Entre el sueño y la realidad

En una era anterior a la nuestra, cuando nadie podía imaginar el tener que dejar su tierra para sobrevivir, comenzaron a acumularse en el horizonte nubes oscuras cargadas de sangre. Los tiempos estaban cambiando, y quien debía haber sido el emperador mundial se encontraba en el exilio. Él, sus cuatro hermanos, y las esposa de todos ellos, tuvieron que convertir el bosque en su nuevo palacio.

Durmiendo sobre las raíces en el suelo, el emperador del mundo tuvo un sueño. Ciervos se acercaron a él en señal de saludo. Temblaban. Miraban.

Esperaban.

Y el soñador, ese dios entre reyes, preguntó:

-¿Quiénes sois y qué deseáis?

Tenían las voces ahogadas en llanto:

-Somos los ciervos que quedan de este bosque. Por favor, continúa tu viaje y encuentra otro lugar en el que vivir, oh rey. O todos moriremos. 

Tus hermanos son tan valientes, y habilidosos en el uso de las armas, que han reducido a los que somos naturales de este lugar hasta dejar unos pocos de nosotros en vida. Es la hora de dejar de perseguirnos, o la semilla que queda no brotará en nuestro linaje.

Permítenos crecer bajo tu favor.

Permite que el éxtasis de la vida se materialice en nuestro linaje, igual que se materializa en tu linaje humano el recuerdo del origen de todos los seres.

El ave que come grano vuela a la luz del sol e inspira el canto del poeta. Así la vida se funde en la inmortalidad. No destruyas este equilibrio que une a los dioses con las plantas.

Y el rey, de nombre Yudisthira, aunque exiliado y destronado, seguía preocupándose por el bienestar de todas las criaturas.

-Será como decís – contestó, en el sueño, y cuando despertó se reunió con sus hermanos. En la hora en la que el brillo tenue de la aurora desvanece la visceralidad de la noche anunció:

-Los ciervos me han dicho que son pocos los que quedan, y deberíamos mostrarles compasión. Han hablado con sinceridad, y han expresado el lenguaje de los cielos. Con las bocas de los ciervos me ha hablado el corazón del universo.

Deberíamos mostrar compasión a los naturales de la floresta. Ellos forman parte del mismo entramado de luz que todos nosotros. Hemos vivido de ellos casi dos años, ahora la vida ha de fluir. Si ellos desaparecen, lo haremos también nosotros.

Vayamos al bosque Kamyaka, más allá del desierto, cerca del lago Tirabindu, allí hay muchísimos ciervos. –

Así fue como los sueños se volvieron reales, porque cuando los sueños hablan del entramado que todo lo conecta, son reales, como la vigilia. Porque la realidad es una, y lo abarca todo; lo que varía es la intención con la que la navegamos.

Esta entrada consiste en la redacción en castellano del fragmento del Mahābhārata llamado Mŗigasvapnabhaya Parva, mezclado con elementos extraídos del canto IX.83 del Rig Veda, dedicado a Soma, y los comentarios al respeto de Sri Aurobindo. La decisión tiene que ver con la relación del ciervo con el elixir misterioso Soma, y con la manera de narrar, y la actitud, en la que me posiciono en este quinto año de Respirar el Mahābhārata. La siguiente entrada, pensada para el 15 de noviembre, continuará el concepto iniciado en esta, y la entrada que viene después (1 de Diciembre) ya corresponderá al manifiesto del quinto año. Así, si las condiciones lo permiten, se cerrará este quinto año de Respirar el Mahābhārata, un año convulso pero muy significativo en cuanto a posicionamiento interior. El 12 de diciembre se estrenará el quinto espectáculo de Respirar el Mahābhārata, este año pensado para formato presencial y online. Pronto publicaré más información al respeto.

