Entre el sueño y la realidad

En una era anterior a la nuestra, cuando nadie podía imaginar el tener que dejar su tierra para sobrevivir, comenzaron a acumularse en el horizonte nubes oscuras cargadas de sangre. Los tiempos estaban cambiando, y quien debía haber sido el emperador mundial se encontraba en el exilio. Él, sus cuatro hermanos, y las esposa de todos ellos, tuvieron que convertir el bosque en su nuevo palacio.

Durmiendo sobre las raíces en el suelo, el emperador del mundo tuvo un sueño. Ciervos se acercaron a él en señal de saludo. Temblaban. Miraban.

Esperaban.

Y el soñador, ese dios entre reyes, preguntó:

-¿Quiénes sois y qué deseáis?

Tenían las voces ahogadas en llanto:

-Somos los ciervos que quedan de este bosque. Por favor, continúa tu viaje y encuentra otro lugar en el que vivir, oh rey. O todos moriremos. 

Tus hermanos son tan valientes, y habilidosos en el uso de las armas, que han reducido a los que somos naturales de este lugar hasta dejar unos pocos de nosotros en vida. Es la hora de dejar de perseguirnos, o la semilla que queda no brotará en nuestro linaje.

Permítenos crecer bajo tu favor.

Permite que el éxtasis de la vida se materialice en nuestro linaje, igual que se materializa en tu linaje humano el recuerdo del origen de todos los seres.

El ave que come grano vuela a la luz del sol e inspira el canto del poeta. Así la vida se funde en la inmortalidad. No destruyas este equilibrio que une a los dioses con las plantas.

Y el rey, de nombre Yudisthira, aunque exiliado y destronado, seguía preocupándose por el bienestar de todas las criaturas.

-Será como decís – contestó, en el sueño, y cuando despertó se reunió con sus hermanos. En la hora en la que el brillo tenue de la aurora desvanece la visceralidad de la noche anunció:

-Los ciervos me han dicho que son pocos los que quedan, y deberíamos mostrarles compasión. Han hablado con sinceridad, y han expresado el lenguaje de los cielos. Con las bocas de los ciervos me ha hablado el corazón del universo.

Deberíamos mostrar compasión a los naturales de la floresta. Ellos forman parte del mismo entramado de luz que todos nosotros. Hemos vivido de ellos casi dos años, ahora la vida ha de fluir. Si ellos desaparecen, lo haremos también nosotros.

Vayamos al bosque Kamyaka, más allá del desierto, cerca del lago Tirabindu, allí hay muchísimos ciervos. –

Así fue como los sueños se volvieron reales, porque cuando los sueños hablan del entramado que todo lo conecta, son reales, como la vigilia. Porque la realidad es una, y lo abarca todo; lo que varía es la intención con la que la navegamos.

Esta entrada consiste en la redacción en castellano del fragmento del Mahābhārata llamado Mŗigasvapnabhaya Parva, mezclado con elementos extraídos del canto IX.83 del Rig Veda, dedicado a Soma, y los comentarios al respeto de Sri Aurobindo. La decisión tiene que ver con la relación del ciervo con el elixir misterioso Soma, y con la manera de narrar, y la actitud, en la que me posiciono en este quinto año de Respirar el Mahābhārata. La siguiente entrada, pensada para el 15 de noviembre, continuará el concepto iniciado en esta, y la entrada que viene después (1 de Diciembre) ya corresponderá al manifiesto del quinto año. Así, si las condiciones lo permiten, se cerrará este quinto año de Respirar el Mahābhārata, un año convulso pero muy significativo en cuanto a posicionamiento interior. El 12 de diciembre se estrenará el quinto espectáculo de Respirar el Mahābhārata, este año pensado para formato presencial y online. Pronto publicaré más información al respeto.

Los hijos de la perra

El Mahabharata termina con el peregrinaje de los cinco hermanos protagonistas y su esposa común por las cuatro direcciones de la tierra. Cuando inician su camino hacia el este el texto dice que los empieza a seguir un perro, un perro que no les pierde la pista cuando deciden circunvalar la tierra por el sur y les sigue los pasos cuando alcanzan por el oeste la antigua ciudad de Krishna, que se encuentran hundida bajo el océano. Cuando deciden cruzar la cordillera del Himalaya por el norte el perro continua tras ellos y a medida que los Pandava mueren entre las nieves perennes de las alturas, el perro sobrevive y continua caminando al lado de los restantes hasta que Indra aparece montado en un carro refulgente ante el último hermano vivo, el mayor, Yudisthira, y le ofrece subir hacia el cielo. Yudisthira haco el gesto de llamar al carro a su fiel acompañante pero Indra le para:

-Los perros no tienen lugar en el cielo.

Entonces Yudisthira, en un gesto que se sigue recordando hasta hoy, renuncia al cielo en nombre de la fidelidad. Se niega a abandonar en el frío a su amigo cuadrúpedo, y este gesto de empatía de Yudisthira se gana un sitio de honor entre los dioses.

