¿Qué son las historias?

Paolo Magnone, en su artículo titulado El umbral borrado. Dialéctica entre la historia en el Purāņa de la India[1], cita la anécdota ocurrida al indólogo Georg Bühler cuando en 1877 solicitó al maharaja de Kashmir hacer transcribir para él una copia de una recopilación de historias (purāņa) que había consultado en manuscritos: la copia que recibió del estudioso de la corte era perfecta. Tanto, que contenía la introducción que Bühler no había podido leer en ninguno de los manuscritos que había consultado, porque estaban dañados y carecían de ella. Aquello era, si más no, incomprensible, porque el escriba había narrado a su manera una introducción inexistente en los manuscritos originales. Académicamente era falso, pero nadie en la corte entendió el problema de Bühler, su estudioso había mejorado el encargo del indólogo y le estaba entregando una versión mejorada de los manuscritos que había consultado. Le estaba entregando una versión completa.

Los Purāņa no exigen una transmisión literal, porque no son Śruti. Śruti significa “escuchado”, Pero, ¿escuchado a quién? y ¿cómo?

La tradición lingüística sánscrita cuenta que en el origen, antes de hablar, los humanos cantaban. El lenguaje, y la gramática, vino después, con la necesidad de clasificar los sonidos, y esta necesidad corresponde a un estado más confuso y dividido de la mente.  En cambio, lo que cantaban los primeros sabios, en el origen de la humanidad, era la realidad. Cantaban lo que había, la esencia del universo. “Oían” al mundo, escuchaban las estrellas y al planeta. Escuchaban el tiempo. Escuchaban y cantaban. Y cuando cantaban se oían a sí mismos. Porque cuando se recitan correctamente los sonidos “oídos” (Śruti) escuchamos -sentimos- la voz propia dentro del cuerpo como una vibración que corresponde a la esencia de la realidad.

No es descabellado decir, por lo menos para el propósito de la argumentación de este texto, que la pronunciación de los cantos sagrados produce una escucha profunda de la realidad. O sea, estoy diciendo que la escucha (Śruti) produce escucha. No es que las estrellas cantaran literalmente mantras, sino que la pronunciación afinada de los mantras adecuados permite sentir la vibración de las estrellas; escuchamos, para escuchar más profundamente. Y esto es importante para hablar de recuerdos (smŗti), porque la argumentación que hago aquí es que smŗti, también, produce smŗti.

Las historias antiguas, clasificadas como smŗti, “recuerdo”, no describen una realidad objetiva externa. No buscan tanto describir el pasado como producir una calidad de recuerdo. Por esto son historias del recuerdo, porque hacen renacer el pasado en nosotros al oírlas, pensarlas, visualizarlas, narrarlas, escribirlas, esculpirlas y darles forma con cualquiera de nuestros sentidos.

La tradición cuenta que Śruti, la escucha, era originalmente una sola. Un solo canto único y singular. Pero el sabio Vedavyāsa dividió/ordenó este canto en 4 recopilatorios destinados a aspectos distintos del ritual. Convirtió la escucha en una ceremonia, sabía que era necesario hacerlo porque estaba comenzando una era de confusión profunda, de falta de atención, de avaricia e irascibilidad. La era en la que estamos viviendo.

Pero Vedavyāsa, o Vyāsa para los amigos, no solo ordenó el conocimiento sagrado escuchado. La tradición cuenta que fue también Vedavyāsa quien transmitió todo el cuerpo de historias antiguas (Purāņa). Un océano de narraciones que contienen, en boca de personajes ilustres, distintas darśana, o escuelas de interpretación del Śruti. Y también contienen la columna vertebral de lo que pasó (Itihāsa) anteriormente, para llegar a estar donde estamos. En este contexto se enmarcan el Ramāyana y Mahābhārata.

Las historias antiguas que transmitió Vyāsa a la humanidad se ven como un “quinto” veda. Como parte del mismo cuerpo de cantos de la esencia de la realidad. Un canto narrado. Y lo que narran los Purāņa es la realidad. Esa realidad mutable e impredecible se puede narrar. Pero no estamos hablando de una alegoría, o de algo que represente una interpretación de la realidad, sino de historias que producen un recuerdo de lo que realmente somos. Historias que nos recuerdan ese silencio que contiene el canto de las estrellas y los ríos.

Pero todo esto sería palabrería si no me esforzara en proponer, por lo menos, una hipótesis de cómo lo hacen. Para eso tengo que contar una historia:

En el origen de los tiempos los titanes (Asura) y las serpientes (nāga) acudieron al ser original (Prajāpati) y le preguntaron:

-¿Qué tenemos que hacer?