Entre la locura y la inmortalidad

Por muy viejos, experimentados o leídos que seamos seguimos viendo el mundo con una mirada infantil. Por ejemplo, sabemos que el cielo no existe, que lo que de día nos rodea es la luz dispersa el sol, difuminada sobre la aureola de gases que cubren nuestro planeta y, sin embargo, cuando levantamos la mirada lo que vemos es un bello “cielo azul”. Un cielo azul, estirado sobre la línea de un horizonte que, sabemos también, no es plano como lo vemos.
Hablamos también de la “enamoradora” luz de la luna, que no es más que una roca que refleja el sol. Por muchas herramientas que tengamos para analizar el entorno de manera objetiva, nuestra mirada sigue siendo subjetiva. Lo subjetivo -como sentir que soy el protagonista de mi vida-y lo objetivo -como pensar que probablemente todos se sientan tan protagonistas como yo- caminan sincrónicamente uno al lado del otro, a pasos acompasados, como los luminosos gemelos divinos, que algunos llaman Ashvin, que cambian simultáneamente por la tierra y el cielo, así como se corresponden la luz y el poder o el brillo y sus reflejos.
Los Ashvin son gemelos, como el crepúsculo y el amanecer. Son gemelos como la semilla y la flor.
¿Y qué buscan los Ashvin? Pues lo mismo que todos, el elixir de la inmortalidad; Soma, el que fue bien prensado para poder ser degustado por la consciencia que une el exterior con el interior.
En toda ceremonia, en toda acción ritual que una la energía vital con la mente y los sentidos, o el control con la inspiración, emana el elixir de la vida, el dulce soma; y los Ashvin acuden a beber su fluir abundante.
¿Y quién invitó a los Ashvin a ese festín? El sabio Chyavana.
La consciencia de Chyavana es el universo entero. Su dicha son las galaxias así como sus alegrías las estrellas y su cuerpo llegó a quedarse seco y esquelético, viejo como la historia de la tierra, y estuvo cubierto de un hormiguero, porque permaneció décadas meditando en la misma postura.
Cuando el rey Sharyati vino a divertirse junto al lago donde meditaba Chyavana cubierto por un hormiguero, con una corte de cuatro mil esposas que lo acompañaban, iba con él también su hija Sukanya, la de las preciosas cejas.
La joven era tan bella, que cuando comenzó a deambular por el lugar vestida por una sola tela y joyería preciosas, se encendieron dos puntos rojos en el alto y extraño hormiguero que se erguía junto al lago cubierto de enredaderas; eran los ojos de Chyavana.
-¡Qué fenómeno tan curioso!- se dijo Sukanya, y levantó una caña seca del suelo con la cual pinchó uno de los puntos incandescentes.
El dolor enfureció a Chyavan, quien posee los poderes propios de un místico de su talla, y Chyavana reaccionó bloqueando en el mismo instante los canales de evacuación de todos los soldados que acompañaban al rey.
El rey, asustado y preocupado por la salud de sus soldados, miró alrededor del lago con atención y se dio cuenta de que había alguien meditando dentro del hormiguero silencioso.
-¡¿Quién ha molestado a este asceta!?
-Yo no sabía si lo que veía eran dos luciérnagas y las he querido hacer volar- contesta Sukanya, de manera que el rey se dispone a disculparse de rodillas ante Chyavana.
-Tu hija es bella y generosa, pero se ha dejado llevar por la confusión de sus sentidos. Entrégame su mano.
Sin dudar, el rey casa a Sukanya con el rishi (asceta) para salvar la vida de sus soldados, que seguían sin poder evacuar.
Así es como la bella Sukanya pasó a vivir con el anciano y poderoso mago ermitaño que era Chyavana.
Los Ashvin, los gemelos protagonistas de esta historia, la vieron bañarse desnuda en el lago, cada uno desde su ángulo correspondiente, y se presentaron juntos a rendir tributo a la belleza de Sukanya:
-Oh portadora de unos muslos precisos, ¿a qué linaje perteneces?¿Qué estás haciendo en el bosque? Queremos saber sobre ti.
A esto Sukanya se tapó asustada.
-Soy hija del rey Shatyati, esposa y propiedad de Chyavana.
