¿Qué deberían repetir los hijos de sus padres?

La repetición es una herramienta para integrar el Arte en nosotros, y la experiencia es una huella, una impronta en el alma, que nos hace mejores artistas”. Así explica qué es la repetición, y qué es una experiencia, Jorge Ariza, quien es un hombre generoso y atento, historiador del arte especializado en simbología medieval.

Esta respuesta se la grabé en audio la última vez que nos vimos y al hacer la transcripción he decidido escribir Arte en mayúsculas, porque sospecho que cuando Jorge dijo “arte”, en su respuesta, se refería al gran Arte. Al Arte universal, o acto creativo continuo. Porque, cuando prestamos atención, podemos ver que todo lo que somos es creatividad. La hoja que se seca y se convierte en nutrientes para el suelo o el niño que cambia de forma, crece y aprende nuevas maneras de relacionarse con el mundo. Toda esta transformación continua es creatividad. La idea que tenemos de quienes somos se va transformando, a medida que vivimos, y cuando cambia la idea de quienes somos, cambia la idea que tenemos del mundo. Nuestra interpretación se transforma, y el mundo se vuelve distinto, porque todo esto que llamamos realidad está hecho de pura creatividad.

La repetición, acción tras acción, generación tras generación, célula a célula, teje este gran acto creativo.

En la historia que vengo relatando en las últimas entradas el rey Harischandra fue posponiendo el sacrificio de su hijo a Varuna, hasta que el hijo tuvo criterio propio y huyó. Rohitasva, el hijo de Harishchandra, se refugió en un ashram -en una comunidad espiritual-, en un bosque lejano. El rey no sabía dónde estaba su hijo y por tanto no lo podía sacrificar. Pero las noticias sí llegaban al ashram de Roshitashva, y el hijo supo que su padre había enfermado de gota, por no cumplir su palabra y no haber podido ejecutar el sacrificio que se le pedía. El hijo sintió entonces pena por su padre, le dolía que su padre estuviera pasando por aquél calvario y decidió volver al palacio para ofrecerse como sacrificio, y liberar así su progenitor del dolor. Pero para su sorpresa se apareció ante él Indra, el rey e los dioses, y le pidió que cambiara de opinión.

-Tu padre está ofuscado por el dolor y no dudará en sacrificarte para conseguir su alivio personal. Sería más práctico que esperaras su muerte, y volvieras entonces al palacio, para ser coronado.

Y volviendo a la cuestión del Arte, y la Creatividad, que ha introducido el Dr. Jorge Ariza, es importante parar para decir algo sobre Indra, y liberar algo de la coherencia que tiene comprimida en sus palabras esta historia:

Pensemos en los deva como corrientes que agitan esta realidad maleable. Como corrientes marinas en el océano, pero en este caso corrientes que agitan los procesos de transformación naturales, sociales y psíquicos. Corrientes que dan forma tanto a las hojas de las plantas como a las estrellas, igual que introducen burbujas en el agua. Corrientes que une unen una forma con otra mediante el deseo. E Indra es quien dirige todas estas corrientes: el rey de los deva. Los sentidos se llaman Indriya, en sánscrito, porque pertenecen a Indra. Todo lo que percibimos y concebimos forma parte de la red de Indra (Indra jāla), un conglomerado, o red, de diamantes que se reflejan entre sí. Cada diamante de esta red refleja todos los otros, aunque de manera fragmentada.

Todo lo que concebía el hijo del rey con gota, Harischandra -lo que pensaba sobre sí mismo, y sobre su padre, y sobre el sufrimiento, era parte de esta red fragmentada de colores, sonidos, aromas, sensaciones, sabores, ideas, juicios, recuerdos y fantasías de la que formamos parte todos. Indra es el origen de este entramado. Su rey. Y, a la vez, Indra forma parte de esta red igual que nosotros. Fue esta voz la que le dijo al príncipe Rohitashva que un hijo no debería sacrificarse por su pare.

La repetición es lo que permite integrar al Arte en nosotros. La repetición nos integra en la red de Indra. Un día tras otro, respiración tras respiración, y generación tras generación. Un gesto repite en anterior. Pero si el próximo gesto desaparece, si el ritmo termina, porque un pulso absorbido por el anterior, no hay repetición; y no hay arte.

Como padre, no me gustaría que mi hija tuviera que remendar mis errores, o cargar con mis fobias y mis sufrimientos. Mi hija repetirá muchos de mis patrones, porque son los que aprenderá, pero los deva, las corrientes que mueven la realidad, la llamarán a ir más allá de sí misma, y espero que sepa aprovechar su ímpetu para superar mis limitaciones.

Por la libertad de todos los hijos, sobrinos y huérfanos, y por el bien mayor, deseo que aprendamos a repetir aquello que nos libera, y no nos dejemos engullir por el pasado. Que la experiencia de la liberación sea la que deje la mayor impronta en Nuestra alma, para que la podamos repetir.

En la próxima entrada veremos qué hizo el rey Harischandra para liberarse de su maldición, sin la ayuda de su hijo Rohitashva.

Y si te interesa profundizar en la vivencia física de las historias existenciales del Mahabharata, o te has preguntado cómo memorizarlas o aplicarlas, te recomiendo el curso que estoy ofreciendo en la sala Equilibrium Yoga en Barcelona:

Información: La mitología como viaje interior.

¿Cómo se ven los dioses?

Continuando con las personalidades mencionadas en la entrada anterior de este blog, y con la historia que comenzó en ella:

Vishvamitra, el rey que había descubierto que las capacidades espirituales podían ser superiores a los del poder físico material, comenzó una severa práctica energética y ritual. Así, tras años de ascetismo riguroso, ganó poderes mágicos espeluznantes como el dominio de los elementos naturales. Obtuvo visión de la expansión universal, que brilla en el interior de nuestra mirada y nos habla mediante los pensamientos. “Te has convertido en alguien que realmente ve el poder de los reyes, en un rajarishi”. Así habló la voz de la expansión universal (brahmā) al corazón de Vishvamitra. Pero Vishvamitra no quedó satisfecho, porque seguía compitiendo con el vidente de videntes (Mahārishi) Vashishtha.

