Entre Yavé y Brahma

Continúo con la propuesta del octavo año de Respirar el Mahābhārata, que consiste en comparar el original sánscrito de la Bhagavad Gita con su traducción hebrea. Lo que pueda aportar una reflexión de este tipo se irá viendo a lo largo de este año 2023. El sánscrito y el hebreo son idiomas considerados sagrados, porque la creación del mundo tuvo -tiene- lugar mediante sus sonidos. Traducir la Bhagavad Gita al hebreo es re crear su mensaje con sonidos distintos, pero con una carga religiosa parecida. La comparación entre los dos idiomas sirve de indagación en el significado de lo sagrado, y narrar este proceso es un acto creativo -artístico- que entronca con la motivación de este voto de 12 años.

El sánscrito y el hebreo también comparten la condición especial de ser idiomas “revivivdos”. Más de una vez he oído la pregunta de si el sánscrito todavía se usa o si es un idioma “muerto”, lo cual me remite al hebreo como otro lenguaje que fue rescatado de la muerte para la construcción de un estado. Es interesante el uso de la palabra “muerto”, porque ni el hebreo ni el sánscrito nunca se han dejado de usar en un contexto religioso, ni se ha dejado de escribir poesía mística, o espiritual, en ambos idiomas. Cuando en la edad moderna se habla de revivir el sánscrito, ampliando su uso a la conversación diaria en poblaciones indias como Mattur o Hosahalli, o de revivir el hebreo para que sea usado en ámbitos seculares en el estado e Israel, ¿de qué tipo de muerte han de ser revividos ambos idiomas? ¿Acaso el ámbito de la liturgia, el debate religioso y la poesía mística es el de la muerte, y el ámbito secular corresponde a la vida? Dejo esta pregunta abierta y si quieres comentar algo al respeto puedes hacerlo en los comentarios. No siento que sea el momento para mí para opinar sobre esta cuestión, porque en esta entrada quiero apuntar más bien a la importancia de la palabra vida. Para entender a qué nos referimos hoy cuando decimos lenguaje vivo, o muerto, habría que definir qué es la vida para nosotros.

Por ejemplo, en esta entrada, considero que vale la pena comentar un fragmento de la introducción al traducción que estoy usando, de Immanuel Olsvanger (quien estudió sánscrito en Konigsberg, Bern y Basel, antes de emigrar a Palestina en 1933). Una introducción escrita en India, por N.I. Nikam, de la universidad de Mysore, de quien lamentablemente no he podido encontrar más información, y publicada en hebreo en la edición original de la traducción. Un texto breve en el profesor presenta la Bhagavad Gita definiéndola como un texto universal, que representa el interés instintivo por la religión que tiene el ser humano, más allá de credos y sectas.

El autor presenta dos puntos centrales para la Bhagavad Gita, que según él son también los pilares centrales de toda vía de pensamiento hindú: Brahmavidya (ब्रह्मविद्या), que queda traducida al hebreo como “hăvāyāh”   (הֲוָיָה) y Yogashastra (योगशास्त्र) que se traduce aquí por “mishmá’át ruchānit” (מִשְמְַעַת רוּחָנִית).

Brahmavidya es un compuesto de las palabras Brahma y Vidya: La palabra Vidya está derivada de la raíz verbal Vid, que se puede traducir por: conocer o comprender.

Vidya se puede traducir como ciencia, aprendizaje o filosofía. Tradicionalmente se ha dicho que existen cuatro tipos de Vidya:

Trayīvidyā: conocimiento de los tres veda (textos religiosos) principales, o conocimiento del ritual.

Ānvīkshikiīvidyā: lógica y metafísica.

Daņdanītividyā: conocimiento de cómo gobernar correctamente.

Vārttāvidyā: Conocimiento práctico, como agricultura, comercio o medicina.

Más adelante se añade Ātmavidyā: conocimiento interior. Y el autor de la introducción abarca todas estas ramas con el compuesto Brahmavidya, o “conocimiento de Brahma”. ¿Pero qué es Brahma?

La palabra Brahma deriva de la raíz Bŗih, que se puede traducir por: crecer, aumentar, expandir, promover e, incluso, “espesar”. De esta raíz deriva el nombre del dios Brahmā, quien da forma y modifica la creación. La fuerza creativa de la realidad, que de una manera más metafísica podría llamarse Brahmán: “aquello que posee expansión”; la realidad profunda de las cosas, un movimiento expansivo hacia dentro y hacia fuera, en todas las dimensiones. Conocer esto (Brahmavidya) es uno de los pilares del hinduismo, según N.I. Nikam, e Immanuel Olsvanger lo traduce al hebreo como Havayá (הֲוָיָה), derivado de Hové: presente, ahora.

El místico judío de la Zaragoza del siglo XI, Iben Pakuda, en su obra Hovót Halevavot, traducida al castellano como Guía de los deberes, habla de de la Havayá como “aquello a lo que uno sale después de formarse en el útero materno”. Mientras en algunos contextos Havayá podría traducirse como “la vivencia” del mundo, o “la manera de ser” de algo. Y en un sentido religioso, “el nombre de toda esta vivencia del mundo (shem havayá) es el nombre que incluye todos los nombres: el nombre completo de la divinidad.