Esta historia es una de las más conocidas del Mahabharata pero lo que se recuerda menos es que el Mahabharata comienza también con un perro. Este perro, en cambio, probablemente también de la raza llamada Mastil Tibetano, que parece ser la autóctona de la India, es golpeado cruelmente por el rey Janamejaya cuando se acerca husmeando al terreno del ritual en el que el mismo Janamejaya oirá contar todo el Mahabharata.

A este ritual se acercará más adelante el conductor de carros que contará, a medida que contesta todas las preguntas que le hace el rey y sus acompañantes, lo que conocemos hoy como el Mahabharata. Pero antes de esto, el texto nos cuenta que el perro golpeado volvió a su madre Sarama, y se quejó ante ella de la injusticia que acababa de sufrir.

Ahora, Sarama no es cualquier perra. Sarama es la madre de todos los perros, la Devi perruna si se quiere, la diosa madre de la raza canina. Sarama aparece ya en el Rig Veda, el canto más antiguo de la tradición de la que proviene el Mahabharata, en un himno en el que se canta cómo Sarama visitó a los Panis, los enemigos de los dioses[1]:

-Panis, soy la mensajera de Indra, él me ha mandado. Tenéis muchas vacas y es mi intención alcanzarlas. Las aguas del río rasa no me han podido dañar porque estoy protegida por los dioses; primero tenía miedo de cruzar pero he conseguido llegar a vuestra orilla. Las aguas profundas del río no han podido contradecir los deseos de mi amo.

-¡Oh Sarama! Podrías alcanzar los puntos más lejanos del cielo. Hemos escondido el tesoro en un lugar rodeado de montañas. Has malgastado tu viaje. Sabemos que los dioses te han asustado para que vengas aquí; quédate hermana, eres preciosa, te daremos parte de las vacas. [En algunos versos védicos parece ser que a los Pani se les llama lobos. Una lectura que me parece preciosa es la del diálogo entre Sarama y los Pani como un diálogo entre los lobos del bosque y una perra amaestrada]

-No puedo ser vuestra hermana y no sois hermanos míos. No reconozco estas relaciones. Solamente conozco a Indra y al fuego[2]. Huid Panis, y dejad que las vacas vuelen al cielo. Habéis intentado mantenerlas en secreto pero Soma, Indra y los sabios las han encontrado.

 

Esta es la Sarama a la que acude para gemir el perro golpeado por Janamejaya. Algunos la han relacionado con la luz del amanecer también, y a los Pani con la oscuridad que esconde las nubes, que son las vacas del himno.

Yo, que soy de flipar fácil, pienso también que a la estrella más brillante de la noche, Sirio, se la llama “el perro”. En sánscrito su nombre es Lubdhaka, “el cazador”, o Mrigavayaha “cazador de antílopes”. Porque a los perros en sánscrito se les llama Sarameya –literalmente “el que es de Sarama”- en tanto a descendiente de la famosa Sarama, pero también Mrigadagņśa, “cazador de antílopes”. Esto tiene sentido porque la estrella Sirio va detrás de Orión, la constelación que parece un arquero, como el perro que acompaña al cazador. De hecho la franja del cielo que cubre tanto Orión como Canis Majoris, la constelación a la que pertenece Sirio, en la astrología india se la conoce como la casa lunar de Mrigashira, “cabeza de antílope”, y se dice que los nacidos bajo su influencia se caracterizan por ser buscadores incansables y personas con un deseo muy intenso.

El antílope, el deseo, la búsqueda y la realeza son elementos que aparecen a menudo en el Mahabharata. Los momentos de quiebre en el linaje de los Pandava, las crisis importantes, comienzan siempre con un rey persiguiendo un antílope (Mŗga, también puede significar ciervo) que lo lleva a adentrarse en el bosque, donde se encuentra de cara con su destino (ejemplo 1,2). Lo que no se menciona es que el rey muy probablemente vaya acompañado de un perro, un fiel “cazador de antílopes”. El perro es rechazado del relato como el hijo de Sarameya es expulsado de los terrenos del sacrificio cuando comienza el Mahabharata.

El lugar del perro es ambiguo en las historias sagradas, igual que en nuestro presente. Un animal necesario, compañero y hasta cierto punto espejo del humano, pero al que el imaginario social trata con recelo. En el Mahabharata los que crían perros son los chandala, un sector social problemático que componen los hijos de casta mezclada, brahmán y sudra, sacerdote y sirviente. Un chandala es un cruce entre mundos, una mezcla, algo indefinido de lo que puede salir tanto un conductor de carros (oficio destinado a los Chandala) que acabe contando todo el Mahabharata, un consejero real como Vidura, una de las figuras importantes de la corte de los Pandava, o un criador de perros. Un chandala es un espacio indefinido, como el cruce entre yugas.  El final de cada era es siempre confuso, en el crepúsculo de Treta a Dvapara yuga la tierra sufrió 12 años seguidos de sequía. Era imposible mantener ningún cultivo o ganadería, las poblaciones sufrían el saqueo de barones de la guerra y bandas de maleantes y muchos, desesperados, recurrieron al canibalismo.

