El despliegue de la realidad

La repetición es aquello que pasa una y otra vez, de forma reiterada, puede ser infinita o finita[1].

Según mi hija de casi cuatro años, repetición es pintarse las uñas.

La experiencia es una vivencia que se ha integrado. La experiencia, o vivir algo, según mi hija Sarah Luna, es una estrella.

Cuando el mago Vishvamitra invocó a los dioses para elevar al rey Trishanku en cuerpo a los cielos, ninguno de los brillantes (deva) acudió al llamado. Pero Vishvamitra, con el ceño fruncido, ordenó a sus ayudantes seguir con el ritual. Las incantaciones, y las oblaciones, seguían y, aun sin la aprobación de los deva, el cuerpo de Trishanku empezó a elevarse y ascender por los mundos sutiles. Por la fuerza de Vishvamitra Trishanku acabó apareciendo en los cielos de Indra, el rey de los luminosos, quien, cuando vio a aquel transgresor, lo golpeó con un destello cegador que hizo caer el cuerpo de Trishanku, cabeza abajo, de vuelta al plano terrenal.

Al ver aquello Vishvamitra entró en cólera y, haciendo un uso prodigioso de sus poderes mágicos empezó a crear en la dirección meridional nuevas constelaciones (Nakshatra) y nuevos servidores divinos (gaņa). A medida que Trishanku caía invertido aparecía un cielo paralelo a su alrededor. Nuevos mundos, y nuevos planos, semejantes a los existentes. Y Vishvamitra amenazó con crear él mismo una nueva dinastía de deva, con un nuevo Indra, o rey de los deva, que aceptara a Trishanku en sus cielos.

Entonces Indra, y sus acompañantes, aparecieron ante Vishvamitra en postura de súplica, y le hablaron en un tono apaciguador:

-Entiéndenos Vishvamitra. El cuerpo de Trishanku es impuro. No está preparado para vivir en los cielos. Lo que pretendes es forzar la realidad, no será provechoso para nadie. No puedes romper el mundo por el capricho de una persona.

Y Vishvamitra entendió, y recapacitó, pero no podía faltar a su palabra y fallar a Trishanku. Así que Vishvamitra dejó a Trishanku brillar, así como estaba, en los cielos del sur. Trishanku (cuyo nombre significa “tres bultos”, o “tres clavijas”, por una deformidad de su cabeza que lo hacía parecer como si tuviera tres cuernos) se convirtió en la constelación más fija e los cielos del sur, la que apunta hacia la dirección del polo antárctico.

Los pueblos que crecieron bajo los cielos del sur relacionaron la constelación de Trishanku con la pisada del ñandú, o súri, el ave que se denomina también avestruz. En diferentes narraciones del mismo evento se cuenta que el avestruz huyó de un cazador hacia llegar al “país de arriba”, y refugiarse junto al río celestial (gaṅgā, vía láctea) desde donde desciende, en forma de alimento, a la tierra, a medida que el fondo oscuro en el que flotan las estrellas consume el brillo de la vida.

La constelación de cuatro estrellas relacionada con la pisada del ñandú, o Trishanku, por el proceso de precesión de la tierra, se podía ver desde el hemisferio norte en épocas bíblicas (s. XI-VII aec), y hasta el primer siglo de la era común. Plinio el viejo, el militar y “geógrafo” romano, la menciona en su Historia natural, como una constelación que en su época se podía ver todavía desde Egipto.

En La divina comedia, relato de un viaje místico por los mundos sutiles, comparable al del rey Trishanku, el autor relata su descenso por los círculos infernales hacia la dirección “inversa” al cielo, por cuyo fondo salió al cielo del purgatorio, donde distinguió “cuatro estrellas vistas por los primeros humanos”. Desde ese lugar ascendió el narrador de La divina comedia hacia los pies del trono divino.

Cuando en 1505 el marinero portugués Hernando Magallanes aprendió la utilidad naval de esta constelación de cuatro estrellas como indicador del polo sur de la tierra, la bautizó como “cruz del sur”, influenciado por la lectura de La divina comedia, que seguía siendo un texto de referencia en su época.