Yavé, el nombre de la divinidad, está compuesto de la misma raíz que Havayá, de ahí la relación con Brahma, que es una palabra que alude tanto al creador personificado como a la realidad, en todos sus aspectos conocibles.

Lo que cada un@ pueda entender de esta comparación lingüística queda influenciado por nuestra constelación de asociaciones personal, dependiendo de qué asociamos a la palabra mundo, experiencia o creación. Lo que propongo como ejercicio es parar un momento la lectura y visionar, como si miráramos las nubes pasar sobre la montaña, las imágenes e ideas que se dibujan en nuestro paisaje interior.

Más que hacer el esfuerzo de definir la experiencia a la que apuntan estas palabras, propongo el ejercicio de vivenciar la experiencia lingüística en sí. Un ejercicio que se irá puliendo a lo largo de este octavo año de Respirar el Mahābhārata.

El otro pilar, o punto central, de la visión hindú, según el autor mencionado, es Yogashastra; y esta palabra es igual de fascinante que la anterior, porque es prácticamente imposible de traducir de manera literal. La prueba es que las traducciones más contemporáneas de la Bhagava Gita ya tienden a dejarla en el sánscrito original, confiando en que el uso repetido de la palabra vaya habituando a los lectores interesados a sus diversos significados posibles. Yoga, derivada de la raíz yuj, se puede traducir como: atar, yugo, pero también disciplina, o arte, dependiendo del contexto.

En el Mahābhārata, por ejemplo, la palabra Yoga aparece en muchas ocasiones y en contextos aparentemente distintos: Los guerreros hablan del yoga del tiro al arco, que han aprendido de sus maestros, y la reina Gandhari tiene la capacidad de volver a su hijo invencible con el acto de poner en él su mirada, gracias al yoga de haber mantenido los ojos cerrados durante décadas. Hay místicos que saben todo lo que ha pasado, siempre, en el mundo gracias a su yoga y existen armas mágicas con capacidad de destrucción masiva que se consiguen gracias a un yoga determinado.

En la Bhagavad Gita se habla de varios yoga, que supongo iremos viendo a lo largo de este año, y para nosotros, los lectores contemporáneos, yoga son secuencias de posturas físicas practicadas regularmente, asociadas a un estilo de vida austero y meditativo. ¿Qué es lo que une todos estos significaos, con el sentido de la raíz sánscrita yuj: atar?

Shastra, la segunda palabra del compuesto, es igual de ambigua. La traducción más coherente en el contexto de esta introducción es la de Enseñanzas. Probablemente el autor se refería a esto, a las enseñanzas de yoga (aunque, de nuevo, ¿en qué pensaba al decir yoga?). Y aún así, es interesante tener en cuenta que la raíz shas se puede traducir por cortar, y shastra puede ser cualquier instrucción oral tanto como manual escrito o compendio de normas.

El segundo pilar, entonces, junto a Brahmavidya, es Yogashastra: “comprender las enseñanzas del yoga”, lo cual Immanuel Olsvanger traduce por Mishma’at Ruhanit. Mishma’at se puede traducir por disciplina, pero vale la pena mencionar que deriva de la raíz sham’a, que tiene que ver con la escucha. En este caso disciplina tiene que ver con “oír”, en el sentido de “hacer caso”, obedeciendo al tópico hebreo de que oír de verdad significa hacer. Según Maimonides, en sus escritos editados a la comunidad de Yemen (Epístola a Yemen): Oír, callar y hacer trae el bien verdadero.

Pero, ¿oír qué? Pues la palabra ruhaní deriva de ruah, que se puede traducir por viento. ¿Oír, hacer caso al viento? ¿A los vientos de Brahma, la expansión universal? Todas las palabras hebreas que se refieren al interior sutil e inasible del cuerpo tienen que ver con el aliento y la respiración. Nefesh, neshamah, ruah, son sinónimos de alma, o se refieren a aspectos distintos del alma, si se quiere, pero se pueden traducir también por soplo, respiro y viento. En el segundo verso del libro bíblico de Génesis lo que vuela encima de las aguas sin forma es la ruah divina. En la traducción al griego conocida como “la de los setenta”, en el siglo III a.e.c la palabra ruah de este verso se tradujo por primera vez por pneuma, y de ahí al latín en la Biblia Vulgata como spiritus dei. Por esto la traducción más común de ruah es “espiritual”. Mishma’at Ruhanit: Disciplina espiritual, o escuchar la voz del viento divino: Yogashastra, conocer las enseñanzas espirituales.

Considero la traducción bien escogida, porque la tradición insiste en que el yoga no es especulación sino acción. La misma Bhagavad Gita insiste en ello. En el sentido de “escuchar es hacer”, la traducción de yoga por mishma’at, disciplina espiritual, es inspiradora, y abre campos semánticos interesantes. Si volvemos a la pregunta de ¿Qué es vida?, con la que ha empezado este escrito, puede ser muy indicativo el tener en cuenta los pilares de comprender la expansión del mundo y escuchar los vientos espirituales, para serles fiel.