-Bella afortunada, ¿por qué te ha entregado tu padre a alguien que ya ha terminado sus viajes? Brillas en este bosque como el destello del relámpago, no hemos visto a nadie como tú ni entre los dioses. Adornada con atuendos y joyas preciosas relucirías mucho más la perfección de tus formas que así como estás, cubierta de tierra. Este hombre no está capacitado para proteger y mantenerte. Abandona a Chyavana y acepta a uno de nosotros como marido. Pareces de nacimiento divino, no desperdicies tu juventud.
-Soy devota de mi esposo Chyavana, no tengo ninguna duda de esto.
-Somos quienes curan a los dioses, podemos volver a tu marido joven y bello, después elige un marido entre los tres.
Chyavana, convocado, entró a petición de los Ashvin en el lago, con lentitud. Después lo siguió el brillo de los gemelos divinos. Las aguas se quedaron silenciosas. El viento fresco acarició los juncos, y a los pocos instantes amanecieron del lago tres jóvenes apuestos con pendientes brillantes; los tres idénticos en belleza, y traían todo tipo de pensamientos agradables a la mente.
-Elige al que te parezca mejor como marido- dijo uno de los jóvenes, y Sukanya eligió con su propia inteligencia a quien ya era su marido.
Agradecido a los Ashvin por haberle otorgado belleza y juventud el poderoso Chyavana les garantiza el derecho a beber Soma, incluso en presencia del rey de los dioses.
Chyavana y Sukanya pasaron a disfrutar de su amor como si fueran dioses en el paraíso y cuando en añadido, el rey Sharyati fue informado de que su hija y Chyavana eran ambos apuestos y jóvenes ahora, “como hijos de los seres celestiales”, se alegró como si hubiera conquistado la tierra. El rey construyó un gran espacio ceremonial e invitó al sabio Chyavana a oficiar un sacrificio junto a Sukanya, para el cual se preparó Soma, la bebida de la inmortalidad, y se ofreció una parte del precioso jugo a los Ashvin.
Con el Soma, sin embargo, apareció también Indra, rey de los dioses.
-Estos son meros médicos de las divinidades y viven entre las plantas del plano terrenal, son indignos de ser adorados y mucho menos de beber soma.
-Son enormes en su alma,- contestó Chyavana -a sus pasos se desborda la miel, se escurre y gotea desde las alas de los cisnes que levantan sus carros con el amanecer. Los Ashvin curan las plantas de la tierra y nos enseñan a seguir nuestros sueños.
-No son más que sirvientes. Pueden adoptar la forma que desean. Merodean por el mundo de los mortales, ¿cómo pueden merecer el soma?
Pero el rishi no hacía caso a Indra y seguía vertiendo Soma en la copa de los Ashvin.
-Si les ofreces este Soma os golpearé con el rayo.
Y en este momento Chyavana paralizó el brazo de Indra, y con sus poderes creó al demonio de la locura (Mada).
Enorme en su valor e inmenso en su forma. Su cuerpo no podía ser mesurado ni por los mismos dioses y tampoco por los demonios. Su boca era terrible; era gigante y con dientes afilados; la parte inferior de la mandíbula descansaba sobre la tierra y la superior cubría los cielos. Tenía cuatro colmillos que se alargaban kilómetros. El resto de sus dientes tenían también miles de kilómetros de altura, tenían forma de muros y parecían puntas de lanza. Sus brazos eran como montañas, sus ojos como el sol y la luna. Su boca parecía la muerte. Se lamía la boca con su rápida lengua, que se movía brusca como el relámpago.
Tenía la boca abierta y una apariencia aterradora, como si fuera a engullir la tierra a la fuerza. Se dirigía con furia hacia el paralizado rey de los dioses, como para devorarlo. El mundo retumbaba con el sonido de su poderoso y horrendo rugido.
-¡Oh Chayavana, desde hoy los Ashvin serán merecedores del Soma!
Solo entonces, Chyavana liberó a Indra de su conjuro y con sus poderes dividió a Mada y lo repartió entre las bebidas alcohólicas, la lujuria, las apuestas y la cacería, en los cuales renace una y otra vez.
Desde entonces Indra, Vāyu y Dharma beben soma junto a los Ashvin, por esta razón vemos a los gemelos cabalgar en el umbral de cada uno de los velos oscuros que cubren los laterales de nuestra visión. Los Ashvin extienden estos mundos inferiores hacia el cielo para iluminarlos como el océano estrellado.

