Existe un largo período de la humanidad prehistórica al que llamamos la Edad de Piedra. Sin embargo para la joven humanidad aquella fue más bien la Edad de las Estrellas, la edad de la magia del cielo estrellado, la era del conocimiento de la manera de llegar a ser estrella.

El interior de muchos sarcófagos en el antiguo Egipto todavía estaba totalmente cubierto de estrellas; la leyenda de Hércules lo llevó a convertirse también en constelación, y algunas reminiscencias de esto podemos ver en el Mahabharata también, cuando Bhīșma, uno de sus personajes principales, elige morir durante el solsticio de verano, para iniciar el camino hacia el norte, el sendero de las estrellas.

Las estrellas esparcidas sobre la bóveda nocturna son un arquetipo del ser humano y sus peregrinaciones de vida en vida.

El arquetipo de todas las cualidades luminosas de la humanidad separadas y unidas a la vez, como en una gran colmena. Esas partes de nosotros seccionada en fragmentos, que quiere verse reunida de nuevo.

El Mahabharata es la historia de una guerra. La guerra de cinco hermanos: El sostén,

la energía,

la realeza

y la salud,

contra sus 100 primos:

las cualidades que no nos gustan ver en la humanidad.

Pero es una guerra que los Pandava, los cinco hermanos protagonistas, no desean.

Los 100 Kaurava, los 100 hijos de un rey ciego y una reina que no quiere ver, son el enjambre de las cualidades que no queremos aceptar en nosotros.  El enjambre que Bhīșma (el abuelo, tanto de los Pandava como de los Kaurava) no consigue reunir.

A las luces que decoran el cielo las vemos como nuestra voluntad de abrazar todo y ser todo; su profundidad nos mantiene en resonancia con la plenitud. Los esfuerzos de Bhīșma para evitar la guerra simbolizan la energía de la voluntad, que nos lleva de nuevo, con cada latido, la comprensión de que la verdadera vida no tiene fin y va de nacimiento en nacimiento.

El corazón de todos los corazones, el contenedor místico de la plenitud de la vida, se hunde en la colmena celeste; la colmena que nos enfrenta a una aparente paradoja, que exige ser resuelta sobre Kurukśetra, sobre el campo del Mahabharata; sobre la tierra.

Los 100 Kaurava se pueden tomar como un símbolo de nuestro cuerpo físico, con sus millones de células yendo y viniendo, renaciendo tantas veces y laboriosamente recolectando miel. ¿Para quién?

Para nosotros, su dios.

Eso nos lleva, también, a experimentar la multitud divina, exuberante en el pulsar de la vida, en un solo corazón, que es el cