El tiempo que dura el mundo

En cada átomo hay un movimiento. Danzas circulares acompasadas con el ritmo del jardín secreto de nuestro corazón, que es un sol, que brilla en un templo con forma de cosmos, que tiene un altar invisible que sostiene un caldero sin fondo que guarda un universo en su interior; y en el centro de este universo hay un lugar que absorbe toda partícula, impulso, flujo, onda y pensamiento hasta transformarse y separarse en dos. De su lado izquierdo nace su reflejo femenino y entre los dos aparece el amor.

Viviendo el amor hacen el amor. De las gotas de sudor que resbalan sobre le piel de él y ella, cuando hacen su amor, nacen los ríos.

-¿Y cuánto tiempo hacen el amor?

Para responder esta pregunta iría bien entender primero qué es el tiempo.

Para comprender el tiempo es útil hacerse la idea de que con la separación nace el amor y con el amor nace la consciencia de ser en el universo. La consciencia de ser uno, que quiere estar con el otro.

El otro se transforma a medida que buscan sentirlo los sentidos, a medida que se imagina; el otro toma formas, colores, gustos, texturas y cualidades. Se vuelve físico e imaginado, se idealiza. Cuando se acerca la forma física del otro se aleja la idea que tenemos de él y cuando se acerca la idea se aleja el cuerpo. El otro se vuelve muchos y así un solo amor expande, a medida que lo experimenta, al universo como si fuera una gran nube luminosa; como un huevo luminiscente, lleno de polvo dorado, que contiene todas las formas de la creación; como un gran útero.

Dentro de este aureo y cósmico recipiente el amor se busca en las formas y a través de ellas se transmuta en ideales y proyecciones, que se acaban destilando en la energía pura que siempre fueron. Quien dirige la transmutación de la energía a través de los sentidos de los cuerpos es el rey de los dioses. Los dioses expanden el impulso de la energía a través del cielo, las nubes, los bosques, ríos, lagos y campos sembrados con el alimento que los humanos les ofrendan en cada celebración. Las celebraciones se hacen en ciclos anuales, mensuales y semanales.

El sol se eleva por el este y desciende en el horizonte opuesto. Así empieza la noche. El intervalo que va de un amanecer a otro amanecer es un día. 30 días forman un mes. 12 meses son un año humano. 1 año humano es un solo día de los dioses.

El rey de los dioses vive cientos de miles de millones de años divinos.

Cuando muere un rey de los dioses lo sucede otro y la sucesión de 28 reyes de los dioses compone 1 día del huevo cósmico.

108 años cósmicos son una vida de la acción del ser en el universo.

Después todo se reabsorbe en uno y no existe la separación.

Todo el despliegue del universo, la expansión del huevo cósmico, los dioses, los planetas y la humanidad es un parpadeo de la diosa que hace el amor con su compañero. Cuando abre los ojos se expande el universo ante su mirada, cuando los cierra se repliega toda la creación hacia la unidad.

¿Quién podría comprender el tiempo que dura su amor?

 

(Para Gisele)

 

 

Fuentes:

Rumi – El cant del sol. Ed. Olañeta

Devi Bhagavata Purana, Libro IX, cantos I y IX.

Entre los embaucadores, soy el azar

¿De qué trata el Mahabharata? Es una pregunta que me hago a menudo.

Es una pregunta sin fondo para mí porque lo único que se me ocurre es que el Mahabharata va sobre “la vida” y La Vida, la verdad, todavía no sé exactamente lo que es.

La Bhagavad Gita (Bhagavad-gītā) es uno de los cantos del Mahabharata y el más conocido probablemente. Consiste en una conversación entre el arquero Arjuna y su compañero Krishna. Krishna es un personaje del Mahabharata, y un avatar divino, una encarnación de Dios sobre la tierra. Esta semana pasada me han llamado la atención dos versos de este canto: El primero corresponde al momento en que Arjuna, consciente de que está hablando con Dios personificado, le pregunta a Krishna si podría ver su forma divina, o la auténtica forma de Dios. Aquí lo que me ha llamado la atención es que lo primero que Krishna responde es: «observa los Āditya, los Vasu, los Rudras, los dos Ashvins y también los Maruts (…) observa todas las maravillas, Arjuna» (BG 11:6). No es la primera vez que leo esta frase y siempre la he pasado por alto, pero ahora me ha tocado de manera especial porque estos nombres (Ādityas, Vasu, Rudras, Ashvins, etc.), son precisamente lo que vengo contemplando los últimos meses, y con asombro creciente.

¿Qué son todas estas palabras sánscritas? Quiero decir, ¿qué son de verdad? Porque existen muchas explicaciones sobre ellas, podemos explayarnos con generosidad sobre cada una de estas palabras, pero lo que me interesa ahora va un poco más allá. Lo que quiero compartir aquí es la sensación de encantamiento que me produce el espacio que se extiende entre los nombres sánscritos y entre los motivos narrativos que se repiten en los Purana y en el Mahabharata.

Pero cuando quiero hacerlo me quedo sin palabras.