Escuchar cómo respiran los fenómenos. Escuchar con la piel. Escuchar el espíritu de la escucha. Caminar, respirar, es escuchar. Escuchar es estar. Estar es hacer.

Entre la comprensión del mundo y una vía espiritual; entre el hebreo y el sánscrito; se abre el misterio de la vida. Esta vida que pasa rápida como el vuelo de una flecha. Entre las palabras y el silencio. ¿Qué aportan a nuestro mundo las palabras? ¿Y qué le quitan?

Viaje hacia el centro de la tierra

Nárada es, fue y será, una y otra vez, y de nuevo, una vez más, el hijo de la causa del Big Bang. Nace y renace con cada explosión.
Vyása es el nombre del poeta místico que nos cantó la historia de nuestros orígenes, a la humanidad; y lo hizo antes de la prehistoria.
Se dice que, en una ocasión, un discípulo de Vyása le habló al rey sobre un encuentro entre Vyása y Nárada. Vyása le preguntó a Nárada si sabía quién era el arquitecto supremo del universo, y si sabía si este era eterno o universal, y si se creaba a partir de un solo foco o de varios.
Nárada, se cuenta, le respondió a Vyása que esto mismo le había preguntado él a su padre Brahma, quien es la explosión de energía infinita que impulsa nuestro viaje por el tiempo.
-Me sentía anegado en este mar de formas y apariencias (māyā)- le confesó Nárada a Vyása -Mi corazón estaba agitado por las dudas, y le hice estas preguntas a mi padre, quien me contestó:
-Cuando abrí los ojos en el mundo me encontré sentado entre miles de pétalos de luz y allí donde alcanzaba mi mirada solo veía agua oscura.
Esto sobre lo que estoy sentado es como una flor de loto, pensé, y la flor de loto hunde sus raíces en la tierra para extender su tallo a través de las aguas.
Así que buceé en las aguas sobre las que flotaba siguiendo el tallo del loto que me servía de asiento (āsana). Pero las aguas eran oscuras y aunque pasara años buceando no llegaba al fondo.
De repente, escuché una voz en mi interior que me dijo:
-¡Crea!
Pero yo no entendía qué podía crear, y con qué elementos, si a mi alrededor solo veía negrura líquida.
Entonces aparecieron en las aguas dos demonios sombríos como la duda que agitaron el tallo que me sostenía y me arrastraron al fondo de las aguas con una velocidad vertiginosa. Parecía que me llevaran hasta el fondo de los fondos y pensé que me iba a pasar la eternidad así, entre sus garras. Pero de repente tocamos fondo y pude reconocer a mi alrededor la silueta de un ser enorme; un cuerpo que abarcaba todo lo que existía; que dormía.
Aterrizamos sobre el muslo de este enorme ser durmiente y había allí otra figura, en postura de meditación, que parecía ajena a nosotros. Pero de repente apareció en medio de la oscuridad una luz brillante como nunca había visto. Aunque cerrara los ojos y los cubriera con las manos nada cambiaba, seguía viendo el brillo de la luz con la misma intensidad. Y su forma era como la del cuerpo de una mujer.
Y nos habló:
-Desprendeos de la pereza y haced vuestro trabajo de creación, preservación y destrucción.
Y oyendo la voz suave de la diosa respondimos los tres:
-Oh madre, pero no hay tierra aquí, no existen los elementos, ni los sentidos ni las cualidades.
-Abandonad el miedo y subid a este carro- nos dijo -os mostraré algo maravilloso.
Y nos subimos a una plataforma decorada con gemas variadas, cubierta de perlas y rodeada del sonido de tintineantes campanadas. Esta plataforma se elevó sobre los cielos y se puso a volar sobre las aguas.
Nos quedamos asombrados cuando de repente volamos sobre una tierra firme que apareció en medio de las aguas. Era un lugar que resonaba con el sonido de los pájaros cuco y abundaban los árboles fruteros, los bosques y los jardines. Habían grandes ríos, lagos, cascadas, estancos pequeños, mujeres y hombres.
Vimos una ciudad rodeada de una muralla divina con varios templos y palacios en su interior, así como otros edificios magníficos.
A continuación vimos un rey brillante salir a cazar al bosque.
El aeroplano que nos llevaba se elevó a gran velocidad y llegamos a un jardín en el que solo había dicha (Nanada). Allí vimos la vaca de la abundancia universal (Surabhi) descansando a la sombra de un árbol.
Vimos ninfas a su alrededor, jugando y bailando. Habían cientos de espíritus jugando con el viento, los árboles susurraban rezos y agradecimientos.
