¿Qué es más real, lo subjetivo o lo objetivo?

La historia bíblica del llamado a Abraham para sacrificar a su hijo Isaac, igual que la historia del rey Harishchandra que vengo compartiendo en las entradas anteriores de este blog, remiten ambas a un punto de intersección en el paso el sacrificio humano/animal, al ritual simbólico.

En la historia del rey Harischandra el monarca desea tener descendencia y el dios Varuna le promete cumplir su deseo, con la condición de que se le ofrezca en sacrificio al primogénito. Y a partir de ahí podemos reconocer en la historia un juego de contrastes entre la dimensión transpersonal y la experiencia subjetiva personal: Cuando el rey ve nacer a su hijo queda prendado a él como individuo y es incapaz de sacrificarlo, a pesar del prospecto de tener más descendencia después. El rey suplica, una y otra vez, pasar por los ritos de nombramiento del hijo, del primer corte de pelo, de su introducción en sociedad y de su primera instrucción espiritual. El argumento del rey/padre es que hasta que su hijo no pase por esos ritos no sería una persona completa, y por tanto el sacrificio no sería real, porque no estaría sacrificando realmente a su hijo, como pedía el dios, sino a un ser anónimo. Porque detrás de estas palabras se esconde, primero, el intenso lazo emocional de padre a hijo, y segundo, la pregunta que subyace a esta historia, y también al Mahābhārata; y que es parte de la motivación del voto de 12 años que ritualiza este blog: ¿qué es lo que hace que el humano sea humano?

Cuando el hijo del rey Harischandra llegó a la edad de recibir su instrucción espiritual fuera de casa, en la preadolescencia, decidió huir para salvar su vida – otra decisión con motivación subjetiva, que contrasta con el deber universal (sobre esta decisión escribí algo en la entrada pasada)

El rey Harishchandra fue maldito entonces con la enfermedad de la gota, por haber fallado al dios Varuna en sacrificar a su primogénito, y, desesperado por el dolor, recurrió a un recurso extremo: Un brahmán (sacerdote) del reino aceptó vender su hijo mediano para ejecutar el sacrificio.

Los sacerdotes reales dictaron que un hijo comprado se convierte en un hijo legítimo, por tanto apto para sacrificar, y encontraron a un brahmán empobrecido, desesperado por poder alimentar al resto de su familia. El brahmán aceptó vender a su hijo Sunashepa pero este, una vez atado al poste sacrificial, lloró con tanta angustia que ninguno de los sacerdotes reales fue capaz de llevar a cabo el sacrificio – de nuevo por la conexión empática, y subjetiva, con la víctima-. Y, en aquel momento, uno de los sacerdotes dirigió al rey unas palabras que hablaban, una vez más, de la bisagra entre el sacrificio literal y el simbólico: “Lo que está escrito sobre los sacrificios animales está pensado para las personas con inclinación hacia los objetos de los sentidos, para atraerlos hacia la vida ritual (…) Quien compadece a todos los seres, se contenta con lo recibido y calma sus sentidos, agrada a la divinidad”.

El equilibrio entre lo personal y lo transpersonal es sutil. El contexto en el que se expresa el dilema del sacrificio humano de Sunashepa, la victima comprada, parece ser el de una sociedad basada en el ritual estricto, pero resulta que dentro de toda esta transpersonalidad la compasión tiene suficiente peso como para transgredir la norma – “para agradar a Dios”, ¿Porque, qué sentido tiene el ritual cuando deja de agradar a Dios?