Fuentes:
Mahabharata, Tirtha Yatra Parva 42-46
Rig Veda, IV.45
Un sueño

Pintura de J. Swaminathan

El propósito de este blog es documentar el tránsito por el voto de estudiar y narrar durante 12 años el Mahabharata. La parte más importante de este proyecto es su dimensión oral. En este momento me encuentro preparando con esmero el estreno del tercer espectáculo basado en el Mahabharata, que se estrenará el próximo 12 de Diciembre. Este curso voy a participar en varias formaciones de yoga y cosmogonía tradicional de la India, puedes ver información sobre los posibles encuentros de narración o formación que propongo en el apartado “próximas fechas” en la parte superior de la página. Algunas propuestas ya aparecen en él y otras serán añadidas próximamente.

¿Cómo nació el viento?

El fuego, para cumplir su función, para arder, necesita combustible y su combustible es el mundo. El combustible del fuego cósmico es el universo, todo lo que se incluye en él; también nosotros.
Nos consumimos en el fuego del tiempo hasta la evaporación, ¿pero por qué?, y ¿Cómo podemos aceptar la pérdida de aquellos que se consumen antes que nosotros?
Personas buenas, creativas, inspiradoras y cercanas a nuestro corazón; algunos de ellos incluso han sido ejemplo para cientos, o miles, de personas y ahora nos referimos a ellos con la palabra “muerto”. ¿Por qué es el mundo de los sentidos un mundo de partidas y despedidas?
En una de las dinastías que se expandieron con justicia sobre la tierra, durante los arcanos siglos de la casi olvidada era de la luz, cuando todos sabíamos lo que teníamos que hacer y lo hacíamos, reinó un monarca llamado Avikampaka. Sus carros fueron todos destruidos en la batalla y quedó a manos del enemigo. Su hijo se llamaba Hari y era iguala Nārāyaṇa en sus cualidades, pero fue muerto en la batalla.
Torturado por la temprana partida de su hijo, el rey deambuló sobre la tierra en busca de sosiego interior. Así se encontró a Nārada, el asceta quien era hijo del mismo impulso de creación universal. Nārada, el vidente, quien vive entre las estrellas y visita la tierra por compasión.
-Escucha con atención- le dijo Nārada al rey: -El señor de todas las criaturas es pura expansión (Lo llaman Brahmā, o Prajāpati). Lo que hace, ante todo, es crear, y al principio las criaturas que creaba no morían, solo se multiplicaban. Se volvían extremadamente viejos pero no morían, y se reproducían, así que todos los mundos se llenaron de tantos seres que nadie era capaz de respirar.
El creador pensaba y pensaba en una solución pero nada se le ocurría. No veía ninguna razón para su destrucción.
De la frustración del creador por esta situación, de la furia que crecía en su interior, nació un fuego que envolvió su cuerpo y quemó todas las direcciones, el cielo, la tierra, el firmamento y el universo entero, con sus seres móviles e inmóviles.
El gran abuelo se enfureció tanto que no quedó nada de la creación. Y entonces escuchó en su interior la voz de una bondad insondable -como si le hablara desde el lugar en el que el universo entero se puede refugiar- (Shiva):
-No deberías enfadarte con los que has creado.
-No estoy enfadado, ni es mi deseo que los sujetos dejen de existir, pero los destruyo para aligerar el peso de la tierra, que se está hundiendo en las aguas por culpa de tantas criaturas.
-Déjalos, al menos, que retornen, una vez destruidos.
Oyendo estas palabras, el creador (Brahmā) contuvo el fuego en su interior. El creador apretó tanto la furia en su interior que del fondo de su alma se manifestó de repente una joven mujer.
Era oscura y vestía atuendos rojos, y rojos eran también sus ojos, y las palmas de las manos. Llevaba pendientes celestiales y joyas divinas. Se colocó a la derecha de Brahmā y este le dijo:
-¡Muerte, cosecha a los sujetos! Te he pensado como la destructora. Destrúyelos, ya sean ignorantes o sabios. Destrúyelos sin diferenciar.
La diosa de la muerte llevaba una guirnalda de flores de loto, y se puso a llorar. Se dobló como un tallo sin fuerza y suplicó con las manos juntas:
-¿Cómo puedes enrolar a una señorita como yo en un acto tan terrible, oh tú, que eres temido por todos los seres? Puedes ver que estoy aterrorizada. Algunos de estos seres son niños, jóvenes y ancianos que no me han hecho ningún mal. Te lo suplico de rodillas. Habrán hijos queridos entre ellos; amigos, hermanos, madres y padres. Si los mato me temo que estaré cometiendo un gran crimen. La pena de los sobrevivientes me abrasará por la eternidad.
Pero Brahmā solo contestó:
-Oh muerte, te he ideado para la destrucción de los sujetos, no pienses más en la cuestión. Ve y destruye; ya no lo puedes remediar.
Pero la bella doncella no se podía mover. Se mantuvo ante Brahmā inmóvil y callada.
Y se dice que después se marchó y estuvo haciendo grandes ejercicios ascéticos, increíblemente difíciles de conseguir. Se mantuvo sobre un pié, canalizando la energía que atravesaba su cuerpo, durante quince millones de años.
Brahmā le volvió a ordenar que hiciera su misión pero ella contestó con más ascetismo (tapas) durante 18 millones de años. Después merodeó con los ciervos y volvió a ejercitar su resistencia por diez millones de años. Después cumplió un extraordinario voto de silencio. Vivió sumergida en el agua 18 millones de años. Peregrinó al Ganges y al monte Meru, en el centro del universo, y se mantuvo inmóvil allí, deseando el bien de todos los seres. Peregrinó al lugar donde se reúnen los dioses sobre el Himālaya y mantuvo el equilibrio sobre la punta de los dedos de los pies por un millón de años.
-Oh muerte, no habrá nada malo en tus actos. Actuaras de acuerdo al ritmo y los designios del universo (Dharma). Los sujetos se afligirán por las enfermedades pero no se te atribuirá ningún pecado. Serás hombre entre los hombres, mujer entre las mujeres y tercer sexo entre los andróginos.
Veo que caen las lágrimas de tus ojos y las estás sosteniendo en tus palmas. Estas lágrimas se convertirán en enfermedades entre los humanos; enfermedades con formas terribles. Oh muerte, en el momento apropiado afligirán a los seres, y cuando llegue su fin estos se verán unidos con el deseo y la rabia. Pero dado que no discriminarás en tu conducta, estarás actuando justamente y nada se te podrá reprochar.
Después de estas palabras la muerte se asustó y empezó a distribuir deseo y rabia para confundir a los seres y llevarlos a su destrucción. La lágrimas que vertía al hacer su trabajo se convertían en enfermedades.
Pero en ese mismo momento, para que pudieran volver, desde el interior de los seres nació Vāyu, el viento, terrible e inmensamente energético. El aliento de todos los seres, que emite un rugido atronador y atraviesa, y llena, y sale expulsado entre todos los cuerpos, los llena y los abandona, los conecta y los separa. Esta es la razón por la que el viento es especial y es conocido como dios de dioses. Todos los dioses tienen características mortales y los mortales tienen rasgos divinos.
-Oh león entre los reyes- concluyó Narada, -Usa tu inteligencia y no te apenes por los mortales. No llores más por tu hijo porque tu hijo ruge con el viento y truena con las tormentas. Reconócelo en la brisa que mece los cultivos y en el aliento que ahora mismo exhalas.

