Rituales de paso

Una experiencia es algo que cala muy hondo y, aunque sea algo que no entiendas enseguida, vuelve; y al volver, da sentido a algo que puedas estar redescubriendo, pero en su momento no supiste reconocer como algo que dio sentido al hecho de hacer, o de estar, o de vivir. Una experiencia puede pasar desapercibida a nivel mental, pero aflorar después y convertirse en una experiencia, para dar la sensación de estar repitiendo algo que estemos viviendo[1].

Lo que experimentamos no es lineal, es algo que tiene muchos planos, y a veces los planos se encuentran. De repente algo hace que aquello que había pasado vuelva a aflorar, pero como ya estamos en otro lugar, en otro momento de nuestra vida, eso que ha vuelto a aflorar nos llega como una experiencia. No como un déjà vu, sino como algo que nos hace conectar con alguna memoria profunda. Quizá una memoria nuestra, o quizá otro tipo de memoria…

…Cuando Harischandra, el hijo de Trishanku (el rey de quien terminé de hablar en la entrada anterior) se encontró con dificultades para tener hijos acudió a Vishvamitra, y Vishvamitra le recomendó meditar a solas en el bosque sobre el dios Varuna.

Entonces la atención del rey volvió hacia la libertad original (Aditi), madre de todos los dioses. Y vio el tiempo, que hace fluir todas las aguas. El tiempo, que hace que salga leche de las ubres, y florezcan las plantas. Ante su mirada interior, el rey Harischandra vio como el tiempo lo controlaba todo, sin derramar una gota de sangre.

El rey vio en las profundidades de su cuerpo como Varuna desplegaba las dimensiones del habla y el ritual, y abría los caminos para que pasara el sol.

Vio los ojos de Varuna, brillando como las estrellas de la noche, observando el ímpetu de cada persona, y vio la disponibilidad de Varuna para acudir a toda suplica sincera[2].

Entonces llegó caminando un anciano con su bastón, vestido como un asceta peregrino.

El anciano paró ante el rey y se presentó como Varuna, el dios de las profundidades, guardián de la dirección cardinal del ocaso.

-Si quieres tener descendencia, deberás sacrificar para mí a tu primogénito.

Poco después la reina quedó embarazada y hubieron grandes celebraciones en la corte, con generosas donaciones fluyendo hacia todos los súbitos.

El día del nacimiento del príncipe primogénito, el mismo anciano mendicante apareció en la corte, pero el rey le dijo que antes de tener nombre es como si el bebé no hubiera nacido, y pidió a Varuna que volviera en un mes, cuando terminara la ceremonia de nombramiento del hijo, quien recibió el nombre de Rohitashva (caballo rojo).

Ese día volvió Varuna.

Pero el rey dijo al dios que su hijo no tenía dientes, y eso lo hacía inepto para ser sacrificado.

Cuando aparecieron todos los dientes del hijo Varuna volvió, pero Harischandra le pidió que esperara a que le hicieran el primer corte de pelo, porque hasta entonces todavía no llegaba a ser un niño.

-¡No pongas más excusas! Gritó Varuna con los ojos enrojecidos de furia. Es el apego al amor filial lo que te impide cumplir con tu palabra, y con el destino del niño. ¡No te confundas!

El día de la ceremonia del primer corte de pelo del príncipe, Varuna apareció usando la forma del mismo asceta renunciante. El rey cayó de rodillas ante él, y después de recibirlo con ofrendas, honores e himnos laudatorios, el rey dijo a Varuna que “como bien sabría”, la infancia se completa con el rito de paso (upanayana) en el que el niño recibe el cordón sagrado y los deberes de un ser humano adulto. Es entonces cuando está preparado para las enseñanzas espirituales, y para plantearse su participación en el mundo. Un humano sacrificado antes de ese momento no sería una ofrenda valida.

-No deberías mentir, no es propio de tu linaje – dijo Varuna, pero se apiadó de la angustia del rey, y acordó volver cuando el niño cumpliera diez años, y recibiera el cordón sagrado (upavīta).

Varuna se mostró enfadado, pero aceptó esperar, una vez más. De esta manera el rey y la reina ganaron unos años de tranquilidad, pero a medida que se acercaba la ceremonia de paso su angustia fue en aumento. Y el día del recibimiento del cordón sagrado, y de la entrada del príncipe al mundo adulto, por supuesto que Varuna acudió.

De rodillas, y con la cabeza postrada ante los pies del anciano, el rey suplicó con todas sus fuerzas.

-Deja que nuestro hijo termine la formación con su gurú. Como bien sabes, el inicio de la vida adulta debería hacerse con un período de formación con el maestro espiritual de la familia. Te lo suplico, no dejes que mi hijo abandone este mundo sin conocer, por lo menos, la manera de liberarse de las ataduras del miedo a la muerte.