A continuación la historia cambia ligeramente de dirección: el rishi Vashishtha y su competidor Vishvamitra se encontraron en los cielos de Indra y discutieron sobre los logros del rey Harishchandra. Es decir, de sus méritos personales: Vashishtha defendía que el rey había sido justo y ecuánime con sus súbitos, mientras Vishvamitra opinaba que había sido un tramposo, que engañó al dios Varuna. Así empezó otra historia con ecos bíblicos, en este caso con la historia de Job, cuando Vishvamitra apostó todos sus méritos místicos con Vashishtha a que demostraríala maldad del rey Harishchandra acosándolo con una vía tortuosa de calamidades:

Vishvamitra creó un demonio en forma de jabalí que empezó a destruir los bosques del reino. El rey organizó una partida de caza para atrapar al monstruo, pero la ferocidad del enfrentamiento lo dejó aislado de sus soldados y extraviado. Entonces Vishvamitra se apareció ante él tomando la forma de un eremita renunciante, ofreciendo al rey solaz, baño y consejo. Harishchandra quedó profundamente agradecido y ofreció regalar al ermitaño “lo que le pidiera”. Así que Vishvamitra creó la ilusión de un chico y una chica jóvenes, y dijo a Harishchandra que para casar a aquella pareja le pedía como regalo de bodas el reino entero. Harischanddra aceptó, para ser fiel a su palabra, con el convencimiento de que aquello era lo último que podía perder, pero Vishvamitra añadió entonces que como impuesto por la transacción el rey le debía también dos medidas y media de oro, quedando así Harischandra en deuda con Vishvamitra, porque sin su reino ya no tenía ningún tesoro del que extraer aquella cantidad.

Por compasión por él, y para que su marido no tuviera que faltar a su palabra, la esposa de Harischanra le propuso entre lágrimas que la vendiera a ella como criada, y pagara así su deuda. Un sacrificio hecho por amor, que afectó tanto al rey que se llegó a desmayar. Por amor a su esposa, el rey se negaba a ponerla en venta, pero oír como lloraba de hambre su hijo (quien había vuelto de su escondite) hace que los dos se decidan. Otra vez, el poder de la empatía personal frente al deber de defender el reino.

Entonces Harishchandra, muy a su pesar, anunció en un cruce de caminos que estaba vendiendo a su esposa, y Vishvamitra, de nuevo, fue quien apareció en el lugar, en forma de un anciano esta vez, buscando una criada para todas las labores del hogar. El anciano procedió a dejar su pieza de oro en el suelo y llevarse a la reina tirándole del pelo, pero el hijo se puso a llorar de pena. El dolor de madre e hijo (personal, subjetivo, único) era tan intenso que ella suplico y convenció al anciano de comprar también al niño, alegando que no sería capaz de concentrarse y trabajar.

Antes de partir, la reina prometió al rey que se volverían a ver, y Harischandra dijo que el dolor de perder a su hijo y esposa era superior al del exilio y la ruina. Pero lo pagado por la reina y el príncipe no sumaba la deuda de Harishchandra y como no tenía otra manera de pagar, aceptó que  Vishvamitra lo vendiera a Yama – el dios del dharma, u orden universal, así como el guía de las almas entre los mundos- quien, para la ocasión, había tomado forma en este plano la forma de un hombre con el pelo enmarañado y la barriga caída, dientes largos y que emitía un olor asqueroso.

Vishvamitra recibió del extraño individuo riquezas incontables y la deuda del rey quedó saldada, pero Harishachandra tenía de servir a su nuevo amo, recogiendo pedazos de mortaja en un crematorio donde escuchaba durante todo el día el llanto de familiares y amigos lamentando la partida de sus queridos. Entre la descripción de los cuerpos quemados desintegrándose y los gritos de desesperación volvemos a ver el contraste entre la vida vista como proceso biológico y el poder de las relaciones personales.

Como dice Jana Rasó, psicóloga, arte terapeuta y formadora de yoga: la repetición es algo que sucede y sucede, y sucede, de manera que puede ser automática: como una muletilla de consciencia, como cuando repetimos la lista de compras de camino al supermercado para no olvidarla– Eso que decimos que somos, es una repetición de elementos. Repetición de gustos, patrones y recuerdos que llamamos “yo”. Repetición de patrones que llamamos “hijo”, “pareja”, “padre o “madre”. Y cuán importante es esta repetición.