Entonces llegó al refugio de Vishvamitra el rey Trishanku. Trishanku acudía a él tras ser rechazado por Vashishtha, porque aquel rey había pedido al sacerdote de sacerdotes que oficiara un ritual para elevarlo al cielo en vida, y con el cuerpo que tenía.

Trishanku, tras ser rechazado por Vashishtha, había recurrido a los hijos del mismo sabio, y estos se habían enfurecido con él, por pedirles algo que su padre ya le había denegado. Por esta razón el rey Trishanku se presentaba ahora ante Vishvamitra, porque había oído que este sacerdote real estaba enemistado con el linaje de Vasishtha.

Vishvamitra aceptó el reto, y se reunieron, para a asistir su llamado, numerosos rishi (ascetas renunciantes) quienes temían sus recién adquiridos poderes mágicos. Todos aceptaron, por miedo, participar en aquel ritual reprobable. Todos, menos los hijos de Vashishtha.

La ceremonia se ejecutó a la perfección; se entonaron los sonidos exactos en cada momento preciso, y se hicieron los gestos necesarios. Se ofreció soma, o néctar de la inmortalidad, extraído de la unión del mundo vegetal con el mundo creativo. Pero ningún deva acudió. A pesar de que los deva (ángeles, o “dioses”) se alimentan de soma, y dependen de los rituales humanos para acceder a él… no vinieron.

Y antes de seguir con la historia, me gustaría detenerme en esta imagen.

¿Qué significa que los dioses no acudan a un llamado? ¿Cuándo están los dioses, y cuándo no? ¿Cómo entender esto con la mentalidad moderna?

Vamos a explorar esta cuestión desde lo poético, mediante el relato que contó el rishi Agastya al príncipe Rāma, hace dos eras:

En una ocasión en la que los deva principales acudieron a alimentarse de Soma, se acercó al lugar de la ceremonia Rāvana, un ser terrible, extremadamente poderoso, rebosante de furia y ambición desbocada. Los deva le tenían tanto miedo a la actitud belicosa de Rāvana que Indra, el rey de los dioses, se escondió en el cuerpo de un pavo real. Y Yama, el dios del dharma, se escondió en el cuerpo de un cuervo. Kubera, el dios de las riquezas, se escondió rápidamente en el cuerpo de un lagarto; Varuna, el dios de las profundidades, se escondió en el cuerpo de un cisne, y el resto de dioses se escondió en otros animales.

Así se escondieron los guardianes de las cuatro direcciones; el este se convirtió en un pavo real, el norte en un reptil, el oeste en un cisne y el sur en un cuervo. Y cuando el peligro pasó los deva agradecieron a quienes les habían cobijado regalándoles dones especiales:

Indra, el guardián del este, le dijo al pavo real que ya no temería más a las serpientes, que su plumaje estaría decorado con ojos, como los mil ojos de Indra que se abren en todas partes.

-Cuando yo haga llover- dijo Indra -te llenarás de dicha.

Yama, el guardián del sur y de la armonía universal, liberó al cuervo de la mayoría de los sufrimientos que padecen el resto de aves:

-La maldición de la muerte no te perseguirá- dijo Yama al cuervo -y vivirás mientras nadie te cace. Y todos los ancestros que viven en mis dominios (las tierras de los ancestros) se sentirán aliviados del hambre, junto a sus descendientes, cada vez que tú comas en la tierra.

Varuna, el dios de las profundidades en las que se pone el sol, dijo al cisne:

-Escucha mis palabras forjadas en la dicha: tu tinte será encantador, suave y parecido al disco lunar; y recordará a la espuma inmaculada. Cuando te acerques a las personas siempre serás precioso de ver, y como signo de mi gratitud alcanzarás una complacencia inigualable.

Entonces Kubera, el señor de las riquezas, y de todos los minerales del interior de las rocas, le dijo al lagarto:

-Tu color brillará como el oro. Estoy satisfecho contigo. Tu cabeza no se deteriorará y mantendrá el brillo de mi satisfacción.

Así se lo contó Agastya a Rāma, y así lo recuerda la naturaleza de todos estos animales, desde hace milenios y milenios.

La naturaleza se repite en cada generación, y en esta repetición nace la evolución. Con la naturaleza se repiten las cualidades de los dioses. “La repetición ritual es una expresión temporal de un suceso que acontece en el eterno presente. Como quitar un trozo de papel que está varias veces doblado; plegado sobre sí mismo es el eterno presente, y al desplegarlo se ven los agujeros repetidos en la expresión temporal [1] .

Cuando hablamos de dioses nuestra mente los puede imaginar como sombras de una geometría enigmática trazada sobre los horizontes de la consciencia, pero ante nuestros ojos son los colores del pavo real, la magnificencia del cisne y los movimientos eléctricos del lagarto.

¿A dónde nos lleva este conocimiento? A experimentar los dioses en el entorno natural:

Partiendo de la base de que todo conocimiento está dentro nuestro porque estamos ya dentro de la divinidad, se podría decir que la experiencia, -y entendiendo ex como “hacia fuera”, y haciendo una etimología peculiar de peri como “piros”, fuego- sería como una salida hacia fuera de este fuego interno, siendo el fuego como no mero calor, ni luz, sencillamente, sino como esclarecimiento. Podría entenderse como que en la experiencia es sacar hacia fuera la comprensión, o el esclarecimiento, que ya permanecía en potencia dentro nuestro”.

Así es como en el océano podemos ver a Varuna, sin que Varuna sea el océano, o a Indra en el pavo real, sin que el pavo real sea Indra. Porque el mundo en el que vivimos no es solamente material, ni psicológico (que es una extensión de lo material).

Hay una parte importante de nosotros que no conocemos, y esta parte, precisamente, es la que lleva el timón de nuestras vidas – nos guste o no.

Continuaremos en la próxima entrada…


[1] Las frases en cursiva son la respuesta que dio Mariano a la pregunta ¿Qué es la repetición? ¿Y qué es la experiencia? Mariano es un lector de este blog, pero no sé prácticamente nada de su currículo vital. Lo que sé es que mantenemos una correspondencia regular extremadamente inspiradora.