El ser original emitió el sonido Om, una vibración profunda y sorda, que hizo que serpientes y titanes huyeran hacia todas las direcciones y desarrollaran unos la tendencia a morder y los otros la insolencia que los caracteriza.

La fuente de la naturaleza verdadera de seres distintos es la misma para todos; una misma vibración. ¿Pero qué dice esta vibración? ¿En qué consiste? Pues aquí cada darshana, o escuela de interpretación, respondería a su manera: alguna escuela budista podría responder que la vibración original es la vacuidad, o la condición interdependiente de todo. Alguna escuela vedantina podría decir que esta misma vibración original es el silencio de la no dualidad, y la escuela mīmāṃsā podría decir que los himnos védicos son esta misma vibración original.

No estoy cien por cien seguro de que sean estas exactamente las explicaciones dé cada escuela, pero me permito especular con esta desfachatez, reconociendo además mi ignorancia, porque lo que propongo en este escrito es que algo que nos hace profundamente humanos -como morder es lo que hacen las serpientes- es el sentarnos juntos a especular.

Las historias antiguas ofrecen un marco dentro del cual podemos comentar, pensar y hablar. Compartir. Un marco que nos ayuda a no perdernos en el bosque de nuestras palabras.

La gran vía no va ni es de ningún lugar,

di esto y no te acostarás ni de lejos.

Si dices esto es iluminación y esto es ilusión

También te equivocas de mucho.

Puedes explicar lo que es y lo que no es,

puedes hablar de lo que sabes y de lo que dices,

pero con todo esto no llegas ni a las orillas.

Si parloteas sobre la iluminación,

Tus palabras caerán en un vacío inútil.   

Este poema de Ryokan[2] me gusta porque estoy de acuerdo con lo que dice, y porque apunta a uno de mis dilemas existenciales no resueltos: hablar de la realidad última que somos, nuestra razón de vivir (lo que Ryokan llama iluminación), es palabrería al viento. No es lo real. Pero aunque no sea real, ¿de qué otra cosa hablar? Porque hacernos compañía es una de las necesidades básicas humanas; es una parte intrínseca de lo que somos: un animal que depende de su grupo, material y emocionalmente. Y cuando nos hacemos compañía compartimos palabras, inevitablemente. ¿De qué hablamos cuando hablamos? Hablamos de quienes somos. Los grandes temas de conversación, los más populares, como la política, los rumores sobre vecinos, familiares y famosos, tienen como tema subyacente la reflexión sobre la condición humana. Narrándonos nos representamos y nos entendemos. Pero las palabras son como enredaderas y cuando más las usamos menos visible es el bosque.

Lo que defiendo en este escrito es que las narraciones antiguas, como el Mahābhārata con sus complejidades, nos ofrecen un marco para hablar de nuestra condición humana, de nuestros abismos y cimas, sin perdernos entre las palabras; como un jardinero que cuida las enredaderas para que no tapen el cielo estrellado. Y por esto son historias que permiten versiones distintas, porque están hechas para compartir, para discutir y para encontrarnos en la diferencia. Más que para memorizar en soledad, son historias para recordar juntxs y reconocer esta humanidad que no comprendemos en las miradas que se encuentran. Y por esto las historias antiguas son el complemento de los rituales, o śruti, porque no hablan de la iluminación, sino de lo que somos. Y lo que somos es plural y voluble.

Por esto las historias antiguas sirven de marco para replantear y reconsiderar, en comunidad, quiénes somos realmente, cuando ya no lo tenemos claro. Lo que Vyasa nos legó es un espejo mágico en forma de historias. En este espejo podemos ver la correlación entre nuestras diferencias y las estrellas en nuestra mirada.

Y todo esto que escribo es una narración que pide ser contrastada. La paradoja es que no podemos afirmar nada categórico y total, o definitivo, sobre la verdad, pero sí podemos hablar sobre ella. Y este diálogo es parte importante de lo que nos hace humanos. Y ser humano es nuestro destino en este lugar.

Este texto ya va cerrando este octavo año del voto de vivir y narrar el Mahābhārata en 12 años. El voto de “respirar el Mahābhārata”, entre 2016 y 2028. El próximo texto será el manifiesto que, como cada año, escribo como última entrada antes de la narración del 12 del 12.

El domingo 3 de Diciembre presentaré un ensayo general de la narración de este año en la sala del colectivo CRA’P en Mollet del Vallès. El estreno ritual del 12 será en una localidad no secreta, pero discreta, por lo que no la anuncio en el cartel. Si quieres venir a la narración del 12 puedes escribirme en privado y te mandaré la dirección. Ambos eventos son de entrada gratuita.  