Una experiencia – continuando con la cita de Jana Rasó- es el poder estar presente a las sensaciones que provoca (o suceden) en una acción concreta – Y ahí está la importancia de prestar atención a la experiencia de la repetición personal. En la tensión entre la conceptualización de lo transpersonal, y la experiencia de lo personal, por muy ilusoria que esta sea, está el poder de la vida.

Todo fenómeno es una condensación de repeticiones en el tiempo. La vida de un ser sensible es la condensación de un soplo en el tiempo. Mientras el soplo dura se repiten los ecos de un ser, cuando el soplo pierde fuerza se dispersa la vida en recuerdos, historias, grabaciones… hasta la disolución total. ¡Pero cuán importante es este paso por el tiempo!

Cuando se pierde el camino aparece la virtud;

Cuando se pierde la virtud, aparece la humanidad;

Cuando se pierde la humanidad, aparece la justicia;

Cuando se pierde la justicia, aparecen los ritos.

Pues los ritos

Son lo superficial de la lealtad y la fidelidad,

Son el origen del desorden.

(…)[1]

Pero el Mahābhārata nos dice que es itihasa (“así pasó”):  nos está recordando que no es de palabras de lo que nos está hablando, sino de “lo que pasa”, y no son “personajes” los que mueren en él, sino seres como nosotros, diferentes, pero auténticos, que exceden las palabras y las clasificaciones.

El Mahābhārata parece un proceso de aprendizaje, para vernos en la mirada de ese campo (kshetra) de pluralidad, donde lo subjetivo es tan real como lo objetivo, y el equilibrio entre ellos es un delicado y precioso instante. En este instante se esconde la verdad (Satya) que secretamente anhelamos.

El Mahābhārata, esta gran historia de la humanidad, habla de la caída desde la verdad hasta el desorden, y del renacimiento de la verdad en el desorden. El ritual es una misteriosa bisagra que confunde, y a la vez recuerda de dónde venimos y a dónde queremos volver.

Dentro de quince días compartiré el final del calvario de Harischandra y su esposa, con otra respuesta original a la pregunta de qué es la repetición, y qué es la experiencia. Mientras tanto, si te interesa bucear en la vivencia física e estas historias maravillosas te recomiendo dar un vistazo al curso que estoy ofreciendo gracias a la escuela Equilibrium Yoga.

Información: La mitología como viaje interior


[1] Daodejing 38, citado por Chantal Maillard en Las venas del dragón, Confucianismo, taoísmo y budismo, Galaxia Gutenberg, 2021, pg106

¿Qué deberían repetir los hijos de sus padres?

La repetición es una herramienta para integrar el Arte en nosotros, y la experiencia es una huella, una impronta en el alma, que nos hace mejores artistas”. Así explica qué es la repetición, y qué es una experiencia, Jorge Ariza, quien es un hombre generoso y atento, historiador del arte especializado en simbología medieval.

Esta respuesta se la grabé en audio la última vez que nos vimos y al hacer la transcripción he decidido escribir Arte en mayúsculas, porque sospecho que cuando Jorge dijo “arte”, en su respuesta, se refería al gran Arte. Al Arte universal, o acto creativo continuo. Porque, cuando prestamos atención, podemos ver que todo lo que somos es creatividad. La hoja que se seca y se convierte en nutrientes para el suelo o el niño que cambia de forma, crece y aprende nuevas maneras de relacionarse con el mundo. Toda esta transformación continua es creatividad. La idea que tenemos de quienes somos se va transformando, a medida que vivimos, y cuando cambia la idea de quienes somos, cambia la idea que tenemos del mundo. Nuestra interpretación se transforma, y el mundo se vuelve distinto, porque todo esto que llamamos realidad está hecho de pura creatividad.

La repetición, acción tras acción, generación tras generación, célula a célula, teje este gran acto creativo.