Entonces el carro volvió a elevarse y en un parpadeo nos encontramos en el centro de la expansión cósmica (Brahmā loka), donde fuimos saludados por cientos de dioses.
Allí mis compañeros de viaje, el que lo abarcaba todo (Viṣṇu) y el que meditaba en silencio (Śiva), se sorprendieron de ver otro Brahma igual que yo. Estaba rodeado de las cuatro caras del conocimiento (Veda) y serpientes traslúcidas.
-¿Quién es este Brahma eterno, me preguntaron?
-No lo sé, – les dije. -No lo conozco. ¿Quién es él?¿Quién soy yo? Vosotros también sois dioses, decídmelo vosotros.
Pero antes de que me contestaran seguimos volando y llegamos al monte Kailasa, donde entre sonidos de tambores vimos otro Shiva cabalgando el toro de la tierra y, antes de que pudiéramos preguntarnos nada, el carro nos apartó de ahí con la fuerza del viento y nos encontramos en la corte de la belleza.
El lugar emanaba una maravillosa manifestación de poder, y nuestro compañero se sorprendió mucho al ver allí otro Vishnu, con cuatro brazos, cabalgando el ave que cada amanecer vuelve a robar el elixir de la inmortalidad a los dioses (Gāruḍa / Gāyatrī)
Nuestro transporte se siguió elevando y vimos un océano de néctar (Sudhā Sāgara) con olas que jugaban sobre su superficie, y vimos en su centro una isla de gemas (Mani-Dvīpa) y árboles en flor. Resonaba en ella el zumbar de las abejas e instrumentos musicales armoniosos.
Y desde nuestra plataforma, vimos en la distancia un diván, cubierto de joyas y perlas, y en él había una mujer divina sentada, con una tela roja y la piel cubierta de sándalo.
Parecía más bella que millones de diosas de la belleza juntas. Nunca habíamos visto una forma igual.
-Incluso los pájaros en este maravilloso lugar entonan la sílaba mística Hrim… Hrim… Hrim… – nos dijimos.
La mujer tenía el color del sol naciente y estaba adornada con todos los atributos de la naturaleza.
Estaba rodeada también de mujeres jóvenes con cuerpos que eran llamas doradas.
-¿Quién es esta mujer?- Nos preguntamos -¿Cómo se llama? No la podemos reconocer desde esta distancia.
Y mientras decíamos esto ella abrió de repente mil ojos, y mil manos, y mil pies, o algo así nos pareció a nosotros, porque no había lugar que su presencia no alcanzara. Y de repente Vishnu, por su inteligencia, llegó a la conclusión y dijo:
-¡Ella es la gran diosa- inalcanzable y eterna!¡Ella es la plenitud!¡Es la causa de todos nosotros! Es inconcebible para el intelecto. Es eterna y no eterna. Es la fuerza de voluntad del Yo universal. Es la creadora original del universo.
Durante la destrucción del universo es ella la que atrae hacia su corazón todos los cuerpos sutiles (liṅgā śarīra) para jugar.
A su alrededor se disponían todas sus potencias (vibhutis), como si fueran todas reflejos y sombras de la Diosa, en forma de riquezas (śrī), consciencia (Buddhi), fortaleza (Dhritti), memoria y amor (smṛti), fe (śrāddha), inteligencia (medha), compasión (dayā), modestia (lajjā), avidez (tṛṣṇā), perdón (kṣaṇa), rigor (akṣaṇa), brillo (kānta), paz (Śānti), sueño (nidrā), entumecimiento y pesadez (tandrā), vejez (jarā), falta de vejez (ajarā), conocimiento (vidyā), ignorancia (avidyā), deseos (sprihā), fuerza (śakti), debilidad (aśakti), grasa (vasā), tuétano (majjā), piel (tvak), vista (dṛṣṭi), palabras justas e injustas (satyāsatya vākyasatyāsatya vākya) y los 35 millones de canales energéticos del universo (Nādi) – todos estaban allí a su alrededor.
-¿Ves Brahma?- ella se dirigió hacia mí : -¿Qué sustancia puede haber en el mundo que no esté conectada a mí? Yo soy todas las formas. En esta creación soy una, y mucho. Penetro toda sustancia y soy siempre la causa. Soy el frescor del agua y el calor del fuego; soy el brillo del sol. Así, y de muchas otras maneras, manifiesto mi poder. Soy el frío de la nieve. Sin mi poder la tierra no podría sostener ni un solo átomo; mucho menos los seres vivos.
Soy el océano, soy la nieve y soy el palpitar de tu corazón. Yo cuido los velos de la realidad.
Esto le dijo la diosa a Brahma, o algo que sonaba a esto. Brahma se lo contó a Nárada, por lo que sabemos. Nárada se lo contó a Vyása, en la orilla del Ganges. Lo escucharon las aguas y se lo contaron al viento. El viento lo sopló en los oídos de Arjuna, en la cima de los mundos, en un lugar del Himalaya, y a Arjuna le pareció suficiente; y volvió a casa.
-¿Pero quién es Arjuna y qué hacía en la cima del mundo? Si quieres leer esto continúa a la entrada anterior.

