpo terrenal de Shantanu no recuerda a Ganga pero se siente inmensamente atraído hacia ella y los dos tienen un hijo: Bhisma, que reúne las cualidades de los 8 Vasu.

Aquí algunos entendidos sabrán que estoy omitiendo detalles de la historia, pero lo hago para que el escrito sea legible. Toda historia del Mahābhārata está trenzada con muchas otras y en algún punto siempre hay que seleccionar. Existen diferentes variantes de esta historia, además, y yo prefiero en este caso elegir la versión del propio Mahabharata, según la cual Bhisma recoge en su nacimiento una octava parte de cada Vasu.

¿Y quiénes son los Vasu? Sigo con la simbología. Los Vasu son, desde un punto de vista mitológico, ayudantes de Indra. Indra es el rey de los dioses. Indra, más que un individuo, es un cargo, que ocupan entidades diferentes en cada era cósmica. Indra es la posición de rey de lo divino y sus ayudantes se llaman Vasu, una palabara que podría traducirse también como “recipientes” o incluso “sedimentos”. Cada uno de los Vasu representa un elemento, o cualidad del universo: La tierra (soporte), el fuego (energía vital), el viento (o aire que respiramos), espacio (o expansión), el sol (o la eternidad), el “padre” cielo (marido de la tierra) y las estrellas (en concreto Dhruva, la estrella polar y único astro que parece inmóvil visto desde la tierra).

Hay cierto paralelismo entre esta óctuple división de las cualidades de este antepasado tan central de los Pandava y los ocho dioses relacionados con el rey ideal, según el código de Manu, el mítico tratado sobre el orden terrenal: el Sol, la Luna, el Fuego, el Viento, Yama o la ley universal, Kubera o la riqueza, Varuņa o las relaciones entre los elementos e Indra. También la recurrencia de divisiones óctuples en las filosofías indias da que pensar, y la lectura meditativa de los tratados filosóficos Chāndogya Upanișad y Bŗhadāraņyaka Upanișad, en los que se describe la presencia de los ocho Vasu en todo cuerpo humano, o toda manifestación material, por extensión; pero lo que quiero hacer aquí no es ponerme a disertar sobre los Vasu sino preguntarme algo que tiene importancia más inmediata: ¿por qué me interesa a mí tanto esta descripción mágica/esotérica/mitológica del ser humano?

Sobre el significado de los Vasu seguiré indagando, y escribiré más sobre ello y hablaré de ello en la performance del primer año de este proyecto pero antes, quiero preguntarme, ¿Por qué me afecta esta alegoría, que a fin de cuentas no deja de ser una representación fantástica?

Si dijera que me creo, de manera literal, que hace miles de años nació en la tierra un tal Bhisma, descendiente del río Ganges y un rey celestial, con las cualidades de las estrellas y la luna, me estaría mintiendo a mí mismo. No me lo creo de la misma manera en que me creo que me he dejado las llaves en casa cuando no las encuentro en el bolsillo. Ahora bien, si me pregunto si me creo que existe una historia sobre el ser humano, en la que aparece un personaje que fue célibe toda su vida, que podía morir cuando quería y era la encarnación de los ocho Vasu, y que esta historia es cien por cien real, la respuesta es sí. Sí creo que el Mahābhārata habla de la realidad, y que todo lo que se cuenta en esta historia es real, desde el punto de vista del Mahābhārata.

Cuando leo sobre los ocho Vasu siento que esta historia va sobre mí. Siento que tengo los elementos de la tierra, el aire y el fuego en mí, es decir, que tengo que cuidar qué respiro, qué consumo y qué bebo porque mi cuerpo es un equilibrio delicado. Siento que mis estados de ánimo cambian como la luna o el sol en el zenit y que este equilibrio delicado entre sentidos y consciencia que es la idea que tengo de mi cuerpo está siempre en expansión y depende del entorno tanto como lo transforma. Todo esto no lo leo en el texto, el texto del Mahābhārata me inspira a vivir estas palabras, a investigar en otros escritos y a que su significado crezca en mí y me transforme. Intuyo que podríamos llamarlo el efecto poético del texto, a esta inspiración que vitaliza tanto, pero no estoy seguro, parte del objetivo de este proyecto de 12 años es investigar precisamente el significado de lo poético en el Mahābhārata.

El símbolo de los Vasu también me inspira en cuanto a presentación del Mahābhārata en forma del formato que se llama “performance”. En inglés “performance” significa acción. El término performance es un saco en el que se puede poner cualquier cosa que uno quiera hacer, en público, en vídeo o como quiera, porque significa esencialmente “hacer algo”, y hacer algo, lo hacemos todos, mientras vivimos. Aquí es donde se une el símbolo con el arte y la filosofía. Todos formamos parte de todo. Mi cuerpo no existe sin el resto del universo. Sin el aire, el calor de la tierra, el agua y los minerales que mi cuerpo contiene, no existo. Y hay algo más, hay algo en la mirada, hay algo en mí que despierta cuando miro la luna, el sol y las estrellas. Hay algo que se expande, cuando leo el Mahābhārata. Mis acciones son la performance de mi cuerpo a lo largo de mi vida. Dentro de la realidad del Mahābhārata, la performance de Bhisma fue su paso por la tierra, sus enseñanzas y sus decisiones.

No me conozco, pero me veo en mis acciones, me veo en mis opiniones, en los reflejos de mi paso por el mundo. Pero lo que yo soy no es nada fijo, soy un fragmento del universo, así que cuando me observo observo al universo en movimiento. Cuando estudio a Bhisma en el Mahābhārata y comparto mis conclusiones en vivo, contando su historia con la mente, la voz y el cuerpo, puedo verme en mis acciones. Entiendo, de esta manera, que compartir el Mahābhārata en vivo es una manera de vernos todos los reunidos. Es por esto que estas historias tienen sentido cuando son contadas en vivo, a la manera tradicional, porque en presencia de otros somos más conscientes de nuestras reacciones a ellas. Y la diferencia entre encontrarnos para contar estas historias o para tomar un té en cualquier otro lugar es el nivel de atención y profundidad que se despierta cuando compartimos estos relatos tan simbólicos, o poéticos. Porque dicho poéticamente: podríamos decir que cuando se comparte el Mahābhārata en grupo están presentes la tierra, el fuego, el viento, el espacio, el sol, el cielo, la luna y las estrellas.

[1] Thakur, I.M. Thus Spake Bhisma, Motilal Banarsidass, Delhi, 1992.

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