Inscripción: http://www.cra-p.org/?p=15838

Para más información: respirarelmahabharata@gmail.com


[1] publicado en el libro Mito e Historia I, dirigido por Olivia Cattedra para la CEICAM, universidad nacional del sur.  

[2] Adaptado al castellano por mía a partir de la traducción catalana original de Natalia Barenys en Pel no saber, versions de Ryokan, publicado por la comunidad Zen Kannon de Barcelona.

¿Quién es Drona?

Dicen que algunas de las estrellas que podemos ver de noche ya no existen. Cada estrella es el arder de la masa equivalente a miles de mundos, que está demasiado lejos. Tan lejos, que cuando llegamos a ver el fulgor de una estrella esta ya se puede haber apagado, y lo que vemos en el cielo es el recuerdo de lo que fue.

Puede que alguien desmienta esta creencia en el futuro, cuando cambie el paradigma científico, pero no se perderá su carga poética. Porque es como decir que todo lo que vemos es un eco. Un eco de la expansión cósmica (Brahmā) que dilata, doblega, arruga e infla la realidad, y hace estallar en el espacio millones de perlas brillantes que se agrupan siguiendo patrones. 

Los deva -los brillantes- son las potencias efectivas de esta expansión. Nuestros patrones humanos reflejan los de los deva. Ellos tienen líderes (Indra), trabajadores (tvaṣṭṛ), legisladores (aryaman), e incluso rebeldes (Chandra), marginales (Ashvin) e ignorados (Budha, Shani). También tienen un gurú espiritual, Brihaspati. Y nuestros lideres, trabajadores, legisladores, rebeldes, marginales e ignorados son un eco de los de los deva. También nuestros gurús.

Brihaspati, el maestro espiritual de los deva, hizo el amor con su cuñada. Pero, al acostarse con él, ella ya estaba embarazada, por lo que la semilla de Brihaspati fue expulsada, y cayó a la tierra. De la unión de la fuerza espiritual de aquella semilla luminosa con la ternura de la tierra nació el sabio Bharadvaja.

Bharadvaja nació solo, en el bosque. Y parémonos, antes de seguir, en la situación. Que los nombres de los involucrados en esta historia no se conviertan en información confusa. Cada uno de ellos es un sujeto, alguien que lidió heroicamente con las circunstancias en las que la vida lo puso. Bharadvaja fue un niño que creció solo en el bosque. Guiado por el fulgor de las estrellas, y los susurros entre las plantas, sí. Animado por la brisa en los días calurosos y por el fuego en invierno, sí, pero también asustado. Aún siendo hijo de Jupiter, el gurú de los deva brillantes, Bharadvaja fue también rechazado. Un paria. Alguien que podría no haber nacido, pero lo hizo.

Entre el dolor, y la certidumbre de estar cumpliendo su destino, Bharadvaja creció hasta que fue adoptado por el rey Bharata.

Bharadvaja, como hijo del cielo que fue, vivió muchísimos años, y sobrevivió a muchas generaciones. Siglos más tarde, cuando el rey Bharata ya se había convertido en un recuerdo, Bharadvaja estaba ejecutando un rito de transición en el bosque, cuando su mirada quedó cautivada por el paso de una ápsara, o bailarina celeste.

Pero hagamos una pausa primero. No corramos. Que no nos gane la prisa, y las ganes de saber qué pasó después.

Lo único que pudo distraer la atención de Bharadvaja fue el deseo. La irrupción de una intensa sensualidad. Tan intensa que Bharadvaja tuvo una eyaculación involuntaria. Una expulsión de semen, que Bharadvaja guardó en un recipiente de madera (droņa). Y una vez más, la fertilidad de la tierra acogió aquella semilla luminosa, para que naciera de ella un niño. Un niño que recibió el nombre de Droņa. Su nombre significa “recipiente”, en sánscrito, debido a la manera en que fue engendrado.

Y hay mucho más que decir sobre Drona, y cómo se desarrolló su vida. Porque Drona fue también un paria, y en muchos más sentidos que su padre. Pero paremos aquí, de nuevo, y que no nos ganen las prisas. En la próxima entrada continuará la historia de Drona y su papel en el nacimiento de esta era de la confusión. Dediquémosle ahora un momento de atención a todos los parias de la historia. A todos estos nacimientos sorprendentes e inavisados, inesperados, incluso indeseados, que han sido imprescindibles para el urdid de esta red maravillosa que somos los seres sensibles.

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