Sabhā

La arqueología, y la historia, son disciplinas que caminan de la mano del mito.
El arqueólogo reúne restos de objetos cotidianos, esqueletos, armas, telas, y analiza el tipo de desgaste que han sufrido. El historiador, cuando puede, reúne escritos que hayan sobrevivido de la misma época, o pinturas, esculturas o joyas, y juntos -el historiador y el arqueólogo- componen una historia: Si estos antepasados se desgastaron así es porque comieron de esta manera; y si comían así es porque su economía sería esta, y su economía era esta porque creían en tales y tales cosas.
El cuento que componemos los que estudiamos el pasado es nuestra manera de habitar lo desconocido. Porque, al final, muchos cuentos son una proyección de la sombra del narrador. A menudo nos contamos nuestros miedos y nuestras esperanzas.
Uno de los mitos históricos que nos gusta contar, y escuchar, es el de la evolución de la cultura a lo largo de los siglos como si fuera análoga a la maduración de un ser humano. Desde los tanteos y balbuceos de la prehistoria, seguida de una infancia animista y supersticiosa, pasando por la temible adolescencia, feudal y fanática, hasta llegar a la juventud tecno-materialista.
Un mito creado, según algunos, a lo largo del siglo XIX, en Europa, para justificar el colonialismo. Pero esta última interpretación no deja de ser, a fin de cuentas, otro mito. Un cuento más.
Un cuento bonito, y relacionado con esta visión de la cultura como una evolución personal, es el de los hombres prehistóricos caminando encorvados, sin asear, vestidos con pellejos mal atados y gruñéndose unos a otros con agresividad. Esto se interpreta así porque estos ancestros nos han dejado pocos objetos materiales y se interpreta que la humanidad madura; desde una semi bestialidad simiesca a la postura erguida del dentista. Pero, también puede ser, que las vestimentas que se han desintegrado con el paso de los milenios fueran elegantes y bellos tejidos de tonos blancos y cenefas doradas. Y puede ser que estos ancestros, antes de acurrucarse acostados en cuevas, vivieran en bellas construcciones de madera tallada – hoy desaparecidas. En el Mahabharata, por ejemplo, se cuenta que cuando los nobles deseaban reunirse permitían primero que los astrólogos eligieran el lugar y, en el momento apropiado, se construía con ayuda de los arquitectos, carpinteros y escultores, una amplia y ornamentada cabaña de madera en la que cabían decenas de personas. Cabañas que incluían en su interior, como ornamentación, incluso pequeños y delicados jardines con estanques, poblados de peces.
Cuando terminaba la reunión, que podía durar semanas, el séquito de músicos, bailarines y luchadores de exhibición se retiraban y se desmantelaba la cabaña sin dejar ningún residuo.
¿Y si nuestros antepasados prehistóricos caminaban erguidos, aseados y peinados, y hablaban sobre Dharma, el orden y sentido del universo, entre ellos, pero gruñían más bien poco?
Yudisthira, el mayor entre los Pandava, rey del orden (Dharmarāja), es un gran gobernador, rey de reyes, quien recibe en su sabhā (cabaña de reunión) a Narada, un misterioso y respetado místico, quien abre frente al rey su percepción sutil y permite que Pandu, el difunto padre del rey Yudisthira, hable por su boca desde las tierras del humo, donde viven los ancestros que ya han abandonado la tierra:
-Hijo, estás preparado para organizar el sacrificio de los reyes (rājasūya). Puedes conquistar la tierra; tus hermanos te apoyan. Realiza el gran sacrificio de los reyes y alcanzarás le Sabhā de Indra (el lugar de reunión de Indra), el rey de los dioses. Su sala de reuniones es luminosa como el sol. Tiene mil millas de ancho y diez mil quinientas millas de longitud. Tiene cincuenta millas de altura y puede volar como una nube. Tiene muchas habitaciones y asientos; es preciosa y está adornada con árboles celestiales. En el centro podrás ver al rey de los dioses Indra junto a su esposa Indrani, quien a la vez es Shri y Lakshmi; lleva corona y aros rojos en los brazos. Es adorado por los magos (sidhas) y brillantes espíritus de las tormentas (maruts). Todos los dioses le rinden allí respeto; las aguas divinas y las yerbas, la fe misma, la sabiduría, las nubes cargadas de lluvia, los vientos, el trueno, las estrellas y los planetas , los himnos sagrados se reúnen también a su alrededor. Las ninfas y los músicos celestiales bailan y cantan, entretienen a Indra con himnos y rituales. Los grandes reyes del pasado se reúnen allí con carros flamantes de distintos tipos, adornados con guirnaldas, igual que los místicos de los orígenes, quienes visitan la sabhā del rey de los dioses en carros como la luna.
Más allá de esta sabhā estaría solo la sabhā de Brahmā, el creador, el abuelo y pastor de la luz. Esta ya es mucho más difícil de describir porque cambia continuamente de forma. No se pueden conocer sus dimensiones. No es ni fría ni calurosa. En el momento en el que uno entra en ella desaparece todo hambre y fatiga. No la sostienen pilares, no se descompone y brilla más que la luna, el sol o la cresta del fuego. Allí se sienta el abuelo de los mundos quién, con el poder de las apariencias, él solo, crea continuamente a todos los seres.
Con el se reúnen todos los místicos, la energía, el cielo, el conocimiento, la mente, el viento, el agua, la tierra, el sonido, el tacto, la forma, el sabor y el olfato, la raíz de la creación en el mundo, la luna con las constelaciones, el sol y sus rayos, las estaciones, la resolución y el aliento. Muchos más, demasiado numerosos para nombrar, se reúnen allí con él, que se auto-crea – el orden, el deseo, la dicha el odio, el ascetismo y el auto-control. Los mantra, los textos sagrados, todos los ancestros, la copa de la inmortalidad, por no hablar de todos los dioses y todas las lenguas. La perseverancia, el estudio, la sabiduría y la inteligencia, la fama, el perdón, los himnos de alabanza, sus comentarios y las contra argumentaciones en forma corpórea. Los minutos, segundos y horas están allí con él; el día, las noches, los crepúsculos, meses, estaciones, años y eones; toda la rueda del tiempo, que es eterna e indestructible. Los demonios, los duendes, los titanes, las aves, las serpientes y los animales. Todos adoran al gran abuelo; Dios mismo lo adora allí en su sabhā, que está llena de valakilyas, místicos luminosos y minúsculos como brasas que flotan en el aire. Están los nacidos de útero y los que no lo son. Todos bajan sus cabezas ante el ilustre e inmensamente inteligente Brahmā, el abuelo de los mundos, que se crea a sí mismo y es inmensamente radiante y bondadoso hacia todos los seres, el alma del universo.
Oh hijo, tú puedes alcanzar estos mundos con tu sacrificio, además de conquistar toda la tierra, pero se dice que esta ceremonia esta plagada de obstáculos. Místicos melifluos (brahma rakshasas), destructores de sacrificios, están al acecho de brechas en el ritual. Una guerra lo puede seguir, llevando a una gran destrucción. ¡Oh señor de los reyes! Reflexiona sobre esto y haz lo que sea bueno para ti.