Vāyu, el dios viento, manifiesta las energías ocultas; es el revelador de la felicidad y el que hace todo trabajo. Viene cabalgando su carro de luz y felicidad a verter el elixir de la inmortalidad.
Vāyu acude, con su ímpetu huracanado, a derribar todas las barreras, todas las palabras y todas las expresiones.
Vāyu viene cabalgando noventa y nueve corceles brillantes, que se vuelven cientos, miles, y siguen en aumento.
Cuando llega Vāyu, el toro muge atronadoramente; grande es la Divinidad que ha entrado en los mortales.

Fuentes:
Mahābhārata, Moksha Dharma Parva 248-250
Rig Veda IV.50


Lo que se puede leer en este blog representa un diario del tránsito por este proyecto de 12 años que consiste en preparar 12 espectáculos basados en la narración oral del Mahābhārata, durante 12 años. El aspecto más importante de este proyecto son los encuentros de narración oral. En la puerta superior de la pantalla se pueden encontrar los enlaces a una explicación algo más detallada de la propuesta de este proyecto y a un calendario de los próximos encuentros a los que uno puede acudir.

Garuda y el elixir de la inmortalidad

Continuando la entrada anterior, esta vez quiero desarrollar un poco más el tema del linaje en los inicios del Mahābhārata.

