Cuerpo y aliento

Bhrigu (Bhṛgu) fue un sabio; un explorador infatigable del ser, de la comprensión y de lo correcto. Bhrigu navegó hacia las aguas del silencio, más allá de lasmpalabras y las formas.

En el fondo del océano cósmico Bhrigu se reunió con Varuna, el dios de las profundidades, para preguntar de qué estaba hecho el universo. Y Varuna lo envió a investigar las cuatro direcciones cardinales.

Yendo al este Bhrigu vio hombres que despedazaban a otros hombres.

Yendo después al norte Bhrigu vio como unos hombres se comían a otros en medio de gritos desgarradores.

Buscando después hacia el oeste, Bhrigu vio hombres sentados, comiéndose en silencio a otros hombres como ellos.

Continuando hacia el sur, Bhrigu vio más hombres siendo despedazados por otros, igual que los que lo hacían yendo hacia el este.

El sabio volvió al seno de las profundidades, en silencio. Había perdido la palabra.

-Los hombres que viste yendo al este son los árboles. – habló Varuna –Los del oeste fueron las manadas de animales. En el sur viste las hierbas y los que gritaban en el norte eran las aguas, que chillan en su lenguaje cuando son bebidas.

El mundo está hecho de alimento. Del espacio sale el aire, del aire el fuego, del fuego el agua, del agua la tierra, de la tierra las plantas, de las plantas la comida, de la comida el ser. Los seres están hechos de alimento, viven de alimento y al final se convierten en alimento.

El cuerpo está hecho de alimento y, junto a la respiración, vive. El hijo de la respiración, el hijo del diose del viento, el hijo de Prána (Prāņa), el aliento vital, fue Bhima. Bhima fue hermano del emperador del mundo. Bhima, junto a su hermano, fue expulsado de su reino por un ardid. Su historia se cuenta en el Mahabharata, el gran relato de la humanidad.

Cuando Bhima, sus hermanos, y la esposa que todos compartían tuvieron que tomar identidades falsas para huir de sus enemigos, Bhima trabajó como cocinero en la corte del rey Virata. Cocinero y Govikartṛ: carnicero. Y no cualquier carnicero, sino un sacrificador de vacas; el encargado de separar los órganos del ganado de la luz cada vez que se sacrificaba uno de estos apacibles mamíferos.

Cada noche, durante un año entero, cuando Bhima terminaba sus labores en la cocina y el matadero, se lavaba el olor a humo y especias de la cara y las fosas nasales. Se lavaba el pelo, y sentía la presencia de su padre, el viento, en la piel. Su corazón roto viajaba hacia su esposa, quien dormía con las concubinas en el mismo palacio. Separados por un puñado de pasadizos y paredes, más uno o dos patios, los dos amantes miraban las mismas estrellas.

Reyes exiliados. Amantes distanciados por las circunstancias políticas. Se reconocían al pasar, pero disimulaban,

Un año entero.

Y cuando Bhima vio como el general del reino golpeaba a su esposa; cómo la humillaba ante la corte en un festín, no hizo nada. Para no desvelar su identidad. Él, que podía arrancar árboles a manotazos.

Pero por supuesto que aquella situación no terminó bien. Bhima se encontró de noche a solas con el general y lo descuartizó como ganado. Por pegar a Draupadi, y quién sabe qué razón más.

La muerte del general fue humillante y no quiero repetirla. Quien quiera conocer los detalles grotescos puede leer el fragmento en el Mahabharata. Ningún resumen omite este macabro evento, porque hay algo ominoso, perturbador, conmovedor, en el cuerpo humano convertido en masa inerte. Cuando alguien, un sujeto -no importa si amado u odiado- se transforma en un trozo de carne, un escalofrío desagradable recorre nuestras espaldas. Primero. Después viene la náusea, Y después la emoción.

Cuando estamos demasiado enfurecidos, inatentos, confundidos o embotados -o sumidos en la negación- no queremos reconocerlo. Son muchas las maneras por las que intentamos evitar esta sensación. Pero vuelve. Repta por nuestra espalda cuando bajamos la guardia. La consciencia de la carne. De que somos alimento andante, impregnado de un aliento vital. Una mezcla que no comprendemos, que brilla en las estrellas y en el amor.

La vida es tan grande que puede incluir al amor, la violencia, incluso la muerte, en un mismo océano de profundidades incomprensibles. Tal vez en el silencio seré capaz de asumir su magnitud.