Y para Varuna diez años o diez segundos tienen un peso parecido. Lo importante es el cumplimiento de la palabra, y era este límite con el que el rey Harischandra estaba jugando, con el de no llegar a cumplir su palabra.

Varuna aceptó esperar un poco más, avisando al rey de que no intentara evitar su destino. Pero, durante su formación fuera de casa, en las instalaciones (ashram) para la instrucción de su gurú, el príncipe, que era un niño inteligente, pensó en las idas y venidas de Varuna que había presenciado a lo largo de su vida. El príncipe entendió la situación y, asustado, huyó, para salvar su vida.

Cuando terminó el período de instrucción del príncipe Varuna entró al palacio caminando, en el cuerpo del mismo anciano delgado, pero se encontró al rey solo, avergonzado, anunciándole que el niño había desaparecido.

Y dado que Varuna está relacionado con las aguas, castigó al rey con la enfermedad de la gota. Pero ya volveremos al rey Harischandra, en próximas entradas, y también terminaremos la historia de su hijo, Rohitashva.

Esta historia recuera, entre otras cosas, que los rituales con los que marcamos el paso de la vida no nos evitarán que esta termine. El hijo del rey, igual que el rey, tendrá que entregar su cuerpo de todas maneras, haga lo que haga. Igual que todos nosotros. Pero, sin embargo, repetir estas ceremonias es importante. La repetición es algo que en sí mismo no se puede reproducir; a medida que repites vas transformando lo que pasa – por lo tanto no hay algo que esté igual. Cuando intentamos repetir una experiencia la manera como la entendemos nunca será la misma dos veces, porque hay algo de nosotros que cambia. Reconocemos que hay algo que se repite, algún tipo de memoria, o sensación, está ahí, pero la manera como lo vivimos es siempre algo que es diferente a como lo estaremos viviendo en el momento. Por otra parte, el ejercicio de repetir es importante porque te obliga, o te permite, ser concreto – y al ser concreto algunas cosas se destilan: hay cosas que quedan y permean, y nos van transformando, y otras que puedan quedar atrás y desaparecer.

¿Qué es lo que permea, y queda, de todos estos rituales de transición, que se repiten generación tras generación, de manera más o menos consciente?

Todos terminamos desapareciendo en las profundidades de la noche, o en las aguas de Varuna, si se quiere. ¿Qué es lo que queda, de generación en generación? No sé si es algo que se pueda expresar con palabras. O no de manera directa. Por esto son tan útiles estas historias, que hablan de eras antiguas con formas extrañas, pero que a la vez nos son tan cercanas como la sangre que se arremolina en nuestro corazón.

En la próxima entrada seguiremos con la historia de Rohitashva, el hijo que escapó, y más desventuras de Harischandra, en busca de más claridad en este bosque de experiencias y vivencias que se repiten y hacen eco entre sí.


[1] Quien ha respondido en esta entrada a la pregunta ¿Qué es la repetición?, y ¿qué es una experiencia?, ha sido Toni Cots, maestro, viajero y experto en teatro espiritual y el uso tradicional del cuerpo y la máscara como conexión entre mundos.

[2] Las imágenes de esta meditación sobre Varuna están basadas en las descripciones de los himnos dedicados a este dios en el Rig Veda, libro 5, cantos 5, 41, 61 y 82

¿Cómo se ven los dioses?

Continuando con las personalidades mencionadas en la entrada anterior de este blog, y con la historia que comenzó en ella:

Vishvamitra, el rey que había descubierto que las capacidades espirituales podían ser superiores a los del poder físico material, comenzó una severa práctica energética y ritual. Así, tras años de ascetismo riguroso, ganó poderes mágicos espeluznantes como el dominio de los elementos naturales. Obtuvo visión de la expansión universal, que brilla en el interior de nuestra mirada y nos habla mediante los pensamientos. “Te has convertido en alguien que realmente ve el poder de los reyes, en un rajarishi”. Así habló la voz de la expansión universal (brahmā) al corazón de Vishvamitra. Pero Vishvamitra no quedó satisfecho, porque seguía compitiendo con el vidente de videntes (Mahārishi) Vashishtha.

Entonces llegó al refugio de Vishvamitra el rey Trishanku. Trishanku acudía a él tras ser rechazado por Vashishtha, porque aquel rey había pedido al sacerdote de sacerdotes que oficiara un ritual para elevarlo al cielo en vida, y con el cuerpo que tenía.

Trishanku, tras ser rechazado por Vashishtha, había recurrido a los hijos del mismo sabio, y estos se habían enfurecido con él, por pedirles algo que su padre ya le había denegado. Por esta razón el rey Trishanku se presentaba ahora ante Vishvamitra, porque había oído que este sacerdote real estaba enemistado con el linaje de Vasishtha.