El Mahābhārata, como ya escribí en otra entrada, consiste en la transcripción del relato que contó un conductor de carros (o bardo, depende de la versión) al rey Janamejaya, durante un sacrificio. Lo que el bardo le cuenta al rey es la historia de su linaje, el linaje del rey, iniciado por su antepasado, el monarca sagrado Bhārata. Pero la historia de este linaje comienza mucho antes del nacimiento de Bhārata; la historia comienza con el origen del tiempo, con la creación de la primera constelación, la osa mayor, que representa las siete mentes brillantes de las cuales emana el conocimiento universal (los saptarṣi). A continuación, la historia relata el primer encuentro de la luz con la oscuridad, cuando los dioses y los contra-dioses (devas y asuras) unieron fuerzas para batir juntos el océano infinito y extraer de él una gota de inmortalidad, una gota de infinito refinado si se quiere (amṛta). Los deva (dioses) se apoderaron del amṛta, del elixir de la inmortalidad, y gracias a él vencieron a los asura.

Los asura, derrotados en su plano, decidieron nacer en el plano material, entre las bestias salvajes y los humanos, para huir de los deva. Los deva los siguieron, encarnándose ellos también, entre sabios y monarcas, para defender el plano material de los excesos de los asura.

Durante este proceso de descenso, desde lo más sutil hasta lo más denso del plano material, uno de los primeros seres que nació en el mundo fue Garuḍa, un pájaro mágico que reunía en su persona el poder de todos los deva juntos; un águila capaz de tomar forma humana y cambiar el tamaño a voluntad. Cuando nació, salió del huevo como una llama que creció hasta alcanzar el cielo y todos los seres del universo temblaron y buscaron refugio en el dios del fuego.

Garuḍa, en su juventud, voló sobre toda la creación y decidió robar de los dioses el elixir de la inmortalidad.

Ahora tengo que interrumpir un momento la historia y disculparme de antemano por lo que va a continuar a partir de aquí. Es importante para mí recordar que los símbolos que despliega el Mahābhārata sobrepasan mi capacidad de comprensión y mi capacidad de asimilación. Lo que documento en este blog es mi relación con el texto, desde la espontaneidad, y lo que quiero decir con esto es que estoy documentando mi relación con el texto desde el error también, porque solo equivocándome aprenderé y me parece que documentar mis errores es un acto de sinceridad que favorece la unión con el texto. Recuerdo además que C.G. Jung decía que para la mentalidad occidental abrirse a lo ridículo permite acceder a lo sagrado. Es por esta razón que me permito abrirme a lo ridículo, asumiendo el peligro de equivocarme, con el objetivo de llegar a lo sagrado. Y lo que puede sonar ridículo a continuación, es mi interpretación del texto, y asumo el riesgo, pero quiero dejar claro que no dejo de ser consciente de que esta es una interpretación, no la verdad, y que si entro en lo ridículo es para llegar a lo sagrado.

Volviendo a Garuḍa, buscando el amṛta alcanzó el palacio de Indra, el monarca de los deva, y luchó solo contra todos los dioses, en su propio terreno. Con sus enormes alas levantó ventiscas que acabaron desperdigando a los dioses en todas las direcciones del universo. Los devas quedaron heridos y alejados del palacio en el que guardaban el amṛta.

Garuḍa se acercó al recipiente del elixir y lo encontró guardado dentro de una columna de fuego. Garuḍa creció y amplió su pico noventa veces noventa, para llenarlo de agua de los ríos, que vertió sobre el fuego. Tras bajar la intensidad de las llamas, Garuḍa tomó la forma de un muchacho dorado, y penetró el calor como un río entrando en el océano. Se encontró dentro del fuego un mecanismo de ruedas dentadas y cuchillas giratorias, virando alrededor del amṛta; una maquinaria sofisticada inventada por los deva para proteger a la inmortalidad. Garuḍa hizo su cuerpo extremadamente pequeño, y atravesó los radios de las ruedas cuando vio la apertura adecuada.

Tras  las ruedas, Garuḍa se encontró dos serpientes gigantes con una mirada fiera. Quien se interpusiera ante aquellos ojos brillantes ardería en las llamas de su veneno. Pero Garuḍa cegó a las serpientes lanzándoles arena con las alas y las atacó con el pico y las garras, descuartizándolas. A continuación, sin perder tiempo, recogió el amṛta con el pico y levantó el vuelo.

Para mí es muy sugerente que otro de los nombres de amṛta sea soma, que significa también luna, y si me quedo en el plano asociativo, esta descripción de Garuḍa alcanzando el amṛta me sugiere connotaciones sexuales también. Sexual, en el sentido profundo de la idea. Sexual en el sentido de la unión de las almas, a partir del cuerpo, a través del miedo y del campo de las fantasías y los sueños, hasta la luna y más allá. Soy consciente de que estoy entrando en aguas profundas compartiendo esta interpretación tan personal, pero confío en que pueda explicarme mejor en los párrafos que siguen.