Fuentes:

Virata Parava, Mahabharata

Katha Upanishad (Kaṭhopaniṣad)

Taittirīya Upanishad, segundo Vali.

Artículo de Alf Hiltebeitel: Śiva, the Godess, and the Disguises of the Pāņdavas and Draupadi. Publicado por Chicago University Press en Journal of Religions, Vol. 20 Nº 1/2

¿Cómo nació el viento?

El fuego, para cumplir su función, para arder, necesita combustible y su combustible es el mundo. El combustible del fuego cósmico es el universo, todo lo que se incluye en él; también nosotros.
Nos consumimos en el fuego del tiempo hasta la evaporación, ¿pero por qué?, y ¿Cómo podemos aceptar la pérdida de aquellos que se consumen antes que nosotros?
Personas buenas, creativas, inspiradoras y cercanas a nuestro corazón; algunos de ellos incluso han sido ejemplo para cientos, o miles, de personas y ahora nos referimos a ellos con la palabra “muerto”. ¿Por qué es el mundo de los sentidos un mundo de partidas y despedidas?
En una de las dinastías que se expandieron con justicia sobre la tierra, durante los arcanos siglos de la casi olvidada era de la luz, cuando todos sabíamos lo que teníamos que hacer y lo hacíamos, reinó un monarca llamado Avikampaka. Sus carros fueron todos destruidos en la batalla y quedó a manos del enemigo. Su hijo se llamaba Hari y era iguala Nārāyaṇa en sus cualidades, pero fue muerto en la batalla.
Torturado por la temprana partida de su hijo, el rey deambuló sobre la tierra en busca de sosiego interior. Así se encontró a Nārada, el asceta quien era hijo del mismo impulso de creación universal. Nārada, el vidente, quien vive entre las estrellas y visita la tierra por compasión.
-Escucha con atención- le dijo Nārada al rey: -El señor de todas las criaturas es pura expansión (Lo llaman Brahmā, o Prajāpati). Lo que hace, ante todo, es crear, y al principio las criaturas que creaba no morían, solo se multiplicaban. Se volvían extremadamente viejos pero no morían, y se reproducían, así que todos los mundos se llenaron de tantos seres que nadie era capaz de respirar.
El creador pensaba y pensaba en una solución pero nada se le ocurría. No veía ninguna razón para su destrucción.
De la frustración del creador por esta situación, de la furia que crecía en su interior, nació un fuego que envolvió su cuerpo y quemó todas las direcciones, el cielo, la tierra, el firmamento y el universo entero, con sus seres móviles e inmóviles.
El gran abuelo se enfureció tanto que no quedó nada de la creación. Y entonces escuchó en su interior la voz de una bondad insondable -como si le hablara desde el lugar en el que el universo entero se puede refugiar- (Shiva):
-No deberías enfadarte con los que has creado.
-No estoy enfadado, ni es mi deseo que los sujetos dejen de existir, pero los destruyo para aligerar el peso de la tierra, que se está hundiendo en las aguas por culpa de tantas criaturas.
-Déjalos, al menos, que retornen, una vez destruidos.
Oyendo estas palabras, el creador (Brahmā) contuvo el fuego en su interior. El creador apretó tanto la furia en su interior que del fondo de su alma se manifestó de repente una joven mujer.
Era oscura y vestía atuendos rojos, y rojos eran también sus ojos, y las palmas de las manos. Llevaba pendientes celestiales y joyas divinas. Se colocó a la derecha de Brahmā y este le dijo:
-¡Muerte, cosecha a los sujetos! Te he pensado como la destructora. Destrúyelos, ya sean ignorantes o sabios. Destrúyelos sin diferenciar.
La diosa de la muerte llevaba una guirnalda de flores de loto, y se puso a llorar. Se dobló como un tallo sin fuerza y suplicó con las manos juntas:
-¿Cómo puedes enrolar a una señorita como yo en un acto tan terrible, oh tú, que eres temido por todos los seres? Puedes ver que estoy aterrorizada. Algunos de estos seres son niños, jóvenes y ancianos que no me han hecho ningún mal. Te lo suplico de rodillas. Habrán hijos queridos entre ellos; amigos, hermanos, madres y padres. Si los mato me temo que estaré cometiendo un gran crimen. La pena de los sobrevivientes me abrasará por la eternidad.
Pero Brahmā solo contestó:
-Oh muerte, te he ideado para la destrucción de los sujetos, no pienses más en la cuestión. Ve y destruye; ya no lo puedes remediar.
Pero la bella doncella no se podía mover. Se mantuvo ante Brahmā inmóvil y callada.
Y se dice que después se marchó y estuvo haciendo grandes ejercicios ascéticos, increíblemente difíciles de conseguir. Se mantuvo sobre un pié, canalizando la energía que atravesaba su cuerpo, durante quince millones de años.
Brahmā le volvió a ordenar que hiciera su misión pero ella contestó con más ascetismo (tapas) durante 18 millones de años. Después merodeó con los ciervos y volvió a ejercitar su resistencia por diez millones de años. Después cumplió un extraordinario voto de silencio. Vivió sumergida en el agua 18 millones de años. Peregrinó al Ganges y al monte Meru, en el centro del universo, y se mantuvo inmóvil allí, deseando el bien de todos los seres. Peregrinó al lugar donde se reúnen los dioses sobre el Himālaya y mantuvo el equilibrio sobre la punta de los dedos de los pies por un millón de años.
-Oh muerte, no habrá nada malo en tus actos. Actuaras de acuerdo al ritmo y los designios del universo (Dharma). Los sujetos se afligirán por las enfermedades pero no se te atribuirá ningún pecado. Serás hombre entre los hombres, mujer entre las mujeres y tercer sexo entre los andróginos.
Veo que caen las lágrimas de tus ojos y las estás sosteniendo en tus palmas. Estas lágrimas se convertirán en enfermedades entre los humanos; enfermedades con formas terribles. Oh muerte, en el momento apropiado afligirán a los seres, y cuando llegue su fin estos se verán unidos con el deseo y la rabia. Pero dado que no discriminarás en tu conducta, estarás actuando justamente y nada se te podrá reprochar.
Después de estas palabras la muerte se asustó y empezó a distribuir deseo y rabia para confundir a los seres y llevarlos a su destrucción. La lágrimas que vertía al hacer su trabajo se convertían en enfermedades.
Pero en ese mismo momento, para que pudieran volver, desde el interior de los seres nació Vāyu, el viento, terrible e inmensamente energético. El aliento de todos los seres, que emite un rugido atronador y atraviesa, y llena, y sale expulsado entre todos los cuerpos, los llena y los abandona, los conecta y los separa. Esta es la razón por la que el viento es especial y es conocido como dios de dioses. Todos los dioses tienen características mortales y los mortales tienen rasgos divinos.
-Oh león entre los reyes- concluyó Narada, -Usa tu inteligencia y no te apenes por los mortales. No llores más por tu hijo porque tu hijo ruge con el viento y truena con las tormentas. Reconócelo en la brisa que mece los cultivos y en el aliento que ahora mismo exhalas.