En aquellos tiempos Vishvamitra, el famoso Rishi, abandonó su esposa e hijos y vagó en solitario por los caminos desolados. En una ocasión llegó hambriento al lugar donde vivían unos chandalas. Había jarrones rotos, pieles de perro, huesos de cerdos y burros, y ropas de difuntos acumuladas por todas partes. Gallos y asnos clamaban al cielo y habían grupos de chandalas discutiendo y peleando. Vishvamitra escudriñó el lugar buscando algo de comida pero no encontró nada; ni carne ni grano ni fruta. Estaba tan cansado que colapsó y quedó tirado en el suelo cuando de repente vio que en una de las cabañas quedaba carne de un perro que acababa de ser degollado.

Vishvamitra decidió que robar para salvar la propia vida estaba bien y esperó a que se durmieran los chandalas para entrar en la cabaña y robar la carne. Pero el dueño de la cabaña se despertó y gritó:

-¿Quién está robando la carne? ¡Vas a morir!

-Soy Vishvamitra, estoy moribundo y hambriento, he robado un poco de la carne de este muslo de perro. He perdido mi conocimiento de los textos sagrados. Ya no soy capaz de distinguir entre lo que debe y lo que no debe ser comido. Me he convertido en un ladrón. El dios del fuego se lo come todo, me he convertido en lo mismo.

Oyendo quién era el sabio, el chandala saltó de la cama y se postró ante Vishvamitra:

-No hagas nada contra tu naturaleza. Los entendidos han dicho que los perros son peores que los chacales y en lo que concierne a la carne de perro, dicen que la carne del muslo es peor que la de cualquier otra parte. Eres un sabio ilustrado, por favor encuentra otra manera de salvar tu vida.

-No hay otra manera– respondió Vishvamitra– todo vale a la hora de salvar la vida. Después de haber salvado la vida uno puede reunir fuerzas para restaurar su Dharma. El dios del fuego, el espíritu de los textos sagrados, es mi fuerza. Con sus bendiciones voy a saciar mi hambre y salvarme.

-La carne de perro no beneficia al cuerpo– volvió a contestar el chandala- Entre los animales que tienen cinco uñas, como los conejos, hay cinco tipos que son aptos para el consumo de brahmanes. Los perros no están incluidos en la lista, por favor busca otra comida y salva tu Dharma.

-En el estado en el que me encuentro no hay diferencia entre carne de antílope o de perro.

Así continúa la discusión hasta que Vishvamitra dice: –un toro sediento no dejará de beber por el croar de una rana– despreciando al chandala e ignorando su consejo. Vishvamitra se llevó la carne al bosque, ofreció parte a los dioses y cocinó la carne. Después ofreció parte de lo cocinado a los dioses y a los ancestros. El dios Indra quedó tan satisfecho que dejó que cayera la lluvia, por primera vez en 12 años, y Vishvamitra no tuvo que consumir la carne robada.

Cuando los dioses reciben su parte de esta carne prohibida, de un brahmán que actúa como ladrón, aconsejado por un chandala que recuerda la ley mejor que un rishi, el mundo se equilibra. La relación que yo hago entre estas historias es que el perro cazador que no se menciona, el que sigue al rey en el bosque como un acompañante invisible, es reconocido por primera vez por Yudisthira al final del Mahabharata, pero ha estado siempre, desde la primera página, acompañando fielmente al lector.

Aceptar el perro negro que nos acompaña es asumir el mundo, me parece. Cuando Janamejaya patea al pobre perro que se acerca a su ritual, Sarama le maldice diciéndole que «cuando menos te lo esperes te pasará algo malo». En cambio cuando Yudisthira reconoce y acoge al perro que lo acompaña llega más alto que el cielo. La diferencia entre Yudisthira y su nieto Janamamejaya es que Yudisthira es el último representante de Dvapara yuga, la era en la que todavía quedaban quienes sabían qué debemos hacer, Janamejaya representa las primeras generaciones de Kali Yuga, la era de la confusión. La era de la mezcla de razas también, la era de los chandala. Y digo yo, en el Mahabharata siempre se pone en un mismo lugar a los perros y a las mujeres. La mente crítica patea esta comparación y asumimos directamente que el Mahabharata es un texto malévolamente machista. ¿Y si se nos está insinuando otra cosa? Tal vez que cuando el mundo aprenda a reconocer y escuchar a los invisibles, a los que han estado allí a lo largo de la historia de la humanidad, acompañando en silencio, podremos volver a equilibrar el universo, regresar a Satyayuga.

¿Y si se me estoy volviendo a flipar?

Las historias siguen siendo bonitas.

[1] Se trata del himno 10/108/1-11- El texto que ofrezco es un resumen de la traducción al inglés de Bibek Debroy

[2] El original dice Angirasa, uno de los Rishi, asociado al fuego. Traduzco por fuego para mantener la linea de la interpretación del verso como el dialogo entre un perro y lobos.

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