Para seguir describiendo lo que quiero describir solo se me ocurre seguir usando el lenguaje del Mahabharata, y sus símbolos:

Lo que Kirshna nombra a Arjuna en la estrofa que he citado, los Āditya en el espacio, los Rudra en el cielo y los Vasu y Ashvin pasando por la tierra, son puntos cardinales de lo que se llama Hiranyagarbha (Hiraņyagarbha), cuya traducción más habitual es “el huevo dorado”, del cual se dice que es el mundo fenoménico en el que vivimos. Esto se traduce así porque hiraņya, la primera palabra del compuesto, significa oro destilado. Pero hiranya significa también semen. Significa semen, también, porque se dice que el hiraņyagarbha se formó cuando una gota de esperma cósmico cayó en las aguas eternas y se convirtió en un feto dorado (otra de las traducciones posibles de hiraņyagarbha), o receptáculo o matriz-seno de esperma/oro. Dentro de este seno dorado opera Brahmā, la expansión universal, que elabora y modifica las formas del cosmos.

Garbha puede significar huevo, pero también parte interior del santuario de un templo, seno, útero, dormitorio o los vapores que el sol levanta de la tierra para que los devuelva el cielo durante la estación lluviosa. Hirnayagarbha es la matriz inseminada de la vida, como la luz del amanecer.

Probablemente no exista una manera más exacta para describir la vida que la descripción simbólica de un huevo/útero/santuario hecho de esperma dorado, en cuyo interior contiene dioses, héroes y espíritus. Probablemente no la haya porque cualquier otra explicación no sería menos metafórica que esta. ¿O acaso decir que la vida es una tensión circulante de núcleos energéticos que llamamos átomos y quarks es menos metafórico? ¿Y una combinación azarosa de espirales de ADN, es eso menos metafórico? ¿Menos poético?

«Entre los embaucadores, soy el azar», le dice Krishna a Arjuna poco antes de mostrarle su verdadera cara (BG 10:36). Esta es la otra frase que me ha atrapado esta semana.

No olvidemos la diferencia de matiz; yo estoy intentando definir qué es la vida, pero lo que Arjuna le pide a su amigo divino no es ver la “vida”, sino el auténtico de rostro de Krishna, y lo que Krishna le muestra es el rostro de Dios. ¿Pero qué es Dios?

Dios es una palabra traviesa: el creyente no necesita que se la expliquen y al ateo no le interesa que se la expliquen. La palabra Dios lo puede significar todo o nada; es sinónimo de la más profunda verdad y de la mayor farsa. Krishna parece moverse sobre esta cuerda floja en el Mahabharata. Pero el Mahabharata, además, es una catedral de la poesía. El mahabharata es una obra orfebrería del lenguaje y por esto nos regala frases como «entre los embaucadores, soy el azar».

Los embaucadores manipulan el resultado de los dados, suman y dividen las cuentas, se esconden cartas en las mangas y en los calcetines, cooperan para engañar al inocente, pero nunca pueden controlar el azar. El embaucador tiene cartas escondidas para sustituir a las que no le convienen, pero no puede predecir qué cartas le ofrecerá la baraja; por muy preparado que esté, siempre habrá un instante que le sorprenderá desprevenido.

La palabra sánscrita que usa el verso 10:36 del Bhagavat Gita es chalayata (chalayatām), de la raíz chala: cubrir, tapar, envolver y esconder; como un chal envuelve el cuello o un objeto que queramos cubrir.

Eso hacen los embaucadores cuando intentan cubrir el azar. De hecho el mismo dado es un objeto que cubre el azar y lo interpreta. Un cubo con números pintados a cada lado no significa nada fuera de la convención humana, o fuera de las reglas del juego. El azar agita un cubo y las consecuencias de la tirada dependen de las normas acordadas. Las consecuencias de la tirada dependen de las capas con las que cubramos el acto en sí, el arrojar un cubo sobre una mesa.

Esto hacen las palabras también: envolver, tapar, decorar la realidad. ¿Pero qué es la realidad sin las palabras? Las palabras forman parte de la realidad. Las palabras son como una danza de abanicos o telas transparentes que transportan el azar. Y el azar es ese momento de sorpresa que activa un reflejo incontrolable en los ojos y el corazón. Qué pesado sería si el dado no cayera más que sobre el número que nosotros eligiéramos, qué aburrido y qué opresivo, ¿cómo podríamos vivir sin lo inesperado?

Los Āditya luminosos, los Rudras grises que serpentean lentamente por el cielo alrededor de los relámpagos que saltan como cabras grilladas junto a los Maruts y los Ashvins que cabalgan los rayos del sol para repartir su miel sanadora a la humanidad, ayudados por los Vasu escondidos entre los aspectos físicos de la tierra, son la fuente de asombro que abre las puertas a la realidad cuando nos quedamos sin palabras.

A partir de esta semana voy a estar contando historias del Mahabharata en dos teterías de Barcelona, usando el azar como guía. Todos los lunes estaré de las 16.30 a las 18.00 en LaClandestina y los miércoles de 17.00 a 21.00 en Mailuna. El formato que quiero probar es más íntimo que el de los espectáculos. Contaré historias para una, dos o como máximo cinco personas y en voz baja, alrededor de una de las mesas del lugar. La selección de las historias será a medida de lo que dé de sí el encuentro y un elemento de azar que será el dado que guiará el juego de Gyan Chaupar, que quiero compartir con quien se decida venir. Gyan Chaupar es un juego de azar transcendental de la India, “el juego de los santos” lo llama el escritor Harish Johari. Consiste en representar sobre un tablero el juego del despertar universal, Māyā Līlā. Si te interesa puedes venir a la hora que quieras dentro de los márgenes mencionados y sumarte al juego. No se trata de espectáculos de una durada determinada sino de encuentros informales alrededor de los relatos sagrados de la India. Puedes venir y partir cuando quieras, yo estaré compartiendo historias con quién se quiera quedar.

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