¿Cómo se interpreta un símbolo?

En la entrada pasada de este blog escribí sobre la diferencia entre signo y símbolo, y expresé la opinión de que el signo es una señal que remite a otra cosa, como cuando el cielo se cubre de nubes señala la posibilidad de que vaya a llover en breve. En cambio el símbolo remite a sí mismo.

Un dios es un dios, y no remite a otra cosa que a sí mismo. Igual que un hada, el sol o el mago que nace en la isla de un río rodeada de niebla. Todos estos símbolos no remiten a otra cosa; no significan algo más que lo que son. Esta es la opinión que expresé en el escrito, y una lectora bien observó que interpretar un símbolo es una experiencia inspiradora y educativa. Estoy de acuerdo con este comentario y por esto pienso que habría que matizar lo que escribí.

Cuando digo que no es necesario interpretar un símbolo no quiero decir que no se pueda hacer; el símbolo no requiere ninguna interpretación para ser comprendido, pero emana creatividad inspiradora. Porque todos sabemos, en el fondo de nuestro corazón, qué es un dios, qué es el sol, y un hada, y quién es el mago que nació en la isla del río rodeada de niebla, pero tenemos un impulso dentro que nos impele a querer visualizar, cuestionar y expresar nuestra opinión sobre estos símbolos. Y este impulso es legítimo y sano, pero creo que no deberíamos confundirnos y pensar que nuestra interpretación explica el símbolo, ni que haya una interpretación más válida que otra.

Cuando digo que sabemos quién es el mago que nació en la isla del río rodeada de niebla, quiero decir que lo sabemos en el silencio que permea nuestros pensamientos, igual que sabemos qué es el sol. Pero si nos pidieran que lo explicáramos nos encontraríamos con una bifurcación de respuestas posibles y complementarias: El sol puede ser una bola de fuego, un astro, el centro del sistema solar, el apoyo gravitatorio de nuestro planeta, la fuente de la vida, la alegría en invierno, un brillo en el cielo y la luz que nos guía. En un poema, el sol puede ser muchísimas cosas más dependiendo del contexto.

Un símbolo es una fuente de creatividad, y cuanta más creatividad evoque más profundo es. Por ejemplo, la palabra dioses: ¿Qué son los dioses? ¿Dónde están? ¿Qué hacen? ¿Cómo nos dirigimos a ellos? ¿Cómo nos hablan? ¿Son un invento de los humanos? ¿Para qué? ¿Qué necesitan los dioses de nosotros y qué necesitamos nosotros de ellos? Estas son algunas de las preguntas que pueden venir en mente cuando mencionamos a los dioses, quienes, si siguen presentes en el imaginario contemporáneo, aún habiendo dejado de creer en ellos, es gracias a su profundidad. El lenguaje nunca será suficiente para determinar definitivamente qué es un símbolo, como lo pueda ser un dios. Siempre habrá algo más que decir, porque el símbolo es una fuente de creatividad.

Hay muchísimas maneras de expresar un símbolo. Volviendo a la entrada anterior de este blog, a la pregunta de “¿qué significa un dios?” o “¿qué significa en este relato el mago que nació en la isla del río cubierta de niebla?”, yo diría que ambos no significan más que lo que son. Pero esto no implica que no podamos decir nada al respecto. Al contrario. Porque hay muchísimas más cosas que a uno le gustaría decir sobre el mago que nació en la isla del río. Por ejemplo, que es quien le enseñó a la humanidad su historia, el primer narrador de la Mahābhārata, el libro que motiva este blog.

¿Y de qué dependería aquello que se pueda decir sobre un símbolo? Pues de la verdad. De la verdad, entendida como la palabra sánscrita para designarla, que me parece enormemente inspiradora: Satya, “verdad”, es una palabra que deriva del verbo ser (asti), y una traducción excesivamente literal de Satya podría ser “esoidad”. La verdad es esto, lo que hay, lo que está pasando. ¿Pero qué está pasando? Pues depende, de cada momento, y de lo que estemos hablando. Por esto la guía para la interpretación de un símbolo, a mi parecer, es la escucha. El lenguaje tiene que estar al servicio del momento, la situación y las personas reunidas.

No es fácil.

Cuando alguien pregunta quién es el narrador original del Mahābhārata; quién lo escribió, dónde y por qué; todos sabemos la respuesta, en el silencio que permea las palabras, pero cuanto más atentamente escuchemos quién lo pregunta por qué y dónde estamos, en qué momento del día y qué lenguaje estamos hablando, más nos sorprenderá la respuesta , porque si escuchamos muy atentamente, en la oscuridad de nuestro interior, podremos escuchar la lejana voz del mismo Vedavyasa, el clasificador original del conocimiento real, el que enseño a narrar el Mahābhārata, que es la historia de los auténticos orígenes de la humanidad, quien nació en una isla del río rodeada de niebla.