Vishvamitra aceptó el reto, y se reunieron, para a asistir su llamado, numerosos rishi (ascetas renunciantes) quienes temían sus recién adquiridos poderes mágicos. Todos aceptaron, por miedo, participar en aquel ritual reprobable. Todos, menos los hijos de Vashishtha.

La ceremonia se ejecutó a la perfección; se entonaron los sonidos exactos en cada momento preciso, y se hicieron los gestos necesarios. Se ofreció soma, o néctar de la inmortalidad, extraído de la unión del mundo vegetal con el mundo creativo. Pero ningún deva acudió. A pesar de que los deva (ángeles, o “dioses”) se alimentan de soma, y dependen de los rituales humanos para acceder a él… no vinieron.

Y antes de seguir con la historia, me gustaría detenerme en esta imagen.

¿Qué significa que los dioses no acudan a un llamado? ¿Cuándo están los dioses, y cuándo no? ¿Cómo entender esto con la mentalidad moderna?

Vamos a explorar esta cuestión desde lo poético, mediante el relato que contó el rishi Agastya al príncipe Rāma, hace dos eras:

En una ocasión en la que los deva principales acudieron a alimentarse de Soma, se acercó al lugar de la ceremonia Rāvana, un ser terrible, extremadamente poderoso, rebosante de furia y ambición desbocada. Los deva le tenían tanto miedo a la actitud belicosa de Rāvana que Indra, el rey de los dioses, se escondió en el cuerpo de un pavo real. Y Yama, el dios del dharma, se escondió en el cuerpo de un cuervo. Kubera, el dios de las riquezas, se escondió rápidamente en el cuerpo de un lagarto; Varuna, el dios de las profundidades, se escondió en el cuerpo de un cisne, y el resto de dioses se escondió en otros animales.

Así se escondieron los guardianes de las cuatro direcciones; el este se convirtió en un pavo real, el norte en un reptil, el oeste en un cisne y el sur en un cuervo. Y cuando el peligro pasó los deva agradecieron a quienes les habían cobijado regalándoles dones especiales:

Indra, el guardián del este, le dijo al pavo real que ya no temería más a las serpientes, que su plumaje estaría decorado con ojos, como los mil ojos de Indra que se abren en todas partes.

-Cuando yo haga llover- dijo Indra -te llenarás de dicha.

Yama, el guardián del sur y de la armonía universal, liberó al cuervo de la mayoría de los sufrimientos que padecen el resto de aves:

-La maldición de la muerte no te perseguirá- dijo Yama al cuervo -y vivirás mientras nadie te cace. Y todos los ancestros que viven en mis dominios (las tierras de los ancestros) se sentirán aliviados del hambre, junto a sus descendientes, cada vez que tú comas en la tierra.

Varuna, el dios de las profundidades en las que se pone el sol, dijo al cisne:

-Escucha mis palabras forjadas en la dicha: tu tinte será encantador, suave y parecido al disco lunar; y recordará a la espuma inmaculada. Cuando te acerques a las personas siempre serás precioso de ver, y como signo de mi gratitud alcanzarás una complacencia inigualable.

Entonces Kubera, el señor de las riquezas, y de todos los minerales del interior de las rocas, le dijo al lagarto:

-Tu color brillará como el oro. Estoy satisfecho contigo. Tu cabeza no se deteriorará y mantendrá el brillo de mi satisfacción.

Así se lo contó Agastya a Rāma, y así lo recuerda la naturaleza de todos estos animales, desde hace milenios y milenios.

La naturaleza se repite en cada generación, y en esta repetición nace la evolución. Con la naturaleza se repiten las cualidades de los dioses. “La repetición ritual es una expresión temporal de un suceso que acontece en el eterno presente. Como quitar un trozo de papel que está varias veces doblado; plegado sobre sí mismo es el eterno presente, y al desplegarlo se ven los agujeros repetidos en la expresión temporal [1] .

Cuando hablamos de dioses nuestra mente los puede imaginar como sombras de una geometría enigmática trazada sobre los horizontes de la consciencia, pero ante nuestros ojos son los colores del pavo real, la magnificencia del cisne y los movimientos eléctricos del lagarto.

¿A dónde nos lleva este conocimiento? A experimentar los dioses en el entorno natural:

Partiendo de la base de que todo conocimiento está dentro nuestro porque estamos ya dentro de la divinidad, se podría decir que la experiencia, -y entendiendo ex como “hacia fuera”, y haciendo una etimología peculiar de peri como “piros”, fuego- sería como una salida hacia fuera de este fuego interno, siendo el fuego como no mero calor, ni luz, sencillamente, sino como esclarecimiento. Podría entenderse como que en la experiencia es sacar hacia fuera la comprensión, o el esclarecimiento, que ya permanecía en potencia dentro nuestro”.

