La llave al mundo de la imaginación

El Mahabharata es una gran historia. Un historia tan grande que se puede permitir hablar de nuestros orígenes más profundos, aquellos que nunca pasaron pero siempre son. Los orígenes de nuestros sueños.

El Mahabharata es la historia de una guerra civil, que involucra a toda la humanidad, a los dioses, los titanes (Asura) y a todos los mundos intermedios.

¿Y cuáles son estos mundos intermedios? La tradición moderna de la que somos herederos no incluye relatos de los mundos intermedios. Hablamos del mundo, de lo cuantificable, o de lo transcendente: esa fosforescencia dorada tan elusiva que nos orienta hacia la belleza en el arte, en algunas ocasiones, o hacia un respiro de vigor interior, en otras. Sobre un plano intermedio entre estos dos polos no solemos hablar, y mucho menos de los seres que lo habitan.

Lo que me encuentro, sin embargo, en los encuentros de narración que tengo el placer de conducir, es que la gran mayoría de preguntas que el público hace se refiere precisamente a ese plano. Probablemente por ser más desconocido, y también por la fascinación que produce.

En la entrada pasada escribí sobre el fuego. Sobre el fuego real y el simbólico. De hecho la diferencia entre los dos es difusa pero ya habrá tiempo de hablar de esto en este tercer año; en este post quiero mencionar otro símbolo muy recurrente, igual de hipnótico que el del fuego, y directamente relacionado con la historia central de este tercer año del proyecto, que compartí hace quince días, la historia de la quema del bosque Khandava. El símbolo del que hablo es el de la serpiente.

¿Por qué están relacionadas las serpientes con el bosque Khandava? Porque el bosque en cuestión no era cualquier bosque, sino la capital del reino de las serpientes. El reino de los Naga, en sánscrito. La quema del bosque conllevó también la destrucción de la ciudad de las serpientes y sobre ese terreno calcinado se irguió Indraprastha, una de las capitales del clan de Arjuna, el héroe involucrado en la quema del bosque.

De repente la historia cobra matices mucho más cercanos. Antiguos como la misma humanidad. Igual que el fuego, las historias de conquista y reconquista acompañan a la humanidad desde que es humanidad.

Solo que en este caso el terreno es re-conquistado no a otro clan humano sino a los Naga, unos seres enigmáticos que viven en el mencionado plano intermedio.

«¿Qué son los Naga?» Es una de las preguntas que más me han hecho a la hora de narrar el Mahabharata. Y todavía no sabría responderla con autoridad.

Además, me pregunto, ¿Cómo es un reino de los Naga? Y si en el bosque que quemó Arjuna había una ciudad Naga, ¿por qué no la describe el texto? ¿Era subterránea? ¿Invisible?

No considero este interés una mera coquetería intelectual, más bien intuyo que explorando estos senderos del Mahabharata es como uno puede aprender de las enseñanzas que el texto ofrece sobre las profundidades de la consciencia humana. En este caso, buscando descripciones del reino de los Naga en el Mahabharata, me he encontrado con grandes enseñanzas sobre el arte de la narración, que a la vez son enseñanzas sobre el funcionamiento de la imaginación humana.

La novia Naga de Arjuna

Sí, en uno de sus viajes Arjuna tiene una romance con una hija de la raza de los Naga, con quien tiene además un hijo que le ayudará en la batalla final[1]. Pero ahora no quiero detenerme en esta relación sino en el momento en el que se describe el reino de ella.

Arjuna está haciendo abluciones en las aguas del Ganges, al norte, cuando de repente «sus brazos poderosos son arrastrados por Ulupi, la hija del rey de los Naga -quien podía viajar donde quería- al fondo de las aguas. Allí Arjuna se encuentra un fuego perfectamente construido, al que ofrece reverencias de manera que el fuego se siente satisfecho[2]».

Esto es todo. Pero es más que suficiente. ¡Qué paleta de colores se abre con esa simple descripción! No hace falta mucho más. ¿Quién no ha visto el fuego en medio de las aguas, y las sombras que lo rodean, al leer esta frase? La imaginación humana no necesita demasiado para ponerse en funcionamiento, y los Naga precisamente viven en el plano de la imaginación. Es como si el Mahabharata mostrara el mínimo necesario para activar la imaginación; la llave, al desnudo, del mundo de la fantasía.

