¿Para qué sirve el arte?

Los Daityas fueron los descendientes de Diti: la diosa de los límites. Antes del gran olvido tenían sus lugares, sus planetas, con palacios voladores que usaban para visitar la tierra, donde tenían bases, o reinos, en los que aterrizar.  En la tierra les esperaban cultivos, súbitos y emisarios; pero todo eso fue antes del olvido.

Los Daityas tuvieron un rey, de nombre Bana, quien tenía una hija que se llamaba Usha, como el amanecer. En la tierra vivía en un palacio que tenía las paredes cubiertas de decoraciones entrecruzadas como laberintos naturales. Había cientos de lámparas doradas, colgadas de todos los techos, y los jardines estaban llenos de balsas y piscinas decorativas en las que jugaban las aves y las flores. Y una noche, cuando la princesa amanecer dormía en su lecho de madera tallada, soñó que la visitaba, en aquél mismo dormitorio, un joven con una cara aniñada, inocente y bondados.

-Recuerda – le decía el joven. -Recuerda cuando te llamabas Tillotama. Eras una bailarina celeste. Tu cuerpo era libre como el agua en el río, y estabas enamorada de uno de los rayos del sol. Hacíais el amor en el bosque, y disfrutabais con tanta intensidad que vuestros gemidos esparcían las nubes.

No os disteis cuenta de que allí cerca meditaba el asceta Durvasa. Llevaba tanto tiempo sin moverse que había quedado cubierto por un hormiguero.

Tus gemidos interrumpieron su concentración, y el sabio se enfureció tanto que te maldijo. Él te condenó a nacer como Daitya: como heredera del linaje rebelde, ególatra y ambicioso de los hijos de Diti, la diosa de los límites. Pero antes de ser una Ápsara (bailarina celeste) estabas en todas partes, fuiste potencialidad pura (Shakti), y brillo (tejas); esplendorosa, no había nada que pudiera frenar tu expansión. Y yo era tu brillo y tu poder. Despierta de este sueño que te hace creer lejana de mí. Despierta de tu olvido-

Y con esas últimas palabras el sueño se desvaneció. La princesa Usha despertó en su dormitorio perfumado con jasmín, pero no podía olvidar aquella cara aniñada que le había hablado en el sueño.

Se pasó los días siguientes pintando un retrato de aquella cara, y no descansó hasta que consiguió representar la misma mirada bondadosa. Los artesanos de la corte hicieron copias, que se llevaron mensajeros y espías, vestidos de mendigos, monjes, guerreros, comerciantes y cónsules, por todos los reinos de la tierra. Y encontraron a quien buscaban. El chico del sueño, el joven con la cara aniñada y dulce, era el nieto de Krishna, de nombre Aniruddha, “el que no se puede constreñir”.

La princesa amanecer (Usha) y el príncipe ingobernable (Aniruddha) se casaron y tuvieron como hijo a Vajra. Fue él, Vajra, quien siguió recordando a su bisabuelo cuando cayó el olvido sobre la humanidad y llegó esta era de la confusión en la que estamos viviendo. Vajra siguió recordando a sus ancestros, y mostró a quien quisiera ver los bosques en los que había crecido Krishna, los mares en los que se había hundido Dvaraka, junto al desaparecido clan de los Vrishni, el río que cruzó el padre de Krishna para salvar a su hijo, y todos los lugares que fueren relevantes para ese avatar.

¿Deberíamos creer, entonces, según esta historia, que la energía creativa (shakti), unida al esplendor (tejas) de la creación, emana arquetipos divinos (avatares); algunos de los cuales, como Krishna, o su nieto Aniruddha, nacieron en la tierra en tiempos pasados, anteriores al recuerdo de las piedras?

Dicen que Gautama Budha dijo que el apego a las doctrinas sobre el yo es uno de los obstáculos de la liberación. Convencerse de que hay una manera de explicar la aparición del yo, del mundo, y de la realidad, es como una cárcel mental. La explicación que nos hacemos del mundo nos puede terminar atrapando. No nos confiemos demasiado y recordemos que si esta historia nos parece imposible es solo porque no encaja con nuestra manera de explicarnos el mundo, pero si nos convence esta historia, vale la pena recordar, también, que si lo hace es solo porque encaja con nuestra manera de explicarnos el mundo. No deberíamos dormirnos sobre nuestra visión personal de las cosas. Pero, ¿por qué deberíamos hacer caso de algo que pudo haber dicho, alguna vez, un supuesto maestro espiritual cuya existencia histórica no podemos demostrar?

Deber, lo que se dice deber, no debemos. Nadie nos obliga. Ni a pensar en lo que dijo Budha,  ni a tomarnos en serio esta historia que acabo de contar. Pero hay un sentido interior, que reconoce una verdad cuando la oye, o cuando la ve, o cuando la piensa. Hay un sentido interior que reconoce el camino en la oscuridad. Este sentido interior está más allá de cada inspiración, y de cada expiración. Se llama Antarayama, en sánscrito, y es una encarnación de Krishna. Las buenas historias nos lo recuerdan, más allá de los detalles y las imágenes que evocan. Más allá de las palabras, y más allá de la inspiración.

Los textos que se han usado para esta narración son Ahirbudhnya samhita, Lakshmi tantra samhita, sermón 22 de Majhima nikaya (Sermones medios del buda) y Srimad bhagavata purana, canto X. Se considera que la visión esotérica de la cadena de relaciones que lleva desde la creación del mundo hasta la experiencia de alma personal, que desarrollan el Ahirbudhnya Samhita, y Lakshmi Tantra samhita, y en cierta medida partes del Srimad Bhagavata Purana, están relacionados con el discurso llamado Narayaniya, que Bhishma desarrolla en el canto 66 del Bhishma Parva, en el Mahābhārata. Quien quiera investigar más puede examinar tanto estas fuentes como su propio corazón.

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