Sobre la envidia

Puedo agradecer a la vida que no me falte nada. Vivo en un apartamento que es luminoso como un palacio y cálido en invierno. Estoy enamorado de mi esposa y me siento comprendido y apoyado. Cada mañana los seres invisibles vuelcan bendiciones sobre mi cuerpo. Disfruto haciendo mi trabajo y pasan por mis manos los ingresos necesarios para poder vivir con dignidad.
Soy como el rey de mi mundo. He encontrado mi pasión en la vida y mi corona, aunque invisible, brilla como el oro al mediodía.
Sin embargo sobre mi vida flota una gran nube negra, que en ocasiones tapa la luz del sol. Se trata de mi rival. El látigo que muerde mi espalda.
Si algo me falta, es el éxito que tiene mi rival. Pierdo la noción de mí, cada vez que veo como le rinde tributo el mundo. He visto gentes de otros países regalarle obsequios preciosos como si fueran pieles de antílope y de gatos salvajes, hilados con filamentos dorados. Regalos caros como trescientos caballos grises y de todo tipo de color. Caros como cientos de camellos hembra alimentados con dátiles y nueves.
Sabios, académicos, sacerdotes e incluso líderes espirituales le ofrecen respetos. Pero mi rival no acepta sus halagos y regalos, a menos de que vengan en palabras acertadas como si fueran recipientes dorados para sus obsequios intangibles.
Veo como mi rival recibe favores de miles de personas que le ofrecen su tiempo. Recibe riquezas y joyas, mulas, miel y frutas. También espadas con empuñadura de marfil.
Le he visto también rechazar regalos y favores de gente venida de todas las direcciones. Gentes con trajes y con turbantes, a quienes he visto traer regalos de oro y plata. Los simples y los refinados, todos lo admiran. No puedo ni imaginar la multitud que espera en la cola para que él los atienda. He visto gente regalarle trajes y vestimentas de seda, lino y telas caras con estampados y colores.
Mi rival, en añadido, ignorando mi sufrimiento, me trata como un hermano. En una ocasión me enseñó pepitas de oro recogidas por hormigas adiestradas, que le habían sido llevadas desde regiones cubiertas por la sombra de las cañas de bambú. Me enseñó un abanico hecho con pelos de Yak, blancos como los rayos de la luna, que le habían regalado cazadores fornidos que vivían en el Himalaya. En su casa siempre tiene plantas que le han llegado de lugares inalcanzables. Usa perfumes naturales, hechos de flores difíciles de encontrar, que le traen visitantes de tierras lejanas; unos por amistad y otros por interés, porque buscan su aprobación. Incluso las musas y los seres de otros planos le regalan la inspiración para hacer siempre lo correcto. Parece que los mismos dioses le hayan regalado sus armas construías con el relámpago. El planeta entero aclama su nombre mientras yo, en la comodidad de mi palacio, ardo día y noche y me siento como un estanco seco en verano. Me quema el brillo de la prosperidad de mi rival y hay días en los que pienso incluso en la muerte.
Me siento desolado, porque sé que soy yo quien se merece estas riquezas y no mi rival. Hasta que no consiga su opulencia dudaré de mí mismo. Solo puede ser próspero quien esté determinado a crecer en riquezas igual que su cuerpo ha crecido de la infancia a la edad adulta.
Nadie es por naturaleza enemigo de nadie pero aquel cuyas metas son las mismas que las de uno es un enemigo, y en esta competición sé que todo vale, y un arma puede ser tanto visible como invisible.
Algunos, como, por ejemplo, mi padre, me ven preocupado y me dicen que los auténticos signos de riqueza son las despreocupación por la prosperidad de otros y perseverancia constante en las tareas propias y la protección de lo que uno ha obtenido. Pero su guía es válida como la de un barco atado a otro barco flotando en el mar: Inútil.
¿Cómo puedo dañar a un rival tan poderoso?¿Cómo arrebatarle el éxito? Con estas preguntas me duermo cada noche.
Sueño que mi rival me invita a su casa. Veo que la ha pavimentado con un suelo de cristal precioso pero cuando lo piso mi pié se hunde en él, y descubro que el suelo de cristal no es tal sino un estanco que mi rival ha instalado en su mansión. Con los pantalones mojados- quiero salir de la habitación y mi cara choca con una puerta de cristal que no había podido discernir.
Escucho risas.
Yo, yo que he hecho tanto. Yo que soy tanto. Yo que importo tanto, que he visto, hecho y dicho tantas cosas. Yo que sé tanto, y comprendo tan bien el mundo. Yo que mi proyecto vital y aportación al mundo es tan importante ¿me merezco estar viviendo esto?
En mi sueño, yo soy el universo. Yo veo la vibración dividiéndose en partículas de potencias equilibradas y cada protón, electrón y neutrón gira en la palma de mi mano. Porque todas las manos son mías. Yo hago todas las cosas. Yo aglutino los planetas y yo los hago girar en mi estómago. Yo hago que brille la luz del fuego e iluminen las estrellas. Yo lo hago todo ¿y mi rival? Mi rival es el éxito, es el odio, la furia, la avaricia. Mi rival es la separación; la locura. En el mundo de las formas nos encontramos.