Así es como en el océano podemos ver a Varuna, sin que Varuna sea el océano, o a Indra en el pavo real, sin que el pavo real sea Indra. Porque el mundo en el que vivimos no es solamente material, ni psicológico (que es una extensión de lo material).

Hay una parte importante de nosotros que no conocemos, y esta parte, precisamente, es la que lleva el timón de nuestras vidas – nos guste o no.

Continuaremos en la próxima entrada…


[1] Las frases en cursiva son la respuesta que dio Mariano a la pregunta ¿Qué es la repetición? ¿Y qué es la experiencia? Mariano es un lector de este blog, pero no sé prácticamente nada de su currículo vital. Lo que sé es que mantenemos una correspondencia regular extremadamente inspiradora.

Consciencia de la consciencia

 

Antes. Mucho antes. Antes del antes. Antes de que existiera el antes. Antes del tiempo. Había una pitón llamada Vritra, que retenía el fluir de las aguas universales. Este ser alargado y plegado sobre sí fue fraccionado y repartido en fragmentos, que fueron esparcidos por el universo.

Ese fraccionamiento lo llevó a cabo la energía diamantina del emperador de la luz y los sentidos: Indra. Después, los que habían luchado del lado de Vritra fueron perseguidos y cazados por los dioses esplendorosos (deva) y no hubo lugar en el cosmos donde la oscuridad pudiera refugiarse de la luz.

Aterrorizados, los enemigos de la luz (Asura) se escondieron en el fondo del océano, lleno de gemas y poblado de peces pequeños y gigantes. Desde las profundidades conspiraban la destrucción de los tres planos. Cada asura, de acuerdo a sus inclinaciones y carácter, proponía un método distinto para vencer a los deva, y en lo que estuvieron todos de acuerdo fue en que lo primero que tenían que destruir era la sabiduría.

Hicieron su ciudadela en la morada de Varuna -el dios que reside en las profundidades- y, desde ese palacio de mil puertas, salían de noche a devorar a los sabios de la tierra, uno a uno. Cada la mañana los ascetas se encontraban los huesos descarnados de alguno de sus compañeros, esparcido junto a restos rotos de los objetos sacrificiales que le pertenecían.

Los ascetas en la tierra llegaron a tener tanto miedo que se escondieron en cuevas que tapaban cascadas. Algunos murieron, incluso, de terror.

Los héroes de aquella era buscaron a los asura por toda la tierra, con la intención de luchar contra ellos, pero no los encontraron, llegando algunos incluso a morir de cansancio. Los sabios en aquella era dejaron de practicar los sacrificios ceremoniales y los dioses dejaron de recibir sus ofrendas; es decir, la conexión entre la tierra y el cielo se diluía.

Preocupados, los dioses se encaminaron hacia Vishnu -el que permea todo y está en todas partes-. Juntos se presentaron en el espacio que queda dentro del espacio y le pidieron ayuda:

-Oh tú que naces una y otra vez como avatar para proteger el orden, ayúdanos en esta dificultad.

-Los asura más oscuros se han refugiado en el océano – contestó Vishnu – ahora él los acoge y protege; mientras exista el océano la tierra no podrá liberarse de la opresión de los asura.

El único que tiene el poder de librarnos del océano es Agastya. Agastya es un rishi, nacido de la mente de la expansión cósmica, pero por su propia voluntad Agastya volvió a nacer de la semilla de Varuna, el dios de las profundidades, y por ello es él el único que nos puede ayudar. Agastya es un emisario de la consciencia, el fulgor de la vida, e hijo del vientre de las aguas, el lugar donde no llega la luz.

Los dioses fueron a buscar a Agastya en el lugar en el que residía. Fueron a buscar a Agastya, quien era capaz de beberse el océano entero, y lo acompañaron a la orilla del mar. Todos los seres, de todos los mundos, los seguían. Todos los planos de la existencia querían ver aquella proeza única. Ante ellos rugía el océano, atronador, como si hiciera bailar sus olas ante la mirada de todos. Parecía que se riera, con su espuma, cuando se abalanzaba contra las cavidades en las rocas. Estaba repleto de animales y lo visitaban masas de aves.

Agastya se agachó, y comenzó a beberse el océano. Absorbía todas las aguas hacia su interior mientras todos los seres, en los tres planos, le animaban.

Cuando se secaron las aguas lo que había sido el océano parecía un gran desierto montañoso y los deva se abalanzaron en su interior, cazando y aniquilando a los asura que en él se habían refugiado. Los restos de las armaduras doradas, quebradas, en el fondo seco del océano, brillaban bellamente bajo el sol. Los pocos asura que sobrevivieron a ese ataque se refugiaron en las entrañas de la tierra.