Fuentes:
Mahābhārata, sabhā parva, 7-11
Dardo Scavino, Las fuentes de la juventud, Genealogía de una devoción moderna, 2015

Los siete rishi y los dioses

Hace algunas semanas se puso en contacto conmigo alguien que había leido la página de entrada de este blog y me preguntaba a qué me refería cuando escribí que la vastedad del Mahābhārata implica que el lector debe asumir qué es lo que está buscando en el texto.

En esta entrada quiero concretar esta idea porque es uno de los puntos más importantes de este proyecto:

El Mahābhārata, dentro del canon sánscrito, se considera una obra itihasa. Un Itihasa es un “así pasó”: un reflejo de la existencia, de lo que pasa. Pero antes de seguir leyendo, es recomendable que paremos unos segundos y nos preguntemos qué es la existencia.

Para leer en serio el Mahābhārata uno tiene que considerar esta pregunta desde el principio: ¿qué considero que existe? Los pensamientos existen, las fantasías existen, la materia y las percepciones, existen, ¿y la intuición? Antes de dejar que el texto escale a un nivel mayor de abstracción paso a ilustrar con un ejemplo lo que quiero decir:

El Mahābhārata, fue contado tal como lo conocemos por una persona, en un ritual. Ahora bien, lo interesante es que a lo largo de este ritual Lomaharshana, la persona que cuenta el Mahābhārata, no solamente cuenta esta obra sino que cuenta también todas las historias de los dioses, los llamado purāņa, las cuales aprendió de su maestro Vedavyasa. Y cuando decimos purāņa, no estamos hablando de historias sobre los dioses que Vedavyasa escribió, sino de relatos sobre la creación del universo y las primeras generaciones humanas que los mismos dioses transmitieron a Vedavyasa, y este se las enseñó a su discípulo Lomaharshana. Estamos hablando de historias de los dioses en un sentido mucho más literal. Se trata de las historias que los dioses contaron.

La pregunta que no puedo evitar hacerme una y otra vez es ¿qué significa itihasa?¿Qué significa, realmente, que las cosas pasaron así?¿Qué significa que los dioses le transmitieron los relatos cósmicos a Vedavyasa y que este se los enseñó a un discípulo, Lomaharshana el conductor de carros, y este se los contó a los ŗșī presentes en el ritual, largo ritual, en una significativa sentada ante el fuego, en la que el Mahābhārata y los purāņa fueron relatados en lenguaje humano?

¿Qué son exactamente los dioses, y qué lenguaje hablan cuando transmiten las historias que nos quieren contar? Porque los purāņa parece que relaten la creación del mundo y de la humanidad. Esto que llamamos dioses nos cuenta quiénes somos nosotros, y qué es lo que pasa para que estemos aquí; entonces, las historias que nos transmiten los dioses ¿son las suyas o las nuestras?