El ritmo del deseo y el ritmo de la sabiduría

Los deva son los fuegos que refulgen en el vientre de la oscuridad. Son familia. Son luz. Los debemos la vida.

Indra es el rey de los deva. El equilibrio entre las galaxias depende de él. Por él brilla la luz. Indra protege los fuegos en las casas. Indra cuida la vida sobre la tierra.

Cuando Indra tuvo que traicionarse a sí mismo, a favor de la luz, sintió tanto arrepentimiento que se encogió, y prácticamente desapareció, dentro del tallo de una flor de loto (ver entrada anterior).

Entonces los deva – los luminosos – buscaron un sustituto entre sus descendientes: El pueblo de Manu, los hijos del sol; la descendencia olvidadiza de los deva, que camina sobre la tierra y recuerda a sus ancestros cuando ve un fuego. Ese pueblo que llamamos la humanidad.

Nahusha fue el soberano elegido para ocupar la vacante de Indra y dirigir los mundos, desde el trono universal. Nahusha subió a los cielos y, a pesar de haber tenido un nacimiento humano, vivió en los palacios de los deva, que flotan más allá de la noche en el espacio sideral.

Nahusha vio con sus propios ojos las llanuras en las que vivían todos los ancestros de la humanidad, alrededor de los fuegos que nunca se apagan (pretas). Nahusha vio monstruos que cambiaban de formas y devoraban a los ancestros de la humanidad (rakṣasa); vio gigantes, grandes como sistemas solares, negros, porque no había ninguna cantidad de luz que los pudiera iluminar (asura). Nahusha vio personas diminutas que vivían escondidas entre el oro y entre los minerales preciosos en el vientre de la tierra, (kumbhaṇḍa); vio seres alargados que vivían diluidos en las aguas que llenan tanto los mares como los cuerpos de todos los animales (nāga); vio la multitud de espíritus que dan vida a los árboles, ríos, montículos, fuentes y herramientas del hogar (yakṣa), y en los cielos Nahusha vio las aves de fuego que transportaban el secreto de la vida (garuḍa); vio a las almas de aquellos que habían dedicado su vida terrenal a la belleza tocar melodías alegres a los deva (kinnara) y entre ellos, aquellos que habían dedicado su vida al amor, además de la belleza (gandharva) disfrutar de los juegos del placer con las āpsara.

Las āpsara eran bellas como el fluir del agua. Eran curvas. Sus movimientos eran dluidos y circumbalaban todas ellas a Sachi, la esposa de Indra. La reina de los deva, que había quedado sola junto a un trono vacío.

Nunca, en su vida, Nahusha pudo haber imaginado una dama con encantos mayores o con tanta abundancia de deleite amoroso. Parecía la mujer que más ardientemente se pudiera entregar a su amado. La cabellera larga de Sachi se extendía tras su mirada como una aureola y su cabeza y caderas vibraban.

Sachi era la visión de los sueños más bellos del universo. Sachi era la imagen del deseo, y ante su presencia nadie sabía qué hacer. El palacio de Indra está construido de manera que sus salas nunca se dejan de expandir, porque ante la presencia de Sachi el deseo nunca deja de crecer.

Nahusha sintió que los recuerdos de su vida pasaban ante él y todo había tenido sentido si el destino lo estaba llevando ante esta visión, de Sachi en los cielos (jambha). Nahusha sintió que su única razón de ser era el encuentro con Sachi, la reina cósmica (Moha) y en su ser no cabía otro pensamiento que las formas maravillosas de Sachi, la esposa del desaparecido Indra (stambha).

Nahusha quiso llegar a ella y efectuar lo que consideraba su derecho como nuevo rey de los deva: una noche de amor con la reina.

Pero Sachi exigió que Nahusha se acercara a ella en las condiciones propias de su linaje. Nahusha tenía que ascender hacia la emperatriz montado en la carroza real de los cielos: la constelación estelar de la osa mayor, también llamada El Carro. Cada una de las siete estrellas que sostienen El Carro es uno de los siete rishi, los siete primeros hijos de la expansión universal. Los siete sabios que ven todos los movimientos de la realidad. Los abuelos de los siete cauces de la sabiduría. Los guardianes de la consciencia. Los guías de la humanidad.

Y la sabiduría, como todos sabemos, tiene su propio ritmo, que no es el del deseo. Los siete rishi levantaron en la carroza estelar al nuevo emperador universal. Levantaron el palanquín de Nahusha, el humano ascendido a Indra en los cielos. El emperador que deseaba la esposa de su antecesor, cuyas formas no alcanzaba. Y las estrellas seguían brillando en los cielos, pero no se movían. Hasta que Nahusha se desesperó, y pateó – o pataleó, como quien dice, como un niño desesperado- y golpeó con su pie la cabeza de uno de los rishi que sostenían su palanquín.

Agastya, fue el rishi golpeado. Su cabeza sacudida por el pie del rey impaciente.

-Me golpeas con tus extremidades impacientes, así las pierdas y te conviertas en una serpiente. Te arrastrarás por la tierra hasta que vuelvas a comprender el sentido real de la existencia.

Así decretó Agastya, y así cayó Nahusha de los cielos. Esta es la historia, que quedó sin contar hace dos entradas.

Pero, ¿quién es este Agastya? ¿Qué sabemos de él y cuál es si rol en la historia del universo?

No te pierdas la próxima entrada para conocer los espeluznantes relatos de la vida de Agastya, el rishi que decidió nacer dos veces.

¿Por qué y desde cuándo existe la mentira? Una hipótesis

Todo se hace. Se va haciendo, todo, por sí mismo y por el entorno, en una danza vertiginosa, como millones de aves brillantes que vuelan en remolinos. Incluso lo que llamamos des-hacer, es un hacer. Un hacer de la descomposición, de la cual sale el brote, que crece, florece, se marchita y se descompone, etc.

En sánscrito la raíz más usada para referirse al “hacer” es kṛ, de la que deriva la palabra karma: el hacer continuo. Vishvakarma es “el hacer que está en todo”. El vuelo arremolinado de los pájaros atómicos, este espectáculo embriagador, es el hacer en todo: Vishvakarma.