Un par de capítulos más adelante, en el Mahābhārata, se narra como el descenso del linaje celestial a la tierra, que comenzó con el batir del océano universal, se comienza a concretar y se materializa en un primer rey humano: Dushyanta. Aparece el primer emperador del universo; el rey sagrado.

En las puertas de su vejez, Dushyanta persiguió durante una cacería a un ciervo y tras él acabó llegando a un bosque. El rey ordenó al séquito que lo seguía detenerse, y decidió adentrarse solo en la vegetación.

Se encontró en un bosque rico en cacería y todo tipo de árboles; el paisaje combinaba valles y montañas decoradas con rocas gigantes y peladas que sobresalían entre la vegetación tupida. No había señal de construcción humana.

Continuando su camino, el rey Dushyanta accedió a una apertura muy extensa en la vegetación, un espacio amplio como un campo abierto, pero rodeado de árboles. Tardó mucho en atravesarlo y al otro lado del espacio abierto entró en otro bosque en el que abundaban construcciones de ermitas sagradas, muy agradables a la vista. Continuó caminando por caminos en los que soplaba una corriente de aire fresca. Todo estaba en flor y cantaban los pájaros entre las ramas. Cuando la brisa soplaba más fuerte, levantaba de pétalos de flores en el aire y las abejas revoloteaban alrededor de las enredaderas.

Adentrándose más, el rey vio que el bosque estaba poblado por valakhilyas, seres sagrados diminutos y resplandecientes como el polvo anaranjado que flota en el aire cuando se sopla sobre unas brasas. El lugar estaba poblado de fuegos sacrificiales que se reflejaban en las lagunas transparentes que se iba encontrando entre las raíces de los árboles.

Dushyanta, el rey que nadie podía parar, llegó a una ermita grande, abrazada por las aguas de un río que parecía la madre de todos los seres. A medida que se acercaba a ella, se olvidó de todo cansancio y hambre. Empezó a escuchar los sonidos harmónicos de la recitación de los Vedas, los cantos de la sabiduría eterna, empezó a ver grupos de ascetas reunidos tranquilamente en diferentes rincones, cada grupo recitaba un canto diferente y todas las sílabas se armonizaban entre sí como la construcción de un gran edificio sonoro que ascendía hacia el cielo como si fuera el mismo palacio de Brahmā, el poeta de la creación.

Dushyanta entró a la ermita, buscando al sacerdote que estaba a cargo de ella, pero a la única persona a quién encontró es a Śakuntalā, sonriendo. Śakuntalā es hija de la unión de Viśvāmitra, uno de los sabios más célebres de la tierra, con  Menaka, una ninfa celestial dotada de una forma humana y la fluidez del agua. La sonrisa de Śakuntalā, mezcla de lo más elevado de la espiritualidad humana con la intensidad de las tormentas de verano, robó el corazón de Dushyanta.

Escribo esta historia con el relato de Garuḍa en mente todavía. Dushyanta, el primer rey que recuerda la humanidad, atraviesa el bosque del deseo carnal, de la cacería, para entrar en un espacio un poco más refinado de placeres, los placeres de la vista y el olfato, continuando hacia un palacio un poco más refinado, el del sonido, en el centro del cual se encuentra, más allá de Brahmā y de la creación, a la esencia del deseo: al amor. ¿Si el amṛta es la esencia del universo, o de la vida, el amor sería la esencia del deseo?

Pero Dushyanta vuelve a sus tierras, a la sociedad, a sus obligaciones de monarca, y deja en el bosque a Śakuntalā, quien ha quedado embarazada del iniciador de la dinastía cuya historia relata el Mahābhārata. Bhārata, el hijo de esta unión sensual, crece sano y tan fuerte que es capaz, en su todavía tierna infancia, de atar leones y tigres con cuerdas para jugar con ellos.

Y Śakuntalā ve que los años pasan pero Dushyanta no vuelve, así que decide tomar la iniciativa y salir del bosque para visitar al padre de su hijo.