Vāyu, el dios viento, manifiesta las energías ocultas; es el revelador de la felicidad y el que hace todo trabajo. Viene cabalgando su carro de luz y felicidad a verter el elixir de la inmortalidad.
Vāyu acude, con su ímpetu huracanado, a derribar todas las barreras, todas las palabras y todas las expresiones.
Vāyu viene cabalgando noventa y nueve corceles brillantes, que se vuelven cientos, miles, y siguen en aumento.
Cuando llega Vāyu, el toro muge atronadoramente; grande es la Divinidad que ha entrado en los mortales.

Fuentes:
Mahābhārata, Moksha Dharma Parva 248-250
Rig Veda IV.50


Lo que se puede leer en este blog representa un diario del tránsito por este proyecto de 12 años que consiste en preparar 12 espectáculos basados en la narración oral del Mahābhārata, durante 12 años. El aspecto más importante de este proyecto son los encuentros de narración oral. En la puerta superior de la pantalla se pueden encontrar los enlaces a una explicación algo más detallada de la propuesta de este proyecto y a un calendario de los próximos encuentros a los que uno puede acudir.

Viento y ego

Cuando escribí la entrada pasada intenté experimentar con dos ideas que me venían interesando. Para mi gusto fracasé en las dos, pero la reflexión posterior me ha ayudado para madurar un poco más este proyecto.

Intenté esconder mis opiniones sobre la historia que elegí compartir y este es el fracaso sobre el que quiero escribir en esta entrada; del segundo hablaré en la próxima.