En términos misticológicos (la misticología es el arte de narrar lo metafísico), Vishvakarma, el que todo lo hace, es el arquitecto de los dioses. Quien da forma al sol, al grano de arena y al mar. El movimiento de la materia.

Y Vishvakarma, el arquitecto de los dioses, tuvo un hijo llamado Vishvarupa: la forma de todo. Un hijo con tres caras. Con una recitaba los cantos inspirados por la esencia de la sabiduría de todos los mundos: los Veda, los poemas que todo lo abarcan. Con otra cara Vishvarupa bebía el néctar de los dioses, el elixir de la inmortalidad, y con la tercera Vishvarupa miraba en todas las direcciones.

Vishvarupa era especial. Era único. Vishvarupa era como todas las formas juntas. Como la unión de todas las formas con la luz de la cual provienen. Especial como la unión de la respiración con la exhalación, y la vida con la muerte. Pero alrededor de las formas orbitan los dioses luminosos, como lunas alrededor de un planeta, o meteoritos alrededor del centro gravitacional de la galaxia. Y encima de todos los dioses está Indra. Desde la cima del cosmos descienden los decretos de Indra, como las percepciones sobre los sentidos, o la lluvia sobre las montañas. E Indra se preocupaba, cuando veía a Vishvarupa, porque la posición de rey de los dioses, el trono en la cima del cosmos, es transferible. Un ser con los méritos suficientes puede ascender y destronar al rey de los deva, los dioses luminosos. Puede convertirse en el próximo Indra.

Indra temía Vishvarupa y el brillo que emanaba su cuerpo. Indra temía que la intensidad de la energía de este ser lo destronara y no se sintió tranquilo hasta que en un arrebato mató a Vishvarupa mientras meditaba.

La sabiduría colectiva que permea el universo se apenó por el acto injusto que cometió Indra. En añadido el cuerpo de Vishvarupa seguía brillando como un sol e Indra seguía intranquilo. Así se le ocurrió al rey de los cielos pedir al leñador Takshā (Taksh: esculpir) que cortara todas las cabezas de Vishvarupa y descuartizara su cuerpo.

-Esto es injusto y cruel – protestó Takshā, pero Indra le prometió una parte de todo sacrificio que se hiciera a partir de ese día.

Entonces Takshā levantó su hacha. De cada cabeza que cortó salieron miles de pájaros. De la boca que solía entonar los cánticos de la sabiduría original salieron perdices (kapiñjala), de la boca que bebía el elixir de la inmortalidad salieron aves terrestres que no vuelan (tittiri) y de la boca de la cara que veía todos los rincones del universo volaron miles de gorriones.

Por supuesto no podemos describir con palabras el dolor de Vishvakarma, el arquitecto de los dioses. Durante 8 días continuados mantuvo una ceremonia, mientras cantaba:

– ¡Oh enemigo de Indra, crece con el poder de mi energía! – y mientras lo hacía, el fuego crecía con furia, y crecía como una torre que superaba los cielos. De repente apareció en la columna de  llamas la cara de un ser que parecía la misma muerte.

-¿Qué puedo hacer por ti padre?- preguntó. -¿Debería beberme el océano, desmenuzar las montañas en polvo, o debería bloquear el paso del sol, o matar a Indra y sus dioses?

Así nació el peor enemigo que los deva han tenido. No podía morir ni a manos del hierro, ni la madera, ni por cosas secas ni húmedas, ni por bambú ni otra sustancia. Su poder aumentaba en la batalla y era grande como el eje del universo. Ese fue Vritra, el enemigo de los dioses.

Los Asura, los eternos contrincantes de los deva, se pusieron del lado de Vritra y lo ayudaron en la batalla cósmica contra los guardianes brillantes de los mundos. Vritra arrasaba con todo lo que se le ponía por delante y destruía las moradas de los dioses – los planetas de placeres en los que residían. Todos los deva tuvieron que huir a los confines de la galaxia, allí donde flota el centro de la existencia, en Vishnu, el que emana el brillo de la vida.

Y Vishnu, como tantas otras veces, ofreció la solución:

-El sabio Dadhicha ofrecerá su esqueleto – dijo Vishnu.

-Por el bien de los tres mundos, ofreceré mis huesos – contestó, efectivamente, el sabio Dadhicha cuando lo visitaron los dioses en su ashram (lugar de retiro) rodeado de árboles tras las aguas de Saraswati, la ría invisible.

Dadhicha, brillando como una estrella, expulsó su vida del cuerpo controlando la respiración. Con los huesos de su cuerpo construyeron los dioses para Indra su arma más mortífera: El Vajra, el diamante que fragmenta la percepción de la realidad. El rayo que separa el cielo de la tierra. Afilado y con un sonido horrible.

-Yo mismo permearé con mi poder – prometió Vishnu, -este arma misteriosa cuando reduzca Vritra a cenizas.

En ese momento el brillo intermitente de las estrellas habló al corazón de Vritra en silencio, como si recibiera los pensamientos de cientos de miles de consciencias profundamente sabias a la vez:

-Oh Vritra, todo el universo teme tu poder y aún así no encuentras sosiego. Es tu enemistad con Indra lo que no te deja dormir. El que practica la enemistad nunca consigue la felicidad. Por vuestras guerras estamos todos los seres agitados, pero los sabios deseamos que vosotros, y todos los nacidos (jivas), seáis felices. Jurad juntos un tratado de paz. Puedes confiar en la palabra de Indra, él sabe que esta tierra se sostiene en la verdad, el sol amanece por la verdad, el viento sopla por la verdad y el océano no se desborda por la verdad.

Oyendo este consejo Vritra se ablandó y aceptó a Indra como aliado. Creyó en su palabra y los dos enemigos se volvieron aliados y, con el tiempo, amigos. Durante tres años permanecieron juntos por la tierra; hablaron, rieron, jugaron y, una tarde, tras caminar por la playa cogidos de la mano, Vritra se sintió complacido y soñoliento, y decidió dormitar un poco sobre la arena, junto a Indra.

Cuando bajó el sol, llegó el terrible momento de la jornada en el que no es ni de día ni de noche. Todo quedó teñido de luz rojiza. Vritra dormía tranquilamente entre el agua del mar y la arena, cubierto con la espuma de las olas. No estaba ni seco ni mojado, y el Vajra, el arma que no está hecha de ningún material, fue lo que Indra usó para golpear a Vritra. El poder de Vishnu penetró el ataque, también, y Vritra cayó fulminado.