Tras esas batallas turbulentas los seres pidieron a Agastya que devolviera el océano a la tierra, pero Agastya ya lo había digerido.

-Tendrá que pasar mucho tiempo hasta que vuelva el océano- les dijo Agastya –Y esta tarea ya se la ha encomendado el destino a alguien. Será el rey Bhagiratha quien devuelva el océano a la tierra y no yo.

Así dijo Agastya.

¿Y quién fue el rey Bhagiratha? ¿Cómo recuperó Bhagiratha las aguas que llenan los océanos de la tierra? Estas preguntas quedan por responder. Y se responderán, pero no en la próxima entrada. La próxima entrada es la última de este cuarto año de Respirar el Mahabharata. La entrada que la sigue, la del 15 de Diciembre, será la primera del quinto año.

Como ha venido siendo hasta ahora, la última entrada antes del estreno del próximo capítulo de Respirar el Mahabharata (el 12 de cada diciembre) será un manifiesto que ponga por escrito las intenciones de este cuarto año de proyecto. Ahora, lo importante, es preguntarnos de qué va la historia que acabo de compartir. ¿Es una historia que habla de una serpiente cortada o de la percepción sesgada que los sentidos tienen de la vida? ¿Es una historia que habla de relación entre la luz y la oscuridad, que donde hay una no puede haber la otra? ¿Y qué sería la luz y qué sería la oscuridad si no tuviéramos sentidos que las percibieran? ¿Y si nuestra mente no las dividiera? ¿Y qué esconden las aguas profundas del cosmos? ¿Qué esconden las aguas profundas de nuestro cuerpo? ¿Y qué, o quién, puede llegar al fondo de lo insondable y destapar sus secretos?

Fuego, agua, palabras

«¿Alguien piensa que el océano es solamente lo que aparece en su superficie?

Por la observación de su matiz y movimiento, el ojo penetrante puede percibir indicaciones de la profundidad de ese océano insondable. La compasión y la misericordia del Señor son un océano sin orilla, provisto de variadas e infinitas vistas para todos aquellos quienes navegan su superficie; pero la suprema maravilla y satisfacción está reservada para aquellas “criaturas del mar” para quienes esa misericordia se ha vuelto su medio.

El Señor nos llama a través de un Amor y una Atracción Divina que ha sido implantada en nuestros corazones, un amor que puede ser comprendido y sentido conscientemente como Divino por algunos, y solo indirectamente como amor por Sus criaturas, o creación, por otros. En ambos casos la tracción de las fibras de nuestro corazón nos arrastra a esos Océanos de Misericordia, al igual que nuestros cuerpos físicos se sienten arrastrados a un cálido y apacible mar.

Por medio de la revelación de Libros Sagrados y a través del ejemplo establecido por Profetas y Santos, todos los seres humanos han sido puestos en contacto con esos Océanos.

Para toda la humanidad, estas revelaciones sirven como naves, o como “manuales de instrucción” para construir y mantener las naves que navegan esos espaciosos mares, pero para aquellos que tienen la capacidad de leer entre líneas, una gran revelación emerge: que nosotros somos ese mar, que nuestro lugar, nuestro hogar está en sus profundidades, no en su superficie.

El Señor está llamándonos a entrar a ese Océano de Unidad mientras estamos todavía en esta vida, para disolvernos como el azúcar se disuelve en el té. Cuando el azúcar se disuelve, tú ya no puedes decir, “Esto es azúcar y aquello es té”. La invitación de nuestro Señor a participar de Su Unidad está siempre extendida, y es nuestro destino sufrir hasta que respondamos a esa invitación. Mientras nos aferremos a nuestra demanda de autonomía, tendremos que soportar el peso de las duras lecciones que este mundo tiene para ofrecernos y gritar de dolor. Suéltala y nada podrá dañarte.[1]»

La fuente de la realidad se compara con las inmensurablemente profundas aguas de un océano infinito en el texto que acabo de citar. Sin embargo cuando, en el centro del Mahabharata, habla Krishna, a quien se describe también como Aprameyaḥ: inmesurable, en nombre de este ser supremo que es la realidad – porque la realidad es un Ser, un continuo ser siendo y ser haciendo– Krishna no se compara a sí mismo con el agua sino con el fuego[2]:

«-Contempla mis cientos y miles de formas divinas de diferentes figuras y colores.

Contempla mi cuerpo: el universo entero, animado e inanimado, es uno conmigo; y contempla cualquier otra cosa que quieras ver. Pero no puedes verme con tus ojos naturales [uno diría: “has de disolverte en el océano para poder ver las criaturas que habitan mis profundidades”].