Sorprendentemente, cuando se presentan ante él, Dushyanta reniega de ambos. Declara ante la corte no haber visto en su vida a Śakuntalā. Ante esto, ella contiene su ira y antes de maldecir a su antiguo amante, expresa un precioso discurso sobre la sinceridad y la lealtad. La sinceridad y la lealtad en general y en particular de un hombre hacia la mujer que ama. El que piensa una cosa en el corazón, dice Śakuntalā, pero expresa otra por los labios, es un ladrón que se está robando a sí mismo. (…) Cuando peca, un hombre se dice que está solo, pero es visto por todos los dioses y por todos los corazones;  la luna, el sol, el fuego, el viento, el cielo, la tierra, su corazón, la muerte, el amanecer y el ocaso conocen todas las acciones del hombre. Śakuntalā sigue hablando, y su discurso empieza a tratar sobre la muerte y la inmortalidad:  Si el dios que está en su corazón, dice Śakuntalā, quién es testigo de todos los actos, está contento, la muerte no molesta al humano, pero el que degrada su propio ser con la falsedad no encuentra refugio entre los dioses. Y en cuanto al hijo de los dos, Śakuntalā dice que los sabios ancianos sabían que cuando un marido entraba en la vientre de su esposa reemergía como un hijo. Es por esta razón que a la esposa se la conoce como jāyā (jāyā con A larga, significando “creación” o “nacimiento”, no confundir con jaya con A corta, que significa victoria en sánscrito).

Shakuntala continúa:

Mirando la cara del hijo nacido de su esposa, un hombre se ve como en un espejo y siente el placer de un hombre virtuoso alcanzando el cielo. (…) Incluso en el enfado, un hombre nunca debería expresar palabras desagradables hacia su esposa, (…) la esposa es el espacio sagrado en el que el marido renace. (…) Aunque seas uno, has sido dividido en dos, oh rey.

Me parece escuchar un eco, aquí también, de las enseñanzas que Kṛṣṇa le ofrecerá a Arjuna, mucho más adelante, en el centro del Mahābhārata, justo antes de comenzar la batalla final, recogidas en la famosa Bhagavad Gitā. Me parece reconocer un eco del discurso de Kŗșna sobre el alma inmortal, que se mueve de un cuerpo a otro a través de las muertes y los renacimientos continuos. Es en este sentido que veo en el relato de Garuḍa robando el amṛta algo sexual, como si la aventura del águila representara una mirada diferente al mismo evento enigmático que representa el encuentro de Dushyanta y Śakuntalā; otra expresión sincera del sentido profundo de la inmortalidad.

Tras el discurso de Śakuntalā, tengo que mencionarlo, Dushyanta se arrepiente y acoge a su hijo en brazos, es por eso que el niño poderoso pasa a llamarse Bhārata, el acogido. Y así comienza la gran saga del Mahābhārata.

Espero haber dejado un poco más claro a lo que me refiero con sexualidad, y la relación de la sexualidad con la inmortalidad. De todas maneras repito que no pretendo exponer mi interpretación como la lectura correcta de estos símbolos. Pero tampoco creo que sea errónea. El Mahābhārata, además de una narración es un tejido, o un código si se quiere, que combina diferentes velocidades de lectura: se puede entender desde una visión aérea, observando las grandes líneas argumentales que se cruzan en la historia, y con una mirada microscópica, recogiendo lentamente las perlas filosóficas que se esconden en cada frase. Además, el Mahābhārata se entiende con el subconsciente, con la intuición. Después, cuando uno quiere explicar el viaje que ha vivido tiene que volver al lenguaje, que es dual por naturaleza y de la dualidad nace la división. Lo que yo pueda llamar sexualidad en este comentario hoy, podría interpretarlo otro día de otra manera muy diferente, pero ambas interpretaciones no se contradicen, sino que se complementan. Lo que queda, es el vuelo de Garuḍa y la gota de amṛta que protegen los deva.

También es relevante mencionar que cuando Bhārata nace su madre Śakuntalā lo bendice con una bendición que parece tener una ironía amarga: Śakuntalā le promete que ninguna otra dinastía podrá desplazar a su linaje del poder, pero lo que acabará desgarrando a la descendencia de su hijo será precisamente una guerra civil en la que su prole se destruirá entre sí. Parece que hay una relación también, entre el batir original del océano universal, la lucha consecuente por el elixir de la inmortalidad, entre devas y asuras, y el descenso de esta lucha al plano material, que se refleja en la guerra civil que relata el Mahābhārata. Pero esto es para otro día…

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