Entonces Vishnu volvió al centro del universo (Vaikuntha), con miedo.

Los Munis, sintieron que el epíteto de sabios había perdido sentido: -Nuestras palabras han sido las de la traición – se lamentaron -el apego a lo conocido es la causa de todos los males.

Indra se sintió tan avergonzado que se escondió en un lago. Su cuerpo se volvió delgado por la tristeza; se volvió tan fino que entró en el tallo tubular de un loto, y allí pasó a alimentarse y vivir como una serpiente.

Los cielos quedaron entonces sin rey y los dioses descendieron a la tierra y pidieron a un rey del linaje de Manu, el padre/madre de la humanidad, que ocupara el cargo vacante. Ese rey fue Nahusha, cuya historia se contará en la próxima entrada de este blog.

Pero ¿por qué mintieron Vishnu e Indra?

Cuando la luz primordial de la vida entra en el plano separado de la materia y se despliega en mil y una formas, asume la confusión del mundo, en su interior. La creación se muestra a sí misma en la renovación anual de la naturaleza, en sus disoluciones y reordenamientos. Se muestra como “el gran cambio”. Este es un universo ordenado con un conflicto de poderes inmanente; y detrás de él yace el Cambio, cuya naturaleza permanece inescrutable. La existencia se revela en la materia y, a causa de la limitación y fragmentación inherente a la misma materia, la existencia también se vela a sí misma en la materia. La verdad se nos esconde y se nos revela en un pulso rítmico. Este e el atractivo y doloroso enigma de la vida.

Esta es una de las últimas entradas de este cuarto año de Respirar el Mahabharata. La investigación de este año gira alrededor de la relación entre azar, ritual, compromiso y el Mahabharata. El resultado del trabajo de este año será un taller sobre como respirar el Mahabharata, con el juego de Lilah como herramienta. Cada entrada de este último año ha estado basada en tres casillas del tablero del juego de Lilah, en este caso las casillas 26, 61 y 72.

Es importante para mí decir que escribir sobre el Mahabharata cuando la mitad de la ciudad en la que vivo está sumida en manifestaciones tiene sentido. El Mahabharata es la historia de lo que nos hace humanos en medio del conflicto, cada uno de sus pliegues apunta a esto y por esta razón es relevante seguir estudiando y compartiendo su luz.

Aprovecho para compartir aquí, también, el enlace a una entrevista que contesté a la plataforma de  Artistas del Presente sobre este proyecto: Entrevista.