Esta entrada está basada en la descripción de los celos y la avaricia de Duryodana, descritos en los diez primeros capítulos del fragamento llamado Dyuta Parva del Mahabharata.
En este cuarto año de Respirar el Mahabharata me estoy basando en el tablero del juego de Lila, que comparto en el apartado Flechas y Serpientes de este mismo blog. En cada entrada me baso en un fragmento del Mahabharata y tres casillas del tablero, hasta cubrir todo el tablero antes de llegar al 12 de Diciembre de 2019, cuando se estrene el cuarto capitulo de esta performance, en la sala del colectivo CRA’P. Este escrito está influenciado por una reflexión sobre las casillas 55, 3 y 2.

El centro de todos los mundos

Hubo un tiempo,
en el que rechazaba mi prójimo
si su fe no era la mía.
Ahora mi corazón es capaz
de adoptar todas las formas:
es un prado para las gacelas,
y un claustro para los monjes cristianos,
templo para los ídolos
y la Kaaba para los peregrinos,
es recipiente para las tablas de la Torá
y los versos del Corán.
Porque mi religión es el amor.
Da igual a dónde vaya la caravana del amor,
su camino es la senda de mi fe.

El corazón de este poeta medieval tiene seis caras. Como un cubo. En la primera cara pastan las gacelas, en la segunda se busca en silencio la vía hacia el cielo, en la tercera se traen ofrendas a las mil caras de la divinidad, hacia la cuarta dirige todo el planeta plegarias, en la quinta se guardan las letras del misterio insondable y en la sexta la revelación de Gabriel. El corazón de Ibn Arabi tiene seis caras, como un dado.
La mano del jugador lanza el dado y el cuerpo del jugador mueve el brazo que lanza el dado. La fuerza vital del jugador mueve su cuerpo y esa fuerza vital vive del alimento y el aire que brotan del mundo. El jugador se sostiene en el mundo y el mundo en el universo. El universo es todo y es el universo quien lanza el dado, mediante el jugador.
Lo que mueve el universo es su corazón.
El corazón es un órgano que recibe y manda vida, en términos materiales. En términos alegóricos corazón significa centro. El corazón del universo, el corazón de una enseñanza, es el centro; la esencia.
Si algo une las seis caras del corazón del poeta es que todas se refieren a lo sagrado; desde de la sagrada naturaleza, jardín de vida, a la sagrada revelación. Lo sagrado es lo que une al universo. En lo sagrado se encuentra la humanidad. En el interior del corazón tenemos todos el mismo acceso a la vida, la misma entrada al universo.
El monarca sentado en un trono con joyas y marfil incrustado tiene un corazón y el ermitaño sentado sobre una roca tiene un corazón.
El monarca ungido con sándalo tiene un corazón y el mendigo cubierto de barro tiene un corazón. Quien viste caras telas de seda tiene un corazón y quien viste harapos tiene un corazón.
El rey reparte comidas con todo tipo de sabor por la generosidad de su corazón y cada uno de los comensales tiene un corazón. Cada uno de los cocineros, con sus pendientes relucientes, tiene un corazón. El guerrero que conquista reyes, dioses y serpientes tiene un corazón. Los derrotados tienen un corazón.
Cuando todas las caras del cubo están conectadas el corazón es uno. La furia los separa. La rabia le fue entregada a la humanidad para la destrucción del mundo. Los que están confundidos creen que la rabia es energía, pero quien está sobrellevado por la rabia difícilmente podrá mostrar su verdadero poder cuando el momento lo requiera.
El ser humano puede encontrar su auténtica energía cuando no está atado a la rabia. La rabia bloquea el perdón y sin el perdón no habrá paz entre la gente. El nacimiento de cada ser depende de la conciliación. Es a causa de que existan personas con capacidad de conciliación que los seres siguen naciendo y continúa la existencia.
La conciliación es la luz del conocimiento. Todos los textos sagrados nacen de una conciliación profunda con la realidad. Quien comprenda esto podrá conciliarse con el funcionamiento del mundo. La conciliación es la expansión universal hacia todas las direcciones. La conciliación es la verdad, la conciliación es el pasado y el futuro. Todo ascetismo es conciliación. La conciliación es pureza. La conciliación sostiene el cosmos. Los que pueden llegar a la conciliación son los que comprenden el mundo y el sentido de los ritos. La conciliación es la verdadera energía. La conciliación es la verdad de los que son sinceros. La conciliación es generosidad. La conciliación es fama. La conciliación es la única vía hacia el corazón. El corazón es la vía hacia el brazo que lanza los dados del destino. La conciliación une a todas las facetas de la vida y convierte cada instante en una puerta abierta hacia el mundo.

***

Esta entrada es una reflexión sobre la discusión que tiene Yudisthira con su esposa Draupadi y su hermano Bhima en el desierto.  El debate gira entorno a la palabra sánscrita Kṣamā, que suele traducirse por perdón o paciencia y, por el contexto y la etimología de la palabra, traduzco como conciliación o perdón. El último párrafo del texto está basado en el discurso del sabio Kashyapa sobre Kṣamā, que Yudisthira cita a sus opositores, en Kairata Parva 27 a 31.

 

 

Tema: Baskerville 2 por Anders Noren.

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