La semana pasada hice el experimento de intentar camuflar mis interpretaciones de la historia que elegí dentro de la manera en que opté por reescribirla. En lugar de presentar el esqueleto de una historia y después comentar qué significado tienen para mí los elementos que lo componen, o compararlos con los de otras historias, tal como había hecho en otras entradas, la semana pasada probé escribir una historia y expresar el estado por el que me encontraba en la misma narración, mediante las descripciones y el tono general del relato.

Para poner un ejemplo, donde en el original pone: «Hubo una vez un rey llamado Anga, nacido en la dinastía de Dhruva, devoto de Vishnu (Viṣņu) / Era muy religioso y bueno con sus súbitos / Abandonando su papel de rey y su reino, se fue en su vejez hacia el bosque a hacer tapasya», puse yo: «Anga fue un rey que durante toda su vida sustentó el universo con su energía. Llegó un punto en su vida en el que entendió que había cumplido con los deberes hacia su rol social y Anga decidió que el calor que movía su cuerpo ya podía disolverse en la temperatura del universo.

Anga se levantó y entró caminando en el bosque; sin dirección, sin pensar qué camino tomaba, esquivando la vegetación hacia la dirección que le dictara la intuición. El rey se fue alejando de la civilización de manera irreversible y acercándose con cada paso más hacia el silencio de la noche».

Las razones que me llevaron a reescribir el texto de esta manera tienen que ver con mi interpretación de los elementos que contiene este párrafo tan comprimido. En el texto original que usé no se puede leer literalmente que Anga sustentara el universo con su energía, por ejemplo, pero sí que pertenece a la dinastía de Dhruva y es devoto de Vishnu. Dhruva es un sabio con sangre real que fue expulsado de su reino a los cinco años y decidió verter todo su dolor a la ascesis espiritual, convirtiéndose ya en su infancia en un maestro de maestros. Y Dhruva se puede ver en el cielo también, porque Dhruva terminó convirtiendose en la estrella polar. Dhruva marca la dirección a navegantes y nómadas porque el resto de estrellas giran a su alrededor. Cuando una historia habla de Dhruva, no puedo dejar de tomar en cuenta el valor simbólico de este nombre. Al mismo tiempo, la historia que compartí en la entrada pasada habla de la creación de la tierra, y Anga, el rey con el que comienza el relato, vivió de alguna manera antes de que la tierra tuviera la forma que tiene ahora, la que nosotros conocemos.

Si Anga fue un rey (con toda la carga simbólica que contiene este epíteto), y además vivió antes de que existiera la tierra, no puede ser una persona común sino algo más. Por estas razones, por sus cualidades simbólicas y su relación con la estrella polar, opté por escribir que Anga «sustentó el universo con su energía».

Encuentro mi elección al re-narrar la historia justificada, pero el experimento de la entrada pasada fracasó, a mi gusto, porque no llegó a cumplir con el objetivo general de este proyecto. En mi opinión el tesoro de las historias que el Mahabharata o los Purana  nos ofrecen es su fluidez, y el hecho de que aún si los oímos por primera vez siempre nos parecen recordar algo que ya vivimos, algún evento atemporal, que pasó hace miles de años, sigue pasando y seguirá pasando en el futuro. Para conseguir transcender las coordenadas a las que se aferra el ego (como por ejemplo: «los purana son recopilaciones de mitología oral procedente principalmente del norte de la actual India, puestos por escrito en los primeros siglos de la era común») las historias sagradas de la india están tejidas como un urdimbre de símbolos y cada frase, en cada historia, remite siempre a varias otras historias, que a su vez remiten a otras, de manera que todas las historias están conectadas con un gran y único evento, que es la existencia misma, en todos sus planos. Cuantos más relatos sagrados indios conoce uno, más se da cuenta del nivel de detalle y minuciosidad con el que todos están relacionados entre sí, y más se expone a la manera por la que unas narraciones pueden transcender el propio lenguaje que las expresa. Sin embargo si se leen sin la atención y la actitud adecuada, la mayoría de estos relatos pueden parecer demasiado crípticos y en lugar de abrir el corazón del oyente/lector a la curiosidad y la energía vital pueden provocar rechazo, o desinterés y aburrimiento. Los relatos del Mahabharata y los Purana son un tesoro que cuando se expande puede catalizar en las personas que los comparten curiosidad por lo desconocido y ganas de explorar la vida, así como la manera más correcta de vivirla, porque nos recuerdan que somos más de lo que creemos, que el mundo es más de lo que pensamos y que todo importada, cada acto y cada palabra. Esto, para mí, es el objetivo del arte en general y es por esto que sigo creyendo en este proyecto. Pero para que la semilla de estas historias crezca es necesario propiciarles las condiciones necesarias y encuentro que la manera en que quise re-escribir los elementos simbólicos de la historia de la entrada pasada fue menos efectiva que si los hubiera explicado. La razón por la que resultó menos efectiva no radica necesariamente en la decisión que tomé sino en cómo lo hice, y al explicar esto estoy también enlazando este escrito con el segundo fracaso de la entrada anterior, el cual desarrollaré mejor en la siguiente entrada dentro de quince días.