Arjuna [el interlocutor, quien ve en su amigo Krishna la profundidad del universo], contempló entonces, en el cuerpo del Dios de dioses, la unidad del universo con su inmensa diversidad. Era tal el resplandor de aquel excelso Ser que podría compararse a la luz de mil soles que brillaran a la vez en el firmamento – Y sobrecogido por el asombro, con el cabello erizado, inclinó su cabeza y juntando las manos susurró:

-Estoy viendo la forma cósmica que me ha sido velada por ti: En tu cuerpo contemplo todos los dioses y las infinitas variedades de los seres. Veo por doquier las formas infinitas de tus numerosos brazos, pechos, bocas y ojos.

¡Dios del Universo, Espíritu cósmico, en ti no existe principio ni medio ni fin! Una mole de luz que resplandece alrededor tuyo impide contemplarte de frente desde cualquier lado, ya que resplandeces como el fuego flamígero y el sol radiante e inmenso.

Veo que no tienes principio, medio ni fin, y tu poder es infinito. Te veo con innumerables brazos, con el sol y la luna como ojos, con una boca de fuego flamígero. El universo arde en tu resplandor.

Los espacios que se encuentran en el cielo y la tierra y todas las regiones del orbe están llenos de ti. A ti van los dioses en tropel, y sobrecogidos de temor algunos te invocan con las manos juntas. Gran cantidad de sabios y santos te alaban entonando sublimes cánticos de gloria. Al verte tocando el cielo, resplandeciente en múltiples colores, con tus abiertas bocas y tus enormes y fieros ojos, mi mente se espanta, Vishnu- que lo penetras todo- y no puedo encontrar la paz y la serenidad.

Cuando veo tus mandíbulas con sus amenazadores dientes que parecen el fuego de la disolución, pierdo mi equilibrio y no me siento bien. ¡Ten piedad de mí, Dios de dioses, morada del universo!

Y a ti van todos mis familiares y las multitudes de gobernantes de la tierra, los héroes y mi peor enemigo, junto a los mejores guerreros de nuestro bando. Corren a precipitarse en tus horribles bocas de despiadados dientes. Como las múltiples corrientes de las aguas de los ríos van hacia el mar, así esos héroes del mundo humano se lanzan en tus llameantes bocas. Como insectos que se precipitan volando en el ardiente fuego que los destruye, así también las criaturas se lanzan en tus bocas con acelerado ímpetu para destruirse. Por todas partes tus labios absorben las criaturas y tus flamígeras fauces, todo lo devoran. El universo entero está lleno de ese ardor, Vishnu, y en tus fieros rayos se abrasa.»

A Arjuna le cuesta sostener la intensidad de la visión y le pide a Krishna que vuelva a mostrarle su forma humana. Krishna y Arjuna vuelven a ser dos personas, un guerrero armado y el conductor del carro en el que se encuentran los dos. Dos hombres en medio de un campo de batalla. ¿Es esta la realidad?

Agua y fuego; dos palabras, dos elementos incompatibles, para definir lo mismo. El puente entre las dos es el humano. El nacimiento humano contiene la llama que evapora su cuerpo físico en pensamientos y acciones, en una participación en la cadena de la historia. El cuerpo de la persona se mueve, accionado desde el interior por Agni, el nombre del fuego, hasta consumirse en las ondas expansivas de las consecuencias de sus acciones, que encuentran el espacio para permear en el océano universal. El oscuro- por profundo y receptivo- océano celeste recibe las acciones de la raza humana en su seno. Pero no es el océano físico, no el espacio material únicamente, el cielo del que estamos hablando, sino el inconsciente colectivo del universo. Varuna, el dios de las aguas primordiales –Las aguas profundas de la consciencia que sueña el universo, es quien recibe a Agni en su seno.

La consciencia humana es una hoguera subiendo al cenit nocturno. Pero no solo eso. Porque fuego y agua son solamente palabras y la vida es más que palabras.

Respirar hondo, y que el fuego de mi pecho desaparezca en el calor que me rodea – o que la compasión que esconde mi corazón se reconozca en la compasión de otros corazones, o que mi consciencia fluya hacia la consciencia cósmica:

 

«Cuatro estaciones llenan el ámbito de un año;

en la mente del hombre cuatro estaciones hay.

Él tiene su fecunda primavera, cuando su fantasía

absorbe, despejada, pronto, toda belleza.

Conoce su verano, cuando con honda calma

le apasiona rumiar aquel primaveral y dulce pasto

del pensamiento en flor, y en tal ensoñación logra elevarse

lo más cerca del cielo. Quietas calas

atraviesa su alma en el otoño.

Cuando sus alas pliega, contento con mirar

la niebla ociosamente, con dejar que las cosas más hermosas

pasen inadvertidas como un tranquilo arroyo.

también tiene su invierno, de apagado semblante,

pues no puede abolir su condición mortal.[3]»

Así es como ante el hogar, con una mantita en las rodillas, vemos la inmensidad crepitar.

¿Y si dijera que todo es muerte consumiendo la vida y vida penetrando la muerte?

«¿Es poesía el verso que describe

fríamente aquello que acontece?

Pero ¿qué es lo que acontece?[4]»

 

En el apartado próximas fechas de este blog puedes ver un calendario de propuestas de espectáculos y cursos basados en el Mahabharata y la narración espiritual.

 

[1] Mawlana Sheikh Nazim Amor  SeresSeres Ediciones, Mar del Plata, Argentina, 2003.

[2] Bhagavad Gita 11, resúmen a partir de la traducción de Consuelo Martín – Bhagavad Gītā con los comentarios advaita de Śankara, Trotta, Madrid, 2009.

[3] Cuatro estaciones llenan el ámbito de un año, de John Keats, en Belleza y verdad, Edición y traducción de Lorenzo Oliván, Pre-Textos, Buenos Aires – Valencia, 2010.

[4] Matar a Platón, Tusquets, 2004.

Siguiendo el sendero

Queda poco más de un mes para estrenar el segundo espectáculo de Respirar el Mahabharata y me estoy encontrando con un estado anímico y mental comparable al que tenía el año pasado alrededor de estas fechas. Recuerdo que el pasado noviembre me encontré en la situación de que de tanto releer y darle vueltas a las mismas historias del inicio del Mahabharata llegué a una situación en la que ya no era más capaz de tomar apuntes por escritos y empecé a tomar los apuntes de lo que estudiaba en dibujos.

Recuerdo que la sensación era la de tener la función racional saturada pero el anhelo de avanzar en el estudio del Mahabharata fresco y vivo. Del encuentro de la necesidad de estudiar bien las historias que me disponía a narrar para el público y la saturación intelectual surgió el tomar apuntes en forma de dibujos; no fue una idea que me planteé de antemano y puse en acción sino algo que de repente se hizo, sin más. Un día empecé a tomar apuntes en dibujos porque no podía ser de otra manera, y no tardé en encontrar un lenguaje personal de jeroglíficos que me ayudaban a recordar el Mahabharata. Más tarde, este interés intuitivo en el funcionamiento de los jeroglíficos me llevó a interesarme por los libros de Medhananda, que encontré en la librería del ashram de Aurobindo en la India, pocos meses después del estreno de Respirar el Mahabharata I, y los escritos de Medhananda han sido una de las influencias más importantes en este segundo año del proyecto… «Los mundos son solo un lugar de juego del tú y el yo y una máscara colorida del dos en uno, yo soy en ti y tú eres en mí, oh amor.[1]»

Ahora, un año después, me encuentro con la misma sensación y la dificultad de proponer un texto nuevo de la tradición del Mahabharata para compartir en el blog. A pesar de que los últimos quince días han estado muy cargados de vivencias relacionadas con el proyecto de Respirar el Mahabharata, estas han sido vivencias interiores basadas más en los encuentros personales, en la escucha y en una práctica física que no en la lectura de textos. Y cuando termino esta última frase vuelvo a escuchar el insistente helicóptero de la policía que sobrevuela el cielo de Barcelona como un pesado e insistente moscardón. Yo estoy convencido de que el Mahabharata y el arte espiritual durará mucho más que los procesos políticos actuales, por eso continuo con este proyecto con la misma insistencia, porque estoy convencido de que aporta mucho al bienestar humano. Bienestar no en el sentido de comodidad material, sino en el sentido profundo de un Estar Bien en el mundo. El Mahabharata ofrece señales del sendero que puede avanzar la humanidad en conjunto, para ofrecer lo mejor de sí. Pero estar comprometido con este proyecto no implica ignorar los ánimos políticos de la hora o dejar de participar en las protestas que mi limitada y condicionada conciencia crea necesarias.

Dejando de lado al helicóptero, vuelvo a lo que decía, que estas dos últimas semanas han estado más llenas de trabajo físico y emocional dedicado al proyecto que no de lecturas. El pasado fin de semana, por ejemplo, tuvimos una sesión intensa de ensayos con Gisele Cornejo, compañera de proyecto en el desarrollo de este segundo capítulo de Respirar el Mahabharata.  El trabajo del segundo año se ha centrado alrededor de la investigación artística del número 2 y la dualidad en las relaciones de pareja de la primera generación del Mahabharata. Parejas de reyes y reinas, reinas y ascetas, reinas y dioses o reyes y ninfas. Parejas de humanos con humanos y humanos con el mundo imaginal. Seres que salen del bosque de lo invisible como las apsarā, las “ninfas” que fluyen (sara) en el agua (ap), que nacieron cuando los dioses volcaron el calor en el océano:

 

           «Para que todo funcione como debe funcionar,

templo para ti el deseo,

 que los dioses han vertido en las aguas.

                 Para que las cosas sigan el curso que han de seguir,

avivo para ti el recuerdo del éxtasis,

que los arcanos han vertido en las aguas.

 Para que pase lo que ha de pasar

caldeo para ti la intimidad,

que la soberana celeste ha vertido en las aguas.

Para que circule lo que ha de circular,

enardezco para ti las palabras melosas

que el vigor de lo heroico, templado por la sabiduría,

ha vertido en las aguas.

Para que fluya lo que ha de fluir,

enciendo para ti el amor

que lo mejor que puedo ofrecer de mí

ha volcado en las aguas.[2]»

 

«Para que pase lo que ha de pasar», como dice el verso, si se quiere que «se cumpla lo que se tiene que cumplir», hay que “calentar” el “amor”.

Donde traduzco por “pase lo que tenga que pasar” o “sea lo que tenga que ser”, “fluya lo que tenga que fluir”, etc. pone en el original más bien «que se cumpla el Dharma de Varuņa». Varuņa es el orden en las aguas universales; una consciencia que excede a la comprensión humana y ata con unos lazos cósmicos (nunca me canso de este adjetivo) las consecuencias de cada movimiento y acción. El Dharma es algo más transcendental que Varuņa y más concreto. El Dharma es el “sostén de las cosas”. El Dharma es la armonía del universo. Para que “la armonía del universo corresponda al movimiento de los lazos cósmicos de la consciencia transcendental que permea el fluir universal”, podría ser otra traducción. En cuanto a lo que se vuelca en las aguas, se trata de «smara». Smara viene de la raíz smŗ, que es recordar, pero smara es también amor – conversación íntima de alcoba – deseo erótico – recuerdo amoroso – o un intérprete de los textos sagrados. Está muy relacionado, en realidad, porque un intérprete de los textos sagrados (Veda) es alguien que “recuerda con amor” ese acto de pasión original del cual nacimos todos, del cual nació el universo. Por esto es interesante notar como la traducción inglesa de Ralph T.H. Griffith, de 1895, traduce el verso como: «el filtro», volcado en las aguas, o el «hechizo», volcado en las aguas; entendiendo smara como seducción mágica. Sofia Moncó, en el bello recopilatorio de himnos de Mujeres en los Vedas, editado por Akal Oriente, traduce «el amor que los dioses han vertido en las aguas». Esta traducción es efectiva porque la palabra amor recoge todas las acepciones mencionadas: el amor es un filtro, un hechizo, una sabiduría… ¿qué es, el amor?

En fin, la cuestión es que hay un amor, o un recuerdo de un amor arcano, erótico y transcendental a la vez, que calienta las aguas por las que fluye el orden universal, que permite que las cosas pasen. Calentando, avivando, este recuerdo del amor… cósmico, se llega al encuentro con la energía que mueve la vida. Con esa energía que habla en los textos ancestrales, y dice:

«Yo transito la atronadora existencia[3] entre sus elementos[4], las potencias de la libertad[5] y los dioses que miran desde las estrellas[6]. Soy el centro del poder[7], el fuego que conecta el cielo con la tierra[8]y con los ciclos de la naturaleza[9]. Soy el soporte del vino de la inmortalidad, que brota de la piedra sacrificial; soy la base de lo que da forma[10], de lo que inspira tu viaje[11] y del gozo heredado[12]. Soy quien dispensa el fruto de la acción al ejecutor del sacrificio ritual, que nutre a todos los dioses con sus ofrendas. Soy el Reino, la dadora de bienestar, la conocedora de la esencia de las cosas. Vengo primera en todos los rituales. Mi esfera es amplia, yo habito todas las cosas…[13]»

Esta es la energía con la que nos estamos encontrando junto a Gisele, para que, entre los dos, ofrezcamos al público una narración más viva, más real, del Mahabharata. Así hacemos nuestra aportación al trabajo de continuar avivando la llama que guarda el Mahabharata, la llama en el centro de las aguas, la llama de la inmortalidad.

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Dentro de quince días me propongo seguir este escrito, ampliando un poco la explicación de las decisiones que he tomado para la traducción de los textos y por qué considero tan importante tomar como referente algún texto de la tradición en cada entrada.

 

 

[1] Sri Aurobindo, citado por Medhananda en El juego de la Eternidad – traducción de Anandí

[2] Atharva Veda, Libro 6, Canto 132. – Traducción personal.

[3] Rudra

[4] Vasu

[5] Aditya

[6] Vishvadevas

[7] Indra

[8] Agni y Mira-Varuna

[9] Ashvin

[10] Tvastŗ

[11] Pushan

[12] Bhoga

[13] Devi Shukta, himno a la diosa original del Rig Veda X,125. Traducción basada en la de Olivia Cattedra en Upasana – Tesoros de la India, Mard el Plata, 2006.

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