Sabhā

La arqueología, y la historia, son disciplinas que caminan de la mano del mito.
El arqueólogo reúne restos de objetos cotidianos, esqueletos, armas, telas, y analiza el tipo de desgaste que han sufrido. El historiador, cuando puede, reúne escritos que hayan sobrevivido de la misma época, o pinturas, esculturas o joyas, y juntos -el historiador y el arqueólogo- componen una historia: Si estos antepasados se desgastaron así es porque comieron de esta manera; y si comían así es porque su economía sería esta, y su economía era esta porque creían en tales y tales cosas.
El cuento que componemos los que estudiamos el pasado es nuestra manera de habitar lo desconocido. Porque, al final, muchos cuentos son una proyección de la sombra del narrador. A menudo nos contamos nuestros miedos y nuestras esperanzas.
Uno de los mitos históricos que nos gusta contar, y escuchar, es el de la evolución de la cultura a lo largo de los siglos como si fuera análoga a la maduración de un ser humano. Desde los tanteos y balbuceos de la prehistoria, seguida de una infancia animista y supersticiosa, pasando por la temible adolescencia, feudal y fanática, hasta llegar a la juventud tecno-materialista.
Un mito creado, según algunos, a lo largo del siglo XIX, en Europa, para justificar el colonialismo. Pero esta última interpretación no deja de ser, a fin de cuentas, otro mito. Un cuento más.
Un cuento bonito, y relacionado con esta visión de la cultura como una evolución personal, es el de los hombres prehistóricos caminando encorvados, sin asear, vestidos con pellejos mal atados y gruñéndose unos a otros con agresividad. Esto se interpreta así porque estos ancestros nos han dejado pocos objetos materiales y se interpreta que la humanidad madura; desde una semi bestialidad simiesca a la postura erguida del dentista. Pero, también puede ser, que las vestimentas que se han desintegrado con el paso de los milenios fueran elegantes y bellos tejidos de tonos blancos y cenefas doradas. Y puede ser que estos ancestros, antes de acurrucarse acostados en cuevas, vivieran en bellas construcciones de madera tallada – hoy desaparecidas. En el Mahabharata, por ejemplo, se cuenta que cuando los nobles deseaban reunirse permitían primero que los astrólogos eligieran el lugar y, en el momento apropiado, se construía con ayuda de los arquitectos, carpinteros y escultores, una amplia y ornamentada cabaña de madera en la que cabían decenas de personas. Cabañas que incluían en su interior, como ornamentación, incluso pequeños y delicados jardines con estanques, poblados de peces.
Cuando terminaba la reunión, que podía durar semanas, el séquito de músicos, bailarines y luchadores de exhibición se retiraban y se desmantelaba la cabaña sin dejar ningún residuo.
¿Y si nuestros antepasados prehistóricos caminaban erguidos, aseados y peinados, y hablaban sobre Dharma, el orden y sentido del universo, entre ellos, pero gruñían más bien poco?
Yudisthira, el mayor entre los Pandava, rey del orden (Dharmarāja), es un gran gobernador, rey de reyes, quien recibe en su sabhā (cabaña de reunión) a Narada, un misterioso y respetado místico, quien abre frente al rey su percepción sutil y permite que Pandu, el difunto padre del rey Yudisthira, hable por su boca desde las tierras del humo, donde viven los ancestros que ya han abandonado la tierra:
-Hijo, estás preparado para organizar el sacrificio de los reyes (rājasūya). Puedes conquistar la tierra; tus hermanos te apoyan. Realiza el gran sacrificio de los reyes y alcanzarás le Sabhā de Indra (el lugar de reunión de Indra), el rey de los dioses. Su sala de reuniones es luminosa como el sol. Tiene mil millas de ancho y diez mil quinientas millas de longitud. Tiene cincuenta millas de altura y puede volar como una nube. Tiene muchas habitaciones y asientos; es preciosa y está adornada con árboles celestiales. En el centro podrás ver al rey de los dioses Indra junto a su esposa Indrani, quien a la vez es Shri y Lakshmi; lleva corona y aros rojos en los brazos. Es adorado por los magos (sidhas) y brillantes espíritus de las tormentas (maruts). Todos los dioses le rinden allí respeto; las aguas divinas y las yerbas, la fe misma, la sabiduría, las nubes cargadas de lluvia, los vientos, el trueno, las estrellas y los planetas , los himnos sagrados se reúnen también a su alrededor. Las ninfas y los músicos celestiales bailan y cantan, entretienen a Indra con himnos y rituales. Los grandes reyes del pasado se reúnen allí con carros flamantes de distintos tipos, adornados con guirnaldas, igual que los místicos de los orígenes, quienes visitan la sabhā del rey de los dioses en carros como la luna.
Más allá de esta sabhā estaría solo la sabhā de Brahmā, el creador, el abuelo y pastor de la luz. Esta ya es mucho más difícil de describir porque cambia continuamente de forma. No se pueden conocer sus dimensiones. No es ni fría ni calurosa. En el momento en el que uno entra en ella desaparece todo hambre y fatiga. No la sostienen pilares, no se descompone y brilla más que la luna, el sol o la cresta del fuego. Allí se sienta el abuelo de los mundos quién, con el poder de las apariencias, él solo, crea continuamente a todos los seres.
Con el se reúnen todos los místicos, la energía, el cielo, el conocimiento, la mente, el viento, el agua, la tierra, el sonido, el tacto, la forma, el sabor y el olfato, la raíz de la creación en el mundo, la luna con las constelaciones, el sol y sus rayos, las estaciones, la resolución y el aliento. Muchos más, demasiado numerosos para nombrar, se reúnen allí con él, que se auto-crea – el orden, el deseo, la dicha el odio, el ascetismo y el auto-control. Los mantra, los textos sagrados, todos los ancestros, la copa de la inmortalidad, por no hablar de todos los dioses y todas las lenguas. La perseverancia, el estudio, la sabiduría y la inteligencia, la fama, el perdón, los himnos de alabanza, sus comentarios y las contra argumentaciones en forma corpórea. Los minutos, segundos y horas están allí con él; el día, las noches, los crepúsculos, meses, estaciones, años y eones; toda la rueda del tiempo, que es eterna e indestructible. Los demonios, los duendes, los titanes, las aves, las serpientes y los animales. Todos adoran al gran abuelo; Dios mismo lo adora allí en su sabhā, que está llena de valakilyas, místicos luminosos y minúsculos como brasas que flotan en el aire. Están los nacidos de útero y los que no lo son. Todos bajan sus cabezas ante el ilustre e inmensamente inteligente Brahmā, el abuelo de los mundos, que se crea a sí mismo y es inmensamente radiante y bondadoso hacia todos los seres, el alma del universo.
Oh hijo, tú puedes alcanzar estos mundos con tu sacrificio, además de conquistar toda la tierra, pero se dice que esta ceremonia esta plagada de obstáculos. Místicos melifluos (brahma rakshasas), destructores de sacrificios, están al acecho de brechas en el ritual. Una guerra lo puede seguir, llevando a una gran destrucción. ¡Oh señor de los reyes! Reflexiona sobre esto y haz lo que sea bueno para ti.

Fuentes:
Mahābhārata, sabhā parva, 7-11
Dardo Scavino, Las fuentes de la juventud, Genealogía de una devoción moderna, 2015

El mundo como oblación

Cuando digo fuego pienso en llamas, en calor y luz. Pienso en la parte visible del fenómeno fuego; pienso en el calor, o el sonido del crepitar de los materiales que se consumen en una hoguera. Pienso en lo perceptible del fuego.
La llama de una vela es un flujo continuo de moléculas pasando por una transformación química, igual que la mente es el resultado de un flujo de pensamientos pasando por una transformación.
¿Qué es entonces, en esencia, el fuego?¿Dónde empieza?¿Cómo se llega, desde la expansión de la materia universal por el frío y omniabsorbente espacio hasta la formación del sol, una pelota monstruosa de materia en llamas?¿Y desde el sol a los planetas que lo circunvalan?¿Y del magma del centro de la tierra a la vida?¿Y de la vida a las historias que nos contamos?
El fuego no lo es todo, pero parece que tampoco falta en ninguna parte.
El fuego tiene coordenadas. Aire y material para consumir. El material para consumir es el mundo. ¿Y qué es el mundo?
Los pensamientos, las fantasías, las emociones, las sensaciones, todos los objetos, los fenómenos meteorológicos, los agujeros negros y mucho, mucho más. Todo forma parte del mundo. El mundo es un flujo, un río terrible que tiene corrientes que fluyen en todas las direcciones. Así lo describe un discurso del Mahabharata (Moksha Dharma Parva 239-245)
Los cinco sentidos son cocodrilos que viven en el río y la mente, -continúa el discurso del Mahabharata- y la resolución, son sus diques cubiertos con la maleza de la avaricia y la confusión. El deseo y la rabia son otros reptiles.
Mientras la verdad constituye los vados sagrados para cruzar el río (tirthas), la falsedad forma sus olas. La furia es el barro de ese gran río supremo; se apila desde lo inasible y desliza velozmente por sus aguas. Este río fluye hacia el océano de la vida y su útero son los mundos ocultos; fluye desde el nacimiento de uno y en este mundo perceptible sus torbellinos son imposibles de cruzar.
El universo no es femenino, masculino ni neutro; no experimenta ni pena ni dicha. Es el pasado, presente y futuro. Quien entiende esto es como una vaca que retorna a su corral y no ha de volver a nacer.
Espacio, viento, luz, agua y la tierra, como quinto; la existencia, la no-existencia y el tiempo, se encuentran en todos los seres a través de estos cinco elementos.
Los intervalos son el espacio y el sentido del oído es formado por ellos.
El movimiento de entrada y salida de la energía es constituido por el viento; el sentido de tacto es su esencia.
El calor y el brillo en la mirada son la luz, sus cualidades son el calor en el cuerpo.
Los desechos líquidos, flujos y grasa, pertenecen al agua. El sentido del sabor y la lengua representan las cualidades del agua.
Huesos, dientes, uñas, vello corporal, pelo, venas, arterias, piel y todos los objetos sólidos son la esencia de la tierra. La nariz representa el sentido del olfato. El sentido asociado con el aroma representa las cualidades de la tierra.
Cada elemento acumula las cualidades del anterior, en este orden, y los sabios saben que todo fluye en el agregado de los cinco elementos.
El mundo es eterno pero a causa de sus cualidades no es eterno en los seres vivos. La energía del mundo se encuentra en el corazón de todos y, aunque no se pueda ver en sus cuerpos, es firme como el relámpago.
Todas las caras y matices que menciona el Mahabharata, todas las facetas del mundo, se mezclan en los remolinos del ensordecedor torrente de la existencia y fluyen sin límite, volcados como oblación, sobre la llama de la vida.