El objetivo de investigar maneras de compartir historias sagradas me ha atraído hacia la tradición de narración medicinal de las culturas llamadas nativas de los Estados Unidos y estoy especialmente influenciado este verano por el trabajo de un autor llamado Lewis Mehl-Madrona, quien está haciendo el trabajo fascinante de construir un puente entre sus estudios de medicina y psicología con la tradición Lakota y Cherokee de la que proviene por linaje. El trabajo de Lewis Mehl-Madrona está enfocado a la investigación del uso de la narración dentro del proceso de sanación de una enfermedad, física o mental, en la tradición nativa americana. Según su punto de vista para que una narración sea sanadora debe responder a las preguntas «¿Por qué está usted aquí?», «¿De dónde vino usted?» y «¿Quién es usted?».

La visión de Lewis Mehl-Madrona se refiere a una exposición oral de la historia, en la que el narrador puede preguntar directamente al oyente estas tres preguntas y enlazarlas con la historia sagrada. En el caso de una exposición por escrito de la historia, en la que quién escribe no tiene contacto directo con el lector, el escritor podría por lo menos, y como mínimo, tratar de responder estas tres preguntas sobre sí mismo al re-narrar la historia a su manera. En el caso de la entrada anterior yo no hice esto. Más bien, para interpretar la historia, registré el cajón de información que tengo sobre los símbolos que pude reconocer en el texto e hice una interpretación que si bien puede estar alimentada por el sentimiento de asombro y entusiasmo, tiene poco contacto con mi narración personal. Es una exposición que tiene poco contacto con la narración que usa mi ego para situarse frente a la historia sagrada y para interpretarla. Tiene poco contacto con una historia que cuente qué razón me llevó a elegir qué historia contar en la entrada de la semana pasada, o con la explicación de por qué me afectaba personalmente la historia de la creación de la tierra más que otras, y cómo llegué a conocerla. Darle demasiado protagonismo a mi opinión sobre sobre una historia sagrada puede resultar tedioso pero intentar eludir la historia de mi ego para contarla resulta en un distanciamiento de la transmisión y la historia narrada o escrita se vuelve distante; encontrar el equilibrio entre estos dos polos es todo un misterio.

La razón por la que me intereso ahora por un relato sobre prithvi (pŗthvī), la tierra, es porque estoy preparando la narración del primer libro del Mahabharata que tendrá lugar el próximo 12 de Diciembre en Barcelona. La narración de este primer año del proyecto del Mahabharata terminará con el nacimiento de Bhishma, pariente de los Pandava. Bhishma representa el nacimiento en forma humana de los ocho Vasu, y para mejorar la experiencia de este evento estoy buscando historias sobre cada uno de los Vasu, y uno de ellos es la tierra. Una de las fuentes que he usado es el Bŗhadāraņyaka Upanișad, un texto filosófico que contiene algunos capítulos dirigidos específicamente a explicar la relación de los Vasu con el cuerpo humano y el mundo. En la primera parte de este escrito se dice que «los tres mundos son: el órgano de la palabra (la tierra), el firmamento (la mente), y la energía vital (que es aquel mundo, el cielo)» (B.U. I,V,4), lo cual me hace pensar directamente en la relación que tengo con estas historias sagradas. Para mí el Mahabharata es una forma de meditación grupal, donde las palabras unen a los que compartimos estas historias en estructuras mentales que forman una arquitectura conceptual que permite que la fantasía y la creatividad encuentren lugares para desarrollarse y entretenerse pero canalizando toda este impulso humano hacia una mayor conexión con el mundo y con el impulso de vivir una vida útil, o de estar presente en el mundo. Son historias que alinean los tres mundos, «el de los dioses, el de los antepasados y el de los hombres. El órgano de la palabra es los dioses, la mente, los antepasados, y la energía vital, los hombres» (U.P. I,V,6). Porque las palabras forman estructuras que compartimos pero nunca entendemos del todo su alcance, la mente que las interpreta está influenciada por las costumbres heredadas del entorno cultural y familiar y lo que mueve la búsqueda de la mente entre el bosque de las palabras es la energía de los cuerpos humanos, que se alimentan del universo y le sirven a su vez de alimento.

Esta energía vital que impulsa la búsqueda constante de lo nuevo, o lo desconocido, es también uno de los nombres de Vāyu, uno de los Vasu que se encarnan en Bhishma. Vāyu se traduce por viento, pero esto no se refiere necesariamente al viento que conocemos como fenómeno meteorológico, a la ráfaga de aire, sino a otros movimientos más sutiles de energía. Se dice que «Vāyu es discípulo de Brahmā», la expansión del universo (Vāyu Purāņa 2.26-41). «Puede acceder a todo directamente. Posee los ocho poderes sobrenaturales como Aņimā, o el poder de convertirse en un elemento pequeño como un átomo».

«Vāyu sostiene todos los mundos y sus características, tanto las especies humanas como las no-humanas; fluye perpetuamente entre los siete planos». Porque Vāyu es la energía que fluye entre el cuerpo físico y los conceptos mentales, que son las coordenadas en las que se mueve la voluntad del cuerpo. Vāyu es la energía que empuja estos dos mundos, el físico y el mental, más allá: hacia lo desconocido. De la misma manera que el cuerpo físico se mueve desde la infancia hacia la vejez la curiosidad también busca penetrar estos espacios para los que no tiene todavía palabras. Vāyu «alimenta los cuerpos de los seres vivos impulsándolos a través de los órganos de sensación y actividad. Los sabios dicen que su origen es el éter, sus atributos el sonido y el éter y que fue el origen del fuego. Vāyu conoce todas las historias sagradas y con palabras dulces deleita a los estudiosos.» Vāyu es el impulso de vida que se mueve por el universo y lo transforma. Es el impulso que cuenta las historias sagradas. Es lo que mueve el acto artístico. Esto me importa, porque Vāyu es uno de los ocho Vasu sobre los que voy a querer hablar el próximo 12 de Diciembre, y quiero hablar de Vāyu y el Mahbaharata porque las historias sagradas son el tesoro del arte. Las historias sagradas representan una expresión artística que alinea la curiosidad y placer sensorial e intelectual humano con el mundo.

Si relaciono estas historias con mi historia, puedo ver como mi vida está movida por un fuerte apetito intelectual que topa constantemente con la constatación de que la comprensión racional de uno mismo, del propio entorno y del propio pasado, es imposible y por tanto una fuente de insatisfacción. Sin embargo la mente existe, y el apetito sigue allí, y las historias sagradas ofrecen una preciosa obra edificada con enormes ventanas por las que puede entrar y salir el viento de la vida.

De la misma manera que ciertas posturas corporales pueden cambiar el estado de ánimo, las historias sagradas son “posturas mentales” que sanean mi manejo de la curiosidad y estructuran la interpretación que hago del mundo. A la luz de estas historias, sin necesidad de creer que son la única explicación correcta del mundo (porque tampoco existe, una única manera de explicar la realidad) puedo observar el sufrimiento y la injusticia, por ejemplo, y asumir su existencia y mis pocas posibilidades de actuar al respeto, sin derivar necesariamente hacia el derrotismo y la depresión. Porque las historias sagradas tienen algo de hipnosis sanadora, que abre espacios en nuestro ego para que Vayu pueda circular con libertad, y esto es un tesoro. Y como dice Lewis Mehl-Madrona, las historias sagradas contienen una energía que se libera cuando se cuentan, y como dice también mi amigo y mentor Amir Peter, la única falta de respeto que le puedes hacer a una historia es conocerla y no contarla. Es por esto que decidí compartir la historia sobre la creación de la tierra, y sobre el segundo fracaso de la entrada anterior escribiré en la próxima entrada, sino esta entrada se alargaría demasiado.

 

Up ↑