Cada momento y lugar tiene sus silencios y sus palabras. Cada situación tiene su discurso, lo que queda es el símbolo, remitiéndose a sí mismo en cuanto a fuente de significados.  

Y si vives en Barcelona no te pierdes el próximo pase del sexto capítulo de Respirar el Mahabharata, en la escuela Kaivalya. El sexto capítulo de Respirar el Mahabharata es un cierre y recapitulación del proceso de los seis primeros años de este voto, y el inicio de una nueva fase, basada en el desarrollo del tarot del Mahabharata junto a la tarotista Gisele Cornejo.

Puedes ver el cartel y más información aquí.

Diferencia entre signo y símbolo

El propósito de este blog es el de documentar el proceso de preparación de un espectáculo de narración del Mahābhārata en 12 años. El método de esta preparación consiste en estudiar el Mahābhārata en conjunto, mediante la lectura de artículos de síntesis y análisis del Mahābhārata, así como comentarios exegéticos; el encuentro con expertos en el Mahābhārata, más un trabajo de observación personal sobre el efecto que tiene en mí la inmersión en el Mahābhārata, y la búsqueda de un lenguaje artístico que pueda expresar de manera idónea este proceso, con la guía de expertos en el campo.

En añadido a esto, o en paralelo, voy haciendo una lectura lenta de las más de siete mil página del Mahābhārata, repartida a lo largo de los 12 años, de manera que cada año corresponde aproximadamente a un fragmento de la obra. Y este año, el séptimo, corresponde a la guerra. Las páginas que me tocaría relatar este año contienen largas descripciones de escenas bélicas como las que compartí hace unas semanas.

Se hace difícil poder encarar este tipo de contenido sin caer en la repetitividad, o peor, en una interpretación intelectual frívola de la guerra. Prefiero esperar antes de pronunciarme sobre esto, y mientras tanto aprovecho para aclarar algunas de las cuestiones que se han venido repitiendo más en los encuentros presenciales de narración.

En esta ocasión quería comentar algo que escucho preguntar a menudo, que es “¿qué significa un símbolo?”. Por ejemplo, “qué significa el fuego en esta historia”, o qué significa “el dios sol”.

Es importante hablar, una vez más, sobre la diferencia entre símbolo y signo. Porque si bien es cierto que en el lenguaje popular intercambiamos signo y símbolo como si fueran sinónimos, hasta el punto que la real academia de la lengua española los acepta como tal, no lo son. Si nos detenemos a reflexionar sobre ello, un símbolo no es la representación abstracta de un conjunto de elementos. Esto sería un signo.

La señal que nos indica detener el coche, el dibujo que indica que aquí nuestra mascota no puede hacer sus necesidades o una bandera, que representa la nación que la ha adoptado, son signos. Un signo es un acuerdo social, que adopta una señal como la manera de representar una ley, una acción, una costumbre o cualquier cosa que se pueda explicar con una frase o un párrafo. La diferencia con el símbolo es que el símbolo existe por sí mismo y no remite a nada, más que a sí mismo.

El sol, es un símbolo. Un dibujo de un sol remite a cosas distintas, dependiendo del contexto, pero el sol es el sol. El sol es un símbolo, que nos recuerda que la realidad excede nuestra comprensión.

El símbolo inspira, por lo que el sol nos puede recordar la vida, el sistema solar, el fuego, el día, la luz… pero el sol no representa estas cosas. El sol no significa otra cosa; el sol es el sol, aunque nos inspire tantas asociaciones. Si lo sentimos tan cargado de significado, tan entrelazado con el resto de la realidad, es porque el sol es un símbolo, pero en sí no significa más que a sí mismo. El sol es el sol; con todo su esplendor.

Y el sol contiene más símbolos, como la esfera, o el disco, dependiendo de cómo se mire. Y cada uno de estos símbolos resuena con otros, aunque no signifique nada fuera de sí mismo. Una esfera, es también la tierra, el óvulo o el ojo. Y un ojo contiene también el iris, que parece un disco, como el sol; pero no podemos decir que el sol signifique el iris, o el ojo, óvulo ni la tierra. Estos símbolos resuenan entre sí, pero no se significan unos a otros.

La diferencia puede parecer sutil, pero es relevante. Porque cuando le buscamos un significado a un símbolo cuartamos su potencial. Si decidimos, por ejemplo, que la guerra en una historia representa el conflicto interno de la mente, o la avaricia humana, o la barbarie, o el heroísmo, estamos limitando el alcance de esta historia al alcance de nuestra interpretación. Una historia profunda como el universo podría convertirse así en un tratado de psicología, en un panfleto nacionalista o en una prédica sectaria. Mientras que la guerra, como símbolo, remite a sí misma. La guerra es la guerra, y todo lo que este símbolo pueda evocar en nosotros, todo lo que nos pueda inspirar, es aquello que más tiempo lleva procesar.

Un símbolo nos inspira y nos lleva a posicionarnos; nos dirige y nos invita a transformarnos, una vez más, y dejar atrás lo que nunca volveremos a ser.

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