Todos los escritos de este blog representan el diario de un viaje de exploración del contenido del Mahabharata. La parte más importante de este proyecto es la narración oral del contenido del Mahabharata, que puedes ver acudiendo a los estrenos de los doce espectáculos del proyecto, cada 12 de Diciembre, o a alguna de las actividades asociadas, que puedes ver anunciadas en el apartado Próximos eventos, en la parte superior de la página.

Pintura de Mamani Mamani

 

El tiempo que dura el mundo

En cada átomo hay un movimiento. Danzas circulares acompasadas con el ritmo del jardín secreto de nuestro corazón, que es un sol, que brilla en un templo con forma de cosmos, que tiene un altar invisible que sostiene un caldero sin fondo que guarda un universo en su interior; y en el centro de este universo hay un lugar que absorbe toda partícula, impulso, flujo, onda y pensamiento hasta transformarse y separarse en dos. De su lado izquierdo nace su reflejo femenino y entre los dos aparece el amor.

Viviendo el amor hacen el amor. De las gotas de sudor que resbalan sobre le piel de él y ella, cuando hacen su amor, nacen los ríos.

-¿Y cuánto tiempo hacen el amor?

Para responder esta pregunta iría bien entender primero qué es el tiempo.

Para comprender el tiempo es útil hacerse la idea de que con la separación nace el amor y con el amor nace la consciencia de ser en el universo. La consciencia de ser uno, que quiere estar con el otro.

El otro se transforma a medida que buscan sentirlo los sentidos, a medida que se imagina; el otro toma formas, colores, gustos, texturas y cualidades. Se vuelve físico e imaginado, se idealiza. Cuando se acerca la forma física del otro se aleja la idea que tenemos de él y cuando se acerca la idea se aleja el cuerpo. El otro se vuelve muchos y así un solo amor expande, a medida que lo experimenta, al universo como si fuera una gran nube luminosa; como un huevo luminiscente, lleno de polvo dorado, que contiene todas las formas de la creación; como un gran útero.

Dentro de este aureo y cósmico recipiente el amor se busca en las formas y a través de ellas se transmuta en ideales y proyecciones, que se acaban destilando en la energía pura que siempre fueron. Quien dirige la transmutación de la energía a través de los sentidos de los cuerpos es el rey de los dioses. Los dioses expanden el impulso de la energía a través del cielo, las nubes, los bosques, ríos, lagos y campos sembrados con el alimento que los humanos les ofrendan en cada celebración. Las celebraciones se hacen en ciclos anuales, mensuales y semanales.

El sol se eleva por el este y desciende en el horizonte opuesto. Así empieza la noche. El intervalo que va de un amanecer a otro amanecer es un día. 30 días forman un mes. 12 meses son un año humano. 1 año humano es un solo día de los dioses.

El rey de los dioses vive cientos de miles de millones de años divinos.

Cuando muere un rey de los dioses lo sucede otro y la sucesión de 28 reyes de los dioses compone 1 día del huevo cósmico.

108 años cósmicos son una vida de la acción del ser en el universo.

Después todo se reabsorbe en uno y no existe la separación.

Todo el despliegue del universo, la expansión del huevo cósmico, los dioses, los planetas y la humanidad es un parpadeo de la diosa que hace el amor con su compañero. Cuando abre los ojos se expande el universo ante su mirada, cuando los cierra se repliega toda la creación hacia la unidad.

¿Quién podría comprender el tiempo que dura su amor?

 

(Para Gisele)

 

 

Fuentes:

Rumi – El cant del sol. Ed. Olañeta

Devi Bhagavata Purana, Libro IX, cantos I y IX.

La llave al mundo de la imaginación

El Mahabharata es una gran historia. Un historia tan grande que se puede permitir hablar de nuestros orígenes más profundos, aquellos que nunca pasaron pero siempre son. Los orígenes de nuestros sueños.

El Mahabharata es la historia de una guerra civil, que involucra a toda la humanidad, a los dioses, los titanes (Asura) y a todos los mundos intermedios.

¿Y cuáles son estos mundos intermedios? La tradición moderna de la que somos herederos no incluye relatos de los mundos intermedios. Hablamos del mundo, de lo cuantificable, o de lo transcendente: esa fosforescencia dorada tan elusiva que nos orienta hacia la belleza en el arte, en algunas ocasiones, o hacia un respiro de vigor interior, en otras. Sobre un plano intermedio entre estos dos polos no solemos hablar, y mucho menos de los seres que lo habitan.

Lo que me encuentro, sin embargo, en los encuentros de narración que tengo el placer de conducir, es que la gran mayoría de preguntas que el público hace se refiere precisamente a ese plano. Probablemente por ser más desconocido, y también por la fascinación que produce.

En la entrada pasada escribí sobre el fuego. Sobre el fuego real y el simbólico. De hecho la diferencia entre los dos es difusa pero ya habrá tiempo de hablar de esto en este tercer año; en este post quiero mencionar otro símbolo muy recurrente, igual de hipnótico que el del fuego, y directamente relacionado con la historia central de este tercer año del proyecto, que compartí hace quince días, la historia de la quema del bosque Khandava. El símbolo del que hablo es el de la serpiente.