Ahora, desde las estrellas australes, quiero recordar la razón de ser de este blog, que es la narración en 12 años del Mahābhārata. Y recuerdo, también, que en este séptimo año de Respirar el Mahābhārata toca pasar por la minuciosa y extensa descripción de la batalla de Kurukshetra, el cruento evento de destrucción total que terminó con todos los guerreros de la tierra. Como dije en una de las primeras entradas de este año, no quiero caer en banalizaciones injustas de la guerra, una experiencia que escapa la comprensión emocional: para no repetirme transcurro historias paralelas, como estas vivencias de Vishvamitra que estoy compartiendo. De fondo, sin embargo, continua la guerra. Y hay algo importante en esta historia de Trishanku en relación a la guerra: la relación de la creatividad interior con la materia. El ascenso o descenso por los 14 planos de la realidad (cielos e infiernos), tiene que ver con el mundo imaginal, que es tan interno como externo, y la fuente de la materia.

En el Vastu Sutra Upanishad (5.21) los alumnos de Pippālada, experto en construcción de espacios e imágenes sagradas, le preguntan por la naturaleza de los 14 planos. Pippāladda invoca primero a Rudra de los cien pelos diciendo ¡Oh Rudra, aparta mi miedo, Rudra de las cien cabezas; calma mi miedo!

¡Alabanzas a ti, en forma de toro de cien pelos, quien eres la materialización del Dharma!

Después Pippālada explica que la palabra con la que se hacen los rituales es el mantra. El mantra produce dhvani, una “resonancia” interior por la que se aparecen los atributos divinos, o los atributos de la realidad profunda de las cosas. Los rishi son quienes ven estos atributos. Las características de estos atributos son las del orden cósmico (ŗtam). Según estos atributos los rishi toman forma en el mundo de las personas. De estos atributos se forman los arquetipos (rūpa) y en ellos aparece la naturaleza de las cosas (bhāva). De la naturaleza interna la cualidad, de la cualidad la acción y la práctica religiosa (ācara). De la práctica religiosa el método (upāya), del método (o la repetición) la acción ritual. Con la acción ritual se encuentra el sentido, con el sentido aparecen las formas de los deva, de las formas se derivan las imágenes. De la comprensión de la forma nace la producción de imágenes.

Las estrellas, y todo lo que vemos, son una puerta a la raíz de la creatividad que tenemos en nuestro interior, y esta creatividad necesita una regulación ritual, para recibir la dedicación y la atención adecuadas. No hay nada que no tenga su origen en la creatividad, y nada de lo que existe no ha pasado antes por el mundo imaginal, el de las formas sutiles. También la guerra. Porque que antes de la guerra física viene la crítica, el desprecio, el orgullo, la diferenciación, la acusación, y otras divisiones internas que cristalizan en acciones contrarias a la paz. Para poder colaborar entre hemisferios, y entre la tierra y la humanidad, no podemos “romper la realidad”; no podemos ir en contra del mundo. Lo que nos une, y nos separa, como humanidad y como terrícolas, son las narraciones que nos hacemos sobre nosotros, nuestra familia, país, comunidad religiosa y terrestre.  

Porque nada de esto es como nos lo explicamos exactamente, no somos lo que nos pensamos que somos, y el país y la comunidad son una convención, con el poder de destruir o salvar al planeta. Y quien rige todo esto no es ninguno de nosotros. Tampoco los deva.

Oh Rudra, toro con mil cuernos, ilumina mis pasos. Liberame de mis obsesiones y permíteme volver a mi propósito real.


[1] Quien ha respondido en esta entrada la pregunta de ¿qué es la repetición? Y ¿qué es una experiencia? Es Daniel Majá, ilustrador, practicante de yoga y buscador espiritual, con quien estamos desarrollando un proyecto que iré anunciando a medida que avancemos en él.

Hay una guerra en el cielo

Más allá de los confines del mundo, y más allá de todo ciclo temporal; allí donde rugen las tormentas de lo indefinido; los dioses colaboraron una vez -esa sola vez- con sus enemigos eternos.