Volviendo al análisis, del conocido encuentro entre Lomaharshana y los ŗșī quiero tomar dos cosas: Primero, la deducción de que aquello de lo que se está hablando en el texto no se puede leer en un sentido material. Segundo, la constatación de que en la introducción de los purāņa principales se describe la misma reunión con la que comienza el Mahābhārata, porque todo lo que pasó, todos los relatos que se contaron, se contaron en aquél mismo evento.

Y a su vez, si el Mahābhārata comienza con relatos sobre la creación cósmica, y los purāņa  también, los relatos de uno y otro son complementarios porque todos ellos le fueron transmitidos a Vedavyasa de la misma manera.

Comparando los inicios de diferentes purana el lector puede reconstruir con más detalle aquel emblemático evento, el encuentro del “conductor de carros que conoce todas las historias”[1] con el grupo de ŗșī (sabios videntes) deseosos de escucharlo.

Cuando Lomaharshana llegó al lugar, los ŗșī presentes le reconocieron y le saludaron diciendo que el estado de la tierra les hace temer por el futuro: “Las personas ya no tienen garantía de poder terminar sus cien años de vida, la enfermedad les roba su juventud y su muerte es prematura. Su bienestar físico se ve amenazado por muchos males: su mente está nublada por el deseo, la avaricia, el desprecio, la confusión, la locura y la envidia, los seis archienemigos de los humanos. Nadie tiene tiempo ni interés en estudiar lo que les hace bien”[2].

Como respuesta a la pena que sienten los ŗșī, Lomaharshana les brinda las historias que aprendió de su maestro. La esencia de estos relatos, dice, como si fuera una gota del elixir de la inmortalidad, ofrece la liberación. Se trata de las narraciones que Vedavyasa le enseñó, a partir del conocimiento otorgado por los dioses. Pero Vedavyasa, podemos aprender de otro purāņa [3], más que una persona es un cargo: El nombre Vedavyasa significa “el que divide/ordena los veda” o “el que ordena el conocimiento”. Vedavyasa es un cargo, entonces, que cumplen diferentes encarnaciones humanas, cada vez que renace la cultura tras una destrucción global.

Las crónicas de Lomaharshana describen la creación del mundo: Del ombligo del infinito nace una expansión (Brahmā), y en la “mente” de esta expansión aparecen los siete ŗșī primordiales (saptaŗșī), quienes residen en esta expansión y permanecen dialogando constantemente con Brahmā sobre la naturaleza del infinito[4].

Dentro de la “cabeza” de la “expansión”, siete “videntes[5]” conversan sobre el infinito, ¿qué significa esto?

A estos siete videntes, además, los seres humanos los podemos ver desde la tierra en la luz que brilla desde las siete estrellas de la osa mayor. La osa mayor, gira en el cielo alrededor de la estrella polar, que en sánscrito se llama Dhruva, y Dhruva es también el nombre de otro ŗșī que tiene una mayor importancia que los siete primeros (y no estoy perdiendo el hilo, solo estoy intentando demostrar la profunda carga simbólica de estos relatos):

Dhruva, cuenta el Bhagavata purāņa, era un infante de cinco años de edad cuando en busca de un instante de cariño quiso sentarse a las rodillas de su padre al verle jugando con su hermanastro. La madrastra de Dhruva lo asió violentamente por el brazo y le dijo en tono amenazante que no tenía ningún derecho a sentarse sobre las rodillas paternas. En su inocencia, Dhruva quedó profundamente dolido por la injusticia del mundo y se retiró a vivir solo en el bosque. Retirado, Dhruva meditó día y noche para atravesar el profundo dolor que vivía, hasta que se le apareció la propia divinidad, hacia la que Dhruva se dirigió diciendo: “Te saludo, tú que me has dado la capacidad de hablar. Mi voz estaba apagada y tú las has animado. Penetras los órganos sensoriales y les das vida, porque eres la única verdad y has creado las cualidades del mundo, que son los dioses de los sentidos. Tú creas la ilusión y la consciencia de esta ilusión: estás en todo como una llama en una lámpara, a pesar de que los que no conocen tu realidad creen que esta ilusión que perciben los sentidos está separada de ti. A Brahmā le diste la capacidad de ver el mundo como a quién despierta de un sueño que está soñando, ¿cómo puede nadie olvidarte?”

Dhruva agrada a la divinidad, según el texto, y recibe un lugar en el centro del cielo, para que los siete ŗșī den vueltas a su alrededor para siempre.