¿Por qué están relacionadas las serpientes con el bosque Khandava? Porque el bosque en cuestión no era cualquier bosque, sino la capital del reino de las serpientes. El reino de los Naga, en sánscrito. La quema del bosque conllevó también la destrucción de la ciudad de las serpientes y sobre ese terreno calcinado se irguió Indraprastha, una de las capitales del clan de Arjuna, el héroe involucrado en la quema del bosque.

De repente la historia cobra matices mucho más cercanos. Antiguos como la misma humanidad. Igual que el fuego, las historias de conquista y reconquista acompañan a la humanidad desde que es humanidad.

Solo que en este caso el terreno es re-conquistado no a otro clan humano sino a los Naga, unos seres enigmáticos que viven en el mencionado plano intermedio.

«¿Qué son los Naga?» Es una de las preguntas que más me han hecho a la hora de narrar el Mahabharata. Y todavía no sabría responderla con autoridad.

Además, me pregunto, ¿Cómo es un reino de los Naga? Y si en el bosque que quemó Arjuna había una ciudad Naga, ¿por qué no la describe el texto? ¿Era subterránea? ¿Invisible?

No considero este interés una mera coquetería intelectual, más bien intuyo que explorando estos senderos del Mahabharata es como uno puede aprender de las enseñanzas que el texto ofrece sobre las profundidades de la consciencia humana. En este caso, buscando descripciones del reino de los Naga en el Mahabharata, me he encontrado con grandes enseñanzas sobre el arte de la narración, que a la vez son enseñanzas sobre el funcionamiento de la imaginación humana.

La novia Naga de Arjuna

Sí, en uno de sus viajes Arjuna tiene una romance con una hija de la raza de los Naga, con quien tiene además un hijo que le ayudará en la batalla final[1]. Pero ahora no quiero detenerme en esta relación sino en el momento en el que se describe el reino de ella.

Arjuna está haciendo abluciones en las aguas del Ganges, al norte, cuando de repente «sus brazos poderosos son arrastrados por Ulupi, la hija del rey de los Naga -quien podía viajar donde quería- al fondo de las aguas. Allí Arjuna se encuentra un fuego perfectamente construido, al que ofrece reverencias de manera que el fuego se siente satisfecho[2]».

Esto es todo. Pero es más que suficiente. ¡Qué paleta de colores se abre con esa simple descripción! No hace falta mucho más. ¿Quién no ha visto el fuego en medio de las aguas, y las sombras que lo rodean, al leer esta frase? La imaginación humana no necesita demasiado para ponerse en funcionamiento, y los Naga precisamente viven en el plano de la imaginación. Es como si el Mahabharata mostrara el mínimo necesario para activar la imaginación; la llave, al desnudo, del mundo de la fantasía.

En otra ocasión, en los meros inicios del Mahabharata, se habla de un practicante espiritual que quiere llevar a su maestro unos pendientes dorados que codicia Takshaka, el mismísimo rey de los Naga. El practicante sabe que tiene que ir con cuidado y está atento, pero en el camino ve un mendicante acercándose hacia él. El mendicante se vuelve a veces invisible y después vuelve a aparecer. El practicante siente la necesidad de ayudarlo y deja los pendientes en el suelo para traer algo de agua. En ese momento el mendicante se convierte en Takshaka, el rey de los Naga, quien agarra los pendientes y desaparece en un gran agujero en el suelo, entrando en el mundo de los Naga.

El practicante lo sigue, y cuando lo reciben las serpientes los adora diciendo «Oh serpientes, que adornáis las batallas, llovéis como nubes llevadas por el viento y cargadas de relámpagos. Bellos y con muchas formas, cubiertos de pendientes multicolores, brilláis como el sol en el cielo», y de esta manera sigue alabando el linaje de los Naga pero se da cuenta de que nadie le va a devolver los pendientes. Entonces ve dos mujeres tejiendo una tela en un telar. Hay hilos blancos y negros en el telar. También ve una rueda siendo girada por seis chicos y un hombre guapo. Así que el estudiante los saluda usando un mantra que conocía: «Seis chicos giran una rueda con 360 ejes, moviéndose perpetuamente en un ciclo de 24 divisiones. Dos mujeres jóvenes, representando al universo, tejen continuamente con hilos negros y blancos, creando mundos y seres del pasado y el presente. ¡Oh señor del relámpago! Oh, protector de los mundos; oh gran alma vestida de negro, que llevas la verdad y la no verdad al mundo, ese que en los tiempos ancianos consiguió su montura sobre el caballo, que era otra forma del dios del fuego, en las profundidades de las aguas. Siempre te saludo, señor del universo. ¡Oh señor de los tres mundos![3]».

«Estoy satisfecho con tus saludos» responde el hombre apuesto. «Pídeme lo que quieras».

«Quiero dominar a los Naga» responde el estudiante espiritual.

A lo cual el hombre atractivo le dice «Sopla por el ano de este caballo», y cuando el estudiante sopla, por todos los orificios del caballo sale un fuego intenso que quema a los Naga y los hace salir de la cueva. El estudiante reconoce los pendientes en el suelo y así los recupera.

Enigmático.

Suerte que más adelante el Mahabharata documenta el momento en el que el estudiante puede hacerle llegar los pendientes a su maestro, y le pregunta por las cosas que vio en el mundo de los Naga:

«Las dos mujeres son Dhata y Vidhata, hijas del sacrificador original. Los hilos negros y blancos representan la noche y el día. La rueda con doce ejes es el año con sus doce meses, los seis niños son las seis estaciones. El hombre apuesto es el dios de la lluvia, el caballo es el fuego»

Y todo esto estaba en la cueva de los Nāga. Así que volvemos al principio:

¿Dónde viven los Naga?

[1] Sobre este elemento recomiendo tener en cuenta la entrada que escribí sobre la descendencia entre humanos y seres del plano intermedio, hace algo más de un mes.

[2] Khandava Daha Parva 1

[3] Poushya Parva 1

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