En la historia que vengo relatando en las últimas entradas el rey Harischandra fue posponiendo el sacrificio de su hijo a Varuna, hasta que el hijo tuvo criterio propio y huyó. Rohitasva, el hijo de Harishchandra, se refugió en un ashram -en una comunidad espiritual-, en un bosque lejano. El rey no sabía dónde estaba su hijo y por tanto no lo podía sacrificar. Pero las noticias sí llegaban al ashram de Roshitashva, y el hijo supo que su padre había enfermado de gota, por no cumplir su palabra y no haber podido ejecutar el sacrificio que se le pedía. El hijo sintió entonces pena por su padre, le dolía que su padre estuviera pasando por aquél calvario y decidió volver al palacio para ofrecerse como sacrificio, y liberar así su progenitor del dolor. Pero para su sorpresa se apareció ante él Indra, el rey e los dioses, y le pidió que cambiara de opinión.

-Tu padre está ofuscado por el dolor y no dudará en sacrificarte para conseguir su alivio personal. Sería más práctico que esperaras su muerte, y volvieras entonces al palacio, para ser coronado.

Y volviendo a la cuestión del Arte, y la Creatividad, que ha introducido el Dr. Jorge Ariza, es importante parar para decir algo sobre Indra, y liberar algo de la coherencia que tiene comprimida en sus palabras esta historia:

Pensemos en los deva como corrientes que agitan esta realidad maleable. Como corrientes marinas en el océano, pero en este caso corrientes que agitan los procesos de transformación naturales, sociales y psíquicos. Corrientes que dan forma tanto a las hojas de las plantas como a las estrellas, igual que introducen burbujas en el agua. Corrientes que une unen una forma con otra mediante el deseo. E Indra es quien dirige todas estas corrientes: el rey de los deva. Los sentidos se llaman Indriya, en sánscrito, porque pertenecen a Indra. Todo lo que percibimos y concebimos forma parte de la red de Indra (Indra jāla), un conglomerado, o red, de diamantes que se reflejan entre sí. Cada diamante de esta red refleja todos los otros, aunque de manera fragmentada.

Todo lo que concebía el hijo del rey con gota, Harischandra -lo que pensaba sobre sí mismo, y sobre su padre, y sobre el sufrimiento, era parte de esta red fragmentada de colores, sonidos, aromas, sensaciones, sabores, ideas, juicios, recuerdos y fantasías de la que formamos parte todos. Indra es el origen de este entramado. Su rey. Y, a la vez, Indra forma parte de esta red igual que nosotros. Fue esta voz la que le dijo al príncipe Rohitashva que un hijo no debería sacrificarse por su pare.

La repetición es lo que permite integrar al Arte en nosotros. La repetición nos integra en la red de Indra. Un día tras otro, respiración tras respiración, y generación tras generación. Un gesto repite en anterior. Pero si el próximo gesto desaparece, si el ritmo termina, porque un pulso absorbido por el anterior, no hay repetición; y no hay arte.

Como padre, no me gustaría que mi hija tuviera que remendar mis errores, o cargar con mis fobias y mis sufrimientos. Mi hija repetirá muchos de mis patrones, porque son los que aprenderá, pero los deva, las corrientes que mueven la realidad, la llamarán a ir más allá de sí misma, y espero que sepa aprovechar su ímpetu para superar mis limitaciones.

Por la libertad de todos los hijos, sobrinos y huérfanos, y por el bien mayor, deseo que aprendamos a repetir aquello que nos libera, y no nos dejemos engullir por el pasado. Que la experiencia de la liberación sea la que deje la mayor impronta en Nuestra alma, para que la podamos repetir.

En la próxima entrada veremos qué hizo el rey Harischandra para liberarse de su maldición, sin la ayuda de su hijo Rohitashva.

Y si te interesa profundizar en la vivencia física de las historias existenciales del Mahabharata, o te has preguntado cómo memorizarlas o aplicarlas, te recomiendo el curso que estoy ofreciendo en la sala Equilibrium Yoga en Barcelona:

Información: La mitología como viaje interior.

Tema: Baskerville 2 por Anders Noren.

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