Los dioses (que brillan como el amanecer, la amistad, el fuego, el oro y la sinceridad) colaboraron con los Asura, quienes avarician el poder y controlar la vida. Juntos, por aquella sola vez, los enemigos unieron fuerzas para remover las aguas cósmicas que conectan todos los mundos: para extraer de ellas una esencia. Igual que se bate la leche para producir mantequilla, o se frota la madera para encender un fuego, así giraron juntos las aguas cósmicas los Dioses y los Asura.

Así lo cuentan las memorias antiguas. Y en el momento en el que el elixir de la inmortalidad salió de las aguas universales terminó la colaboración de Dioses y Asura. En el momento en el que vieron al elixir salir de las aguas, los Asura se abalanzaron sobre él y comenzó una guerra que continúa todavía. En todos los mundos, en todos los tiempos, hay una lucha absurda por la verdad. Porque así es la mente de la confusión: cada vez más inquisitiva, y a la vez más pequeña. La mente de la confusión es como un pequeño cuchillo para cortar el mundo a pedazos. Y así es como la división se posa sobre nosotros como un bochorno húmedo y pesado. Como un malestar compartido.

El Mahābhārata es un gran libro, claro como el agua limpia. Habla del ser humano, de nuestros miedos y anhelos, del sufrimiento y los dioses que nos guían. De los espíritus invisibles, del hombre, la mujer, y de la atracción y el miedo que nos tenemos. Y en el Mahābhārata hay un capítulo que se llama Bhagavad Gita: el canto de la fuente universal, donde Dios le habla a un guerrero para que deje de sufrir. Y lo que le dice es cristalino: que no se pierda en pequeñeces y confíe, más allá de la comprensión. Y por mucho que intentemos cortar la facilidad de este mensaje, y lo diseccionemos en opiniones, contextualizaciones  e interpretaciones parciales enfrentadas todas entre todas, la realidad siempre nos excederá. La realidad nos engulle, nos sostiene y nos pare. A la realidad no le afectan nuestros cuchillos, nuestras barreras, ni nuestros gritos, porque también forman parte de ella.

Entre lo que es cierto, y lo que sé; entre lo que entiendo, y lo que hay; entre mi idea, y la tuya; entre lo cercano y lo inalcanzable; entre lo que está y lo que no. Entre el bosque y el verano, entre la abeja y el sendero, entre la sombra y el aroma de una flor. Entre la lluvia y la tierra. Entre el pájaro y el horizonte, o entre la nube y el cielo, se regocija aquello que no puede morir.

En esta entrada es un intento de expresar la tristeza que me causan todas las discusiones innecesarias, y las tomas de poder intelectual, cada vez que decidimos que somos nosotros quienes entendemos “de verdad” como deberían ser las cosas. O cómo debería leerse un texto sagrado como la Bhagavad Gita.

El texto está influenciado por una narración oral del Mahābhārata que he escuchado durante los pasados quince días, a manos de Uma Jimenez, y el poema místico-erótico del autor medieval Jayadeva, llamado Gitagovinda. Poema que narra los dolores y placeres de Krishna y su amada Radha, así como las compañeras de esta.

Este sexto año de Respirar el Mahābhārata está basado en la búsqueda interior de Krishna. Si quieres participar, o recibir también los videos que estoy haciendo en paralelo sobre los elementos mitológicos de la Bhagavad Gita, y la descripción iniciática que Krishna hace de sí mismo en ella, puedes escribir a respirarelmahabharata@gmail.com

Cómo respira el mundo

La verdad del universo en el que vivimos es inmanifiesta y, por tanto, transcendental: Es transcendental porque es eterna, y es lo que rige, en las profundidades, toda manifestación de la realidad.

Esta verdad es infinita e inescrutable. Es lo que controla todo y es omnifacética. No tiene olor, color o sabor; no emite sonido ni se puede tocar. No envejece, es estable e “inexhaustible”.

Está establecida en sí misma.

Este es el cuerpo cósmico de todos los seres vivos. Esto es lo único que existe al principio. No tiene principio ni final. Es sutil y está compuesto por tres tendencias: la pesadez, la acción revolucionaria y la ligereza. Cuando estas tendencias están en equilibrio todo duerme, y a esto se le llama la gran noche.