En otra ocasión, en los meros inicios del Mahabharata, se habla de un practicante espiritual que quiere llevar a su maestro unos pendientes dorados que codicia Takshaka, el mismísimo rey de los Naga. El practicante sabe que tiene que ir con cuidado y está atento, pero en el camino ve un mendicante acercándose hacia él. El mendicante se vuelve a veces invisible y después vuelve a aparecer. El practicante siente la necesidad de ayudarlo y deja los pendientes en el suelo para traer algo de agua. En ese momento el mendicante se convierte en Takshaka, el rey de los Naga, quien agarra los pendientes y desaparece en un gran agujero en el suelo, entrando en el mundo de los Naga.

El practicante lo sigue, y cuando lo reciben las serpientes los adora diciendo «Oh serpientes, que adornáis las batallas, llovéis como nubes llevadas por el viento y cargadas de relámpagos. Bellos y con muchas formas, cubiertos de pendientes multicolores, brilláis como el sol en el cielo», y de esta manera sigue alabando el linaje de los Naga pero se da cuenta de que nadie le va a devolver los pendientes. Entonces ve dos mujeres tejiendo una tela en un telar. Hay hilos blancos y negros en el telar. También ve una rueda siendo girada por seis chicos y un hombre guapo. Así que el estudiante los saluda usando un mantra que conocía: «Seis chicos giran una rueda con 360 ejes, moviéndose perpetuamente en un ciclo de 24 divisiones. Dos mujeres jóvenes, representando al universo, tejen continuamente con hilos negros y blancos, creando mundos y seres del pasado y el presente. ¡Oh señor del relámpago! Oh, protector de los mundos; oh gran alma vestida de negro, que llevas la verdad y la no verdad al mundo, ese que en los tiempos ancianos consiguió su montura sobre el caballo, que era otra forma del dios del fuego, en las profundidades de las aguas. Siempre te saludo, señor del universo. ¡Oh señor de los tres mundos![3]».

«Estoy satisfecho con tus saludos» responde el hombre apuesto. «Pídeme lo que quieras».

«Quiero dominar a los Naga» responde el estudiante espiritual.

A lo cual el hombre atractivo le dice «Sopla por el ano de este caballo», y cuando el estudiante sopla, por todos los orificios del caballo sale un fuego intenso que quema a los Naga y los hace salir de la cueva. El estudiante reconoce los pendientes en el suelo y así los recupera.

Enigmático.

Suerte que más adelante el Mahabharata documenta el momento en el que el estudiante puede hacerle llegar los pendientes a su maestro, y le pregunta por las cosas que vio en el mundo de los Naga:

«Las dos mujeres son Dhata y Vidhata, hijas del sacrificador original. Los hilos negros y blancos representan la noche y el día. La rueda con doce ejes es el año con sus doce meses, los seis niños son las seis estaciones. El hombre apuesto es el dios de la lluvia, el caballo es el fuego»

Y todo esto estaba en la cueva de los Nāga. Así que volvemos al principio:

¿Dónde viven los Naga?

[1] Sobre este elemento recomiendo tener en cuenta la entrada que escribí sobre la descendencia entre humanos y seres del plano intermedio, hace algo más de un mes.

[2] Khandava Daha Parva 1

[3] Poushya Parva 1

Fantasía y búsqueda de verdad

Claude Lecouteux es un historiador medievalista que en su estudio sobre “el doble” en la tradición germánica (que cito al final del escrito) presenta de manera sobria y plausible la teoría de que la antigua tradición europea concebía al humano como un ser “triple” -por decirlo de alguna manera-, compuesto de:

1) Una dimensión sutil/espiritual, conectada con el fin último de su destino.

2) Una dimensión “mediana”, que habita el plano de los sueños.

3) Un cuerpo físico, impregnado de un aliento vital.

El estudio de Lecouteux propone la hipótesis de que el proceso de cristianización de Europa impuso en el continente la visión de un alma única para cada individuo pero en fuentes literarias seculares medievales se pueden reconocer trazos de la antigua visión pre-cristiana. El estudio es exhaustivo y la exposición del material muy ordenada. Por la extensión de este escrito es inevitable simplificar, pero para expresar la conclusión a la que quiero llegar es suficiente decir que la creencia en el cuerpo “medio”, el que viaja por los planos que transitan también los sueños, quedaría representada en los relatos de “vuelos mágicos” brujeriles, en los que el participante en el aquelarre quedaba dormido, o en trance epiléptico, y era su otro yo sutil el que volaba hacia la planicie secreta en la que se reunía con el resto de participantes.

El cuerpo sutil, o espiritual, quedaría representado por la figura del hada. El patrón que en la literatura medieval europea se repite para narrar nuestra relación con el cuerpo sutil es el del relato del rey que se adentra a solas en el bosque, persiguiendo un animal, hasta llegar a un río, manantial o lago. El animal perseguido desaparece y en su lugar aparece una doncella misteriosa.

El encuentro con la doncella cerca del agua es siempre enigmático y lleva a una comprensión mayor de la misión vital del rey, o un compromiso mayor con ella, o la revelación de una misión de vida más importante. En algunos casos incluso se llega a una unión amorosa y descendencia, que queda al otro lado del agua y no vuelve con el rey al mundo físico. Este tipo de descendencia “de otros mundos” lo relaciona el autor con prácticas chamánicas siberianas en las que los chamanes reconocen sus espíritus acompañantes del mundo invisible y mantienen relaciones sexuales con ellos, que llevan al nacimiento de hijos espirituales que ayudan al chamán en sus trabajos, desde el plano invisible.

En este tipo de tradición Lecouteux reconoce un posible fondo común Indo-Europeo y la posibilidad de reconocer esta visión triple en un ámbito cultural mucho más amplio que el de su campo de estudio, que es la cultura escandinava y germánica pre-cristiana. Y efectivamente, llama la atención que los relatos tradicionales de la India podemos reconocer la misma estructura:

En el Mahabharata, por ejemplo, tenemos el caso de Bhima -uno de sus héroes principales-, quien tiene una historia de amor con una rakshasa, un ser que vuela por los aires, sus poderes mágicos son más poderosos de noche y puede tomar la forma que quiere.

Bhima y su familia llegan a un acuerdo: de día vivirá con ellos, y con su esposa humana, pero de noche se lo llevará su amante rakshasa  volando, a vivir su amor supra-terrenal. Bhima y su amada tienen incluso un hijo, al estilo de los mencionados chamanes siberianos, que vive en el mundo de su madre pero aparecerá en la batalla final del Mahabharata para salvarle la vida a su padre humano, con sus poderes mágicos.

Tanto en el Mahabharata como en el resto de la tradición India, es muy común la estructura narrativa de un rey que persigue un ciervo, o gacela, en el bosque hasta quedar solo y perdido, antes de encontrarse, de repente, con una apsara (una ninfa acuática, que baja del mundo de los dioses). De hecho una de las enseñanzas más importantes del Mahabharata es transmitida de esta manera, en el famoso encuentro entre la apsara Shakuntala y el rey Dushyanta.

En el Ramayana, relato central en la tradición India, equiparable al Mahabharata en importancia, es la princesa Sita la que se deja seducir por un ciervo dorado que la lleva hacia las garras de un rakshasa, en este caso enemigo, que la secuestra en una isla dorada, a la que accede volando.

En este caso el principe Rama, esposo de Sita, asaltará la isla dorada con la ayuda de un ejército de monos y osos. Y aquí vuelvo al citado estudio de Lacouteux para mencionar que según numerosas tradiciones chamánicas el acceso a los planos “medios”, u oníricos, en los que se mueven los seres sutiles como podrían ser los rakshasa, se hace mediante el cuerpo medio, que se desplaza mediante un doble animal. Un gato, o una lechuza, que se acerca a la cama de un familiar podría estar movido por el cuerpo medio de algún brujo, según la superstición europea, y los escandinavos medievales reconocían en lobos y osos hostiles la acción del cuerpo medio de un enemigo humano. ¿Podríamos pensar que Rama asalta la dimensión de los rakshasa invocando dobles animales, o animales de poder?

Hay muchas maneras de leer una narración simbólica y lo que en este escrito quiero proponer son dos cosas:

La primera tiene que ver de nuevo con un punto del estudio de Lecouteux sobre el doble que me ha llamado especialmente la atención: Leyendo de los decretos de los juicios por brujería que se hacían a aquellos que supuestamente utilizan su cuerpo medio para hacer trabajo mágicos se reconoce un cambio de actitud crucial, entre fines del siglo XIV y a lo largo del siglo XV.

Durante el medioevo la acusación a los viajeros expertos en el plano medio era la de brujería. Los que usaban su doble animal para transitar planos sutiles se consideraban servidores del diablo, sin embargo a lo largo del siglo XV el amanecer de una nueva era trae un matiz nuevo a la acusación. Los expertos, chamanes o brujos, que usaban su cuerpo medio para resolver problemas de quienes los contrataban, se vuelven ahora mentirosos. Los tribunales de la inquisición declaran que los supuestos brujos se quedan dormidos, o en estado epiléptico, cuando dicen que vuelan, y el supuesto viaje por un mundo medio es una fantasía, inducida también por el diablo e igual de penalizable, pero un viaje in spiritu y no vere et corporalites. Con el advenimiento de la modernidad, los cuerpos sutiles de los humanos se tornan falsos, y progresivamente inexistentes. Aquí es donde hemos llegado: todas estas historias hablan de cosas fantásticas para nosotros, y lo fantástico equivale a falso. Y lo falso es inexistente.

Consideramos falsas estas creencias porque no tienen una correspondencia clara con un objeto material, pero hay muchas más cosas que no son materiales y aun así sí creemos en ellas. Por ejemplo la idea de nación, cuando una nación es también algo intangible que se vuelve real meramente cuando se proyecta en un acuerdo político, en un plan de acción común.

Con la acusación de falsedad, se cierra la puerta al mundo medio, al de las exploraciones con el cuerpo medio. Y con él, se cierra la puerta también al cuerpo espiritual; al contacto con el hada que representa nuestra misión y la conexión con nuestro destino.

Existe un género narrativo contemporáneo comparable a los relatos de encuentros con el hada/apsara o cuerpo espiritual tradicional, que sufre de la misma acusación de falsedad pero con un cierto beneficio de la duda que le otorga el ser contemporáneo. Hablo de los relatos de abducción extraterrestre.

En su caso, los relatos de abducciones, también, hablan de personas que se quedan a solas en alguna carretera apartada, a menudo siguiendo una luz, un sonido o una corazonada inexplicable, cuando de repente se encuentran en un mundo diferente, en el que entran en contacto con seres esbeltos, benignos o temibles, que los llevan de viaje a lugares lejanos y fantásticos. En algunos casos tiene lugar un contacto sexual, y reproducción, con el resultado de una descendencia que no vive en este mundo. La experiencia conlleva siempre un cambio de vida y una seguridad, o comprensión, de la propia misión en el mundo.

¿Qué vuelve los relatos de abducción reales o falsos? El abducido vive su experiencia solo, igual que los reyes que se encuentran con el apsara que los espera. La vivencia de uno, en su interior, en su soledad, es propia e intransferible. La vivencia se vuelve real cuando se traduce en un nuevo plan de acción.

En este punto de la historia del conocimiento humano estamos bastante de acuerdo en que todo lo que existe es energía. La materia es energía ordenada, masa energética, y los pensamientos son energía ordenada de otra manera que la materia, pero energía también. Y con esto llego al segundo punto que quiero proponer:

La vivencia interior es la percepción de una energía, que se puede interpretar y comunicar en palabras y/o acciones.

Las formas y colores de la fantasía son energía también, más maleable y volátil que la materia, pero energía. Por tanto reales también, aunque se rijan por otras leyes que las de la materia.

Las formas de la fantasía pueden secuestrar nuestra atención y alejarnos de la materia, pero a veces pueden relacionarnos también con la fuente de nuestra energía, con la razón por la que vivimos. Cuando percibimos esto, no es necesario que lo neguemos, ni es necesario que reneguemos de la forma en la que nos ha llegado esta comprensión.

Al reprimir los planos sutiles la modernidad reprime también el encuentro interior con la misión vital.

La prudencia es comprensible; es cierto que creerse literalmente cada expresión de nuestra fantasía lleva a la confusión. Pero existe también un punto medio.

El encuentro con la misión vital es energético, y una relación prudente con las formas volátiles de la energía de la fantasía es tener en cuenta que mi narración, mi interpretación de mi misión vital, mi narración de la conexión con el origen, no es la única válida. No tengo la razón. No tengo que convencer a nadie de que las apsara, los extraterrestres o el doble animal existen, pero puedo creer en ellos.

Creer nunca es un problema, el problema es querer tener razón e imponer mi creencia como la única correcta.

La fe es energía. Una energía que ha de ser libre de formas para poder circular. Pero paradójicamente el sendero hacia la fuente energética que nos alimenta pasa por el mundo sutil de la fantasía.

Escalar las formas sutiles de la fantasía sin apegarse a ellas es el arte de la narración espiritual. El arte de la misticología, o la ciencia ficción espiritual que es el Mahabharata.

 

Lecturas:

Acevedo, Juan y Berlanda, Néstor – Los extraños. Abducciones Extraterrestres en la Argentina. Empecé, Buenos Aires, 2000.

Cattedra, Olivia – Naimisa: Visión y Vida. Suárez, Mar del Plata, 2017.

Lecouteux, Claude – Hadas, brujas y hombres lobo en la Edad Media. Historia del Doble. Olañeta, Barcelona, 2005.

 

Tema: Baskerville 2 por Anders Noren.

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