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Yo, que mi mirada está más ligada a la simbología europea, encuentro llamativo que la carta del tarot llamada La Estrella, muestra en sus versiones más difundidas el dibujo de una estrella principal, rodeada de siete estrellas menores. ¿Quiero decir con esto que el tarot y los purāņa están relacionados? En absoluto. A lo que apunto es al tema de este escrito, a la manera en que cada uno recibe el Mahābhārata. Como dice María Stoyanova: “No puedes separar tus intereses y tus proyectos porque los vives todos con un mismo cuerpo”. Esto es, yo tengo interés por la simbología de las barajas de tarot tradicionales, y por el Mahābhārata, por tanto veré conexiones entre ellos. Además encuentro que abrirse a estas conexiones, sin dejarse arrastrar por la idea de que mi opinión es la realidad, puede ser muy inspirador. Siguiendo la conexión con el tarot, por ejemplo, encuentro en un libro de reflexiones sobre el tarot de P.D. Ouspensky[6] una meditación poética sobre la carta de la estrella, que perfectamente se podría usar como una descripción de la imagen de los siete ŗșī, los videntes que “conversan” con Brahmā en el cielo:

“Una enorme estrella, rodeada de siete más pequeñas, apareció en el cielo. Sus rayos se entremezclaban, llenando el espacio de un esplendor, un brillo inmenso. Supe entonces que estaba viendo este Cielo del que habla Plotino: Donde (…) todas las cosas son diáfanas; y nada es oscuro ni resistente, sino todo es perceptible para cualquiera internamente y en su totalidad. Porque la luz encuentra luz por doquier, pues todo contiene en sí todas las cosas y, a su vez, ve todas las cosas en otro. Así que todas las cosas están en todas partes, y todo es todo. Asimismo cada cosa es todo. Y el esplendor allí es infinito. Porque todo allí es grande, pues incluso lo pequeño es grande. (…) El movimiento es puro; porque un movimiento no se confunde con ningún otro movimiento diferente. (…) Allí cada parte procede siempre del todo, y es a la vez una parte y el todo, pues, desde luego, aparece como una parte pero aquel cuya mirada es aguda, la verá como un todo. (…) Allí la vida es sabiduría; una sabiduría que no se adquiere por medio de un proceso de razonamiento, porque en su conjunto existió siempre, y no es deficiente en ningún sentido, como para que necesite investigación, sino que es la primera sabiduría, y no deriva de ninguna otra”. Comprendí que todo resplandor allí es pensamiento; y los colores cambiantes son emociones. Y cada rayo, si miramos en su interior, se convierte en imágenes, símbolos, voces y estados de ánimo. Y he visto que allí no hay nada inanimado, sino que todo es ánima, todo es vida, todo es emoción e imaginación”.

Comparando textos, se podrían encontrar muchos paralelos entre las líneas que escribe y cita Ouspensky y el contenido de los Brahmā Sutra, un texto referencial en la filosofía india que bien podría interpretarse como la esencia de las conversaciones de los siete ŗșī con Brahmā, pero esto no es lo más importante. Lo que quiero exponer es que yo no puedo leer el texto del Mahābhārata de otra manera que no sea bajo mi punto de vista. No creo que exista una manera objetiva de leer el Mahābhārata, más que recitar el texto en sánscrito. Pero entonces también (y aquí reside una de las grandezas del Mahābhārata que más me fascinan), no existe un texto único del Mahābhārata y los eventos que narra el Mahābhārata no están recogidos solamente en esta obra. El origen del Mahābhārata, el encuentro alrededor del fuego en el que las historias fueron transmitidas, desde los dioses, a los ŗșī del cielo y de allí a los ŗșī de la tierra y de ellos a nosotros, este evento imposible de concebir, está relatado en decenas de purāņa así como en el Mahābhārata. Es un evento que está relatado en muchas versiones, todas complementarias. ¿Qué versión debería recitar en sánscrito, si quisiera ser objetivo?

El hecho de que existan diferentes versiones de los eventos que cuenta el Mahābhārata, y que las versiones se acepten como complementarias, a mí me produce la sensación de que el evento en sí, aquello que las diferentes versiones traducen a lenguaje humano, fue o es algo mucho más complejo de lo que la literatura pueda transmitir en una sola versión. Esto es así porque el evento, lo que pasó, el itihasa, es real, y la realidad nunca se puede explicar de una sola manera. Si se pudiera no sería realidad, sería un poema, o un himno. El Mahābhārata no es un himno, es una realidad.

Entre las diferentes versiones veo una profundidad en continua reestructuración y cuanto más claro tengo qué es lo que espero de mí en la vida y qué quiero aportar a mi entorno, más claras son las respuestas que llegan desde el Mahābhārata. Precisamente de este espacio intangible entre los relatos, allí donde la mente no se encuentra con nada que se pueda explicar y aquello que pueda entender depende de una decisión interior. Depende de la voluntad de asumir las conclusiones que encuentro en mi interior y ordenar mi vida a su alrededor. Si leo el Mahābhārata como entretenimiento, encuentro un relato poco comprensible y bastante repetitivo. Si asumo que todo lo que vea en el Mahābhārata es mi propia mirada, unida a un espacio común a todos los humanos que se expande entre las lineas del relato, me conozco más a mi mismo y al trabajo de la humanidad sobre la tierra.

 

[1] Bhagavata Purana

[2] Bhagavata Purana

[3] Vișnu Purana

[4] Shiva Purana

[5] rishi se puede traducir como “el que ve”

[6] Ouspensky, P.D. El Simbolismo del Tarot, Obelisco, 2007.

 

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