Al amanecer se despierta aquello que, por ser manifiesto, reside en todos los seres. Como si una cálida brisa de primavera agitara pasiones en una mujer, así se estremece la realidad en cada amanecer.

La gran semilla (Mahat) universal se remueve y separa en su interior la inteligencia (prajña), la facultad de discriminación (khyati), la memoria (smrti) y la comprensión (samvit).

Aparece entre estas cualidades la auto-valoración (abhimatra), y la sensación de ser el agente de la acción, el pensador o un alma individual (ahamkara). De esto surge toda la acción en el universo.

Las relaciones de tensión y reciprocidad entre estas cualidades producen unas vibraciones sutiles, que se mueven en este espacio inasible (akasha). Estas vibraciones constituyen el sonido (shabda).

Cuando, a causa de la agitación, la vibración se vuelve más densa, empieza a ser percibida por el tacto (sparsha) y los vaivenes del éter se convierten en el viento (vayu). De esta fricción táctil emerge el fuego (agni), que tiene forma y color (rupa): es perceptible a la mirada.

Las modificaciones que causa el calor forman la fluidez que produce los líquidos, que son el receptáculo del sabor (rasa). Cuando las aguas se modifican se forma la tierra, como el polvo que posa en su interior, y de la tierra sale el olor (gandha).

Ninguno de estos elementos era capaz de crear los seres por sí mismo, solo la completa unión entre ellos pudo crear el universo: todos los elementos burbujearon juntos y así nació lo que es capaz de conocer el campo de acción, lo que comprende el universo, el alma original (ksetrajña), al cual llamamos Brahma.

Brahma es el primer ser encarnado, el primero en un cuerpo, el creador de todos los seres vivos, que existe desde el inicio del universo. Los sabios lo llaman purusha (el que reside en el cuerpo), cisne o el nacido del útero dorado.

Los océanos se convirtieron en el líquido amniótico de esta gran alma y dentro de este útero, o huevo cósmico, evolucionó el universo compuesto de dioses y sus enemigos, humanos, la luna, el sol, las constelaciones, los planetas y el viento.

Cada día presencia la destrucción y el nacimiento de alguno de estos seres.

Al término de mil eras, finalmente se vuelven a equilibrar las cualidades universales y por cien años deja de llover. Esta terrible sequía destruye todos los seres vivos, que se disuelven y se convierten en tierra (Bhumi). El sol se levanta y resplandece con sus siete rayos; su energía se vuelve insportable. Con sus rayos, el sol, consume todas las aguas. Las aguas se vuelven brillantes y al evaporarse se convierten en siete soles, que queman del todo los mundos. Las llamas se mezclan con el fuego solar en una fiera unidad. Los planetas quemados parecen caparazones de tortugas. Los dioses y los animales astrales son disueltos en el calor. El fuego, con siete almas, reduce todos los planos a cenizas. No queda nada escondido y todo es iluminado por los rayos del sol, que penetran el universo entero.

Entonces flotan en el espacio nubes terribles con los restos del universo. Nubes en forma de elefantes gigantescos, embellecidos con relámpagos.

Algunas son oscuras como los lotos azules, otras parecen lirios acuáticos; algunas tienen el color del humo; algunas son amarillas; algunas tienen el color de los burros, y otras parecen laca. Otras son blancas como las caracolas, otras parecen arsénico rojo o palomas. Algunas parecen luciérnagas y otras son como el arco iris. Algunas flotan por el paraíso. Algunas son como montañas, algunas parecen grandes manadas de elefantes, otras son como pilas de brasas calientes y algunas son como bancos de peces.

Todas estas nubes llenan los firmamentos y estallan en truenos etruendosos que descargan torrentes de lluvia que apagan los fuegos.

El universo entero se sumerge en aguas. Todos los seres ya han desaparecido y en estas aguas oscuras se duerme el cuerpo cósmico.

Hasta el próximo amanecer.

 

Basado en Kurma Purana I-4 y II-45.

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