¿Qué deberían repetir los hijos de sus padres?

La repetición es una herramienta para integrar el Arte en nosotros, y la experiencia es una huella, una impronta en el alma, que nos hace mejores artistas”. Así explica qué es la repetición, y qué es una experiencia, Jorge Ariza, quien es un hombre generoso y atento, historiador del arte especializado en simbología medieval.

Esta respuesta se la grabé en audio la última vez que nos vimos y al hacer la transcripción he decidido escribir Arte en mayúsculas, porque sospecho que cuando Jorge dijo “arte”, en su respuesta, se refería al gran Arte. Al Arte universal, o acto creativo continuo. Porque, cuando prestamos atención, podemos ver que todo lo que somos es creatividad. La hoja que se seca y se convierte en nutrientes para el suelo o el niño que cambia de forma, crece y aprende nuevas maneras de relacionarse con el mundo. Toda esta transformación continua es creatividad. La idea que tenemos de quienes somos se va transformando, a medida que vivimos, y cuando cambia la idea de quienes somos, cambia la idea que tenemos del mundo. Nuestra interpretación se transforma, y el mundo se vuelve distinto, porque todo esto que llamamos realidad está hecho de pura creatividad.

La repetición, acción tras acción, generación tras generación, célula a célula, teje este gran acto creativo.

En la historia que vengo relatando en las últimas entradas el rey Harischandra fue posponiendo el sacrificio de su hijo a Varuna, hasta que el hijo tuvo criterio propio y huyó. Rohitasva, el hijo de Harishchandra, se refugió en un ashram -en una comunidad espiritual-, en un bosque lejano. El rey no sabía dónde estaba su hijo y por tanto no lo podía sacrificar. Pero las noticias sí llegaban al ashram de Roshitashva, y el hijo supo que su padre había enfermado de gota, por no cumplir su palabra y no haber podido ejecutar el sacrificio que se le pedía. El hijo sintió entonces pena por su padre, le dolía que su padre estuviera pasando por aquél calvario y decidió volver al palacio para ofrecerse como sacrificio, y liberar así su progenitor del dolor. Pero para su sorpresa se apareció ante él Indra, el rey e los dioses, y le pidió que cambiara de opinión.

-Tu padre está ofuscado por el dolor y no dudará en sacrificarte para conseguir su alivio personal. Sería más práctico que esperaras su muerte, y volvieras entonces al palacio, para ser coronado.

Y volviendo a la cuestión del Arte, y la Creatividad, que ha introducido el Dr. Jorge Ariza, es importante parar para decir algo sobre Indra, y liberar algo de la coherencia que tiene comprimida en sus palabras esta historia:

Pensemos en los deva como corrientes que agitan esta realidad maleable. Como corrientes marinas en el océano, pero en este caso corrientes que agitan los procesos de transformación naturales, sociales y psíquicos. Corrientes que dan forma tanto a las hojas de las plantas como a las estrellas, igual que introducen burbujas en el agua. Corrientes que une unen una forma con otra mediante el deseo. E Indra es quien dirige todas estas corrientes: el rey de los deva. Los sentidos se llaman Indriya, en sánscrito, porque pertenecen a Indra. Todo lo que percibimos y concebimos forma parte de la red de Indra (Indra jāla), un conglomerado, o red, de diamantes que se reflejan entre sí. Cada diamante de esta red refleja todos los otros, aunque de manera fragmentada.

Todo lo que concebía el hijo del rey con gota, Harischandra -lo que pensaba sobre sí mismo, y sobre su padre, y sobre el sufrimiento, era parte de esta red fragmentada de colores, sonidos, aromas, sensaciones, sabores, ideas, juicios, recuerdos y fantasías de la que formamos parte todos. Indra es el origen de este entramado. Su rey. Y, a la vez, Indra forma parte de esta red igual que nosotros. Fue esta voz la que le dijo al príncipe Rohitashva que un hijo no debería sacrificarse por su pare.

La repetición es lo que permite integrar al Arte en nosotros. La repetición nos integra en la red de Indra. Un día tras otro, respiración tras respiración, y generación tras generación. Un gesto repite en anterior. Pero si el próximo gesto desaparece, si el ritmo termina, porque un pulso absorbido por el anterior, no hay repetición; y no hay arte.

Como padre, no me gustaría que mi hija tuviera que remendar mis errores, o cargar con mis fobias y mis sufrimientos. Mi hija repetirá muchos de mis patrones, porque son los que aprenderá, pero los deva, las corrientes que mueven la realidad, la llamarán a ir más allá de sí misma, y espero que sepa aprovechar su ímpetu para superar mis limitaciones.

Por la libertad de todos los hijos, sobrinos y huérfanos, y por el bien mayor, deseo que aprendamos a repetir aquello que nos libera, y no nos dejemos engullir por el pasado. Que la experiencia de la liberación sea la que deje la mayor impronta en Nuestra alma, para que la podamos repetir.

En la próxima entrada veremos qué hizo el rey Harischandra para liberarse de su maldición, sin la ayuda de su hijo Rohitashva.

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Información: La mitología como viaje interior.

¿Qué es el arte espiritual?

Cuenta la historia que en una ciudad india, hace bastantes años pero tampoco tantos, había un gurú muy querido por sus discípulos, quien prometía una visión (darshan) de Dios (bhagavan) a quien quisiera, pagando un precio razonable.

El gurú era apuesto, y preparaba una habitación especial llena de humo de incienso y con muy poca luz, al fondo de la cual se sentaba él sobre un trono y se ponía una corona de joyas sobre la cabeza. El gurú se vestía con una tela tradicional amarilla y sostenía un disco de metal con una mano y con la otra una maza. Un discípulo del gurú se colocaba detrás de él, sosteniendo una flor de loto en una mano y una concha marina con la otra.

Los discípulos hacían pasar a los interesados a la habitación oscura, pero les advertían antes de que la visión de Bhagaván es muy intensa y si se quedaban demasiado tiempo podían quedar ciegos, o morir. Así hacían pasar a los asustados buscadores de la visión por la habitación un mero instante, y nadie se atrevía a abrir los ojos del todo.

De esa manera el gurú ganó mucho dinero, pero un día murió y dejó a sus discípulos. Nadie tenía una cara tan bella como la del gurú, para poder seguir representando a Bhagaván con sus cuatro brazos. Pero había uno de los discípulos que era un ladrón, y allí donde iba robaba. Fue atrapado muchas veces, y al final el rey de la zona decretó que le cortaran la nariz como castigo.

Un policía ejecutó la orden, y la sorpresa fue que al momento de perder la nariz el discípulo se levantó cantando y bailando. Cuando le preguntaban por qué estaba tan dichoso decía que era porque veía a Dios en todas partes.

El discípulo siguió cantando y bailando por las calles de la ciudad, y cuando la gente le preguntaba por qué ellos no veían con tanta facilidad a Bhagaván, él les decía que era porque tenían la nariz delante de los ojos, y esta no les dejaba ver.

Poco a poco, más personas comenzaron a pedirle al discípulo que les liberara de su nariz, y todos se ponían a bailar y cantar de felicidad, proclamando que ahora veían a Bhagaván por todas partes. Aquellos nuevos conversos liberaban, a su vez, a otros, y en poco tiempo ese grupo creció tanto que se les empezó a conocer como el credo de las narices cortadas.

Se hicieron muy conocidos y empezaron a recibir donaciones de todas partes. Con esos ingresos el grupo de las narices cortadas podía comprar comida y vivían juntos en las plazas y parques de la ciudad, cantando y bailando siempre, celebrando la presencia de Bhagaván.

Las autoridades locales se incomodaron con la creciente presencia de los narices cortadas en la calle, y el rey decidió expulsarlos del reino. El grupo se dividió, pero la mayoría de miembros emigraron juntos al reino contiguo, y ocuparon las plazas de la capital con sus cantos y danzas.

Dado que la fama del grupo le precedía, el rey del lugar decidió reunirse con ellos, y los representantes de los narices cortadas le explicaron que Bhagaván estaba en todas partes, y si se liberaba de su nariz podría verlo con sus propios ojos.

La convicción con que se lo contaron, y la pasión de las danzas y cantos del grupo, convenció al rey. Pero, como encargado del bienestar del pueblo, el rey se sintió responsable de que todos sus súbitos pudieran disfrutar de la misma iluminación. ¿Por qué dejar que unos pocos vieran a Bhagaván y el resto quedara sumido en la ignorancia? El rey pensó que sería mejor decretar que todo el reino perdiera la nariz el próximo lunes; así verían todos a Bhagaván.

Cuando el rey transmitió la decisión a sus consejeros uno de ellos no quedó convencido. Volvió muy preocupado a su casa y le contó lo que se había hablado en el palacio a su padre, quien también había sido consejero del rey. Ese consejero retirado también se preocupó mucho, y por la mañana acompañó a su hijo al palacio para hablar con el monarca:

-Su majestad, hay algo sospechoso en esta propuesta. Los ojos están por encima de la nariz, nunca se ha oído que la nariz bloquee nuestra visión. Con su permiso, me ofrezco a perder la nariz primero. Yo soy anciano y no tengo nada que perder. Si veo a Bhagaván lo diré, pero si hay alguna pega seré sincero y explicaré exactamente lo que me esté pasando.

El rey se convenció de que valía la pena hacer la prueba y citaron al representante de las narices cortadas para que hiciera su labor.

La nariz del padre del consejero fue cercenada, y el líder de los narices cortadas se acercó a su oreja para susurrarle el mantra secreto que se entrega con cada iniciación, pero dijo:

-Ahora que tienes la nariz cortada la gente te va a señalar en la calle y se van a reir de ti. Vas a perder respeto allí donde vayas; te conviene cantar y bailar como nosotros, y decir que ves a Bhagaván en todas partes, para que te admiren como a un santo.

El padre del consejero se levantó entonces y contó al rey lo que le habían dicho. La secta de las narices cortadas fue expulsada del reino y sus miembros se dispersaron por las tierras circundantes.

Esta es la historia de la secta de las narices cortadas, que recoge la autora Kirin Narayan en el libro Storytelleres, saints and scoundrels (narradores, santos y granujas), en el que recopila y analiza las historias que contaba un humilde maestro espiritual en la ciudad de Nasik, en los años ochenta. El nombre del maestro espiritual no se menciona en el libro, por pedido de él. La autora se limita a llamarlo Swamiji, “querido maestro”, y tras compartir esta narración comparte también el comentario del maestro:

<<Dios no tiene forma. No puedes verlo con estos ojos, pero puedes percibirle con la sabiduría. La sabiduría es Dios. Si pones tu mirada en la materia, tu propia forma será la forma de Dios. La auténtica identidad de cada uno es divina. ¿Por qué no entendemos que todos somos, juntos, Bhagaván (la fuente universal)? Tenemos que dejar de odiarnos, abandonar los celos, la malicia, la traición. ¿Pues a quién estamos atacando, sino a Dios?>>

Y el comentario del swami ayuda a recordar que esta historia contiene más sutilezas de las que aparecen a primera vista:

Porque si Dios, o Bhagaván, lo es todo, ¿quién está capacitado para decir que lo ve más que los otros? ¿O para decir que lo entiende mejor? Y yendo un paso más lejos, ¿qué más queda para buscar, si lo que buscamos está en nuestra propia cara, y en nuestra propia mirada?

La historia de los narices cortadas habla de Dios, de ver a Dios. A quienes hemos recibido una educación atea el ver a Dios parece superfluo, o no es ninguna prioridad. Pero, tengo que decir, que a veces la diferencia entre ateísmo y religión no es más que linguística. Porque Dios no tiene un solo nombre, lo llamamos fuente universal (bhagaván), el origen y lo que mantiene todo (Ishvara), o la guía, ideal, vía que siguen todos los hombres y mujeres (Narayana), pero sigue siendo lo mismo. Y si no queremos creer en ningún principio unificador, sino que nos parece más convincente pensar que el mundo es un caos, como una tormenta de posibilidades en conflicto, igualmente anhelaremos manifestar en él algunas acciones (krithi). Queremos expresar nuestra visión del mundo, comunicar con el entorno aquello en lo que creemos (Vac). Crecer, descubrir o realizar una manera de ser nuestra (shri), pero que es tan íntima y personal, tan “nuestra”, que creemos en ella como en algo eterno. Creemos en una manera “como el mundo debería ser”, y si no queremos llamar a esto Dios es nuestro derecho, pero más allá de los nombres, las cualidades que nos mueven, aquello que anhelamos, apunta a lo mismo. Con lenguajes distintos.

Los narices cortadas buscaban la verdad, inicialmente. Después se toparon con el miedo, y buscaron volver al mundo, a la aceptación general, diciendo que veían a Dios en todas partes. Para que les diéramos un lugar en la sociedad. Y la paradoja es que, al fin, no mentían. Porque todo lo que veían era, efectivamente, Bhagaván: las emanaciones de la fuente universal. Y quizá el único error fue decir que solo ellos lo veían, y los demás no. Pero eso no lo han hecho solo los narices cortadas. Nosotros también lo hacemos, cada día: ¿o cuántas veces a lo largo de una jornada pensamos que los demás deberían ver el mundo como nosotros lo hacemos?

Este blog forma parte de una performance de 12 años, un voto, que consiste en narrar y estudiar el Mahābhārata, presentando eventos de narración, cursos, escritos, dibujos y todo lo que este acto inspire, en distintas localidades, en formato presencial y online. Quien siga la performance en directo, durante los 12 años, o lo que quede de ellos, podrá vivenciar un acercamiento respetuoso al Mahābhārata, en el que el artista se pone en manos de la obra y no al revés. Y este año, que es el sexto de la performance, está basado en la pregunta de quién es Krishna y cómo se le puede reconocer. En la entrada pasada prometí que hablaría de la muerte de Krishna, pero antes de hacerlo era importante para mí compartir esta historia de los narices cortadas, porque ilustra algo que me parece crucial, para este año y para los seis que quedan: la realización de que para buscar a Krishna hay que buscar el mundo. Para reconocer a Krishna hay que entender al mundo, y para entender al mundo hay que creer, primero, que algo así es posible. Hablar, hacer, pensar, ver, crear, todo, con la certeza de que se puede comprender al mundo, y hacer las paces con todos sus aspectos, con la vida y con la muerte. Esta manera de crear es el arte espiritual. Una obra que refleje la búsqueda del mundo en el mundo. Esto es el arte espiritual. O una manera de explicarlo.

En el centro de la Bhagavad Gita Krishna se describe con una serie de descripciones mitológicas. Estoy haciendo una serie de encuentros en línea sobre la Bhagavag Gita y las narraciones mitológicas de Krishna. Si quieres asistir en vivo o recibir las grabaciones puedes escribir a: respirarelmahabharata@gmail.com

Tema: Baskerville 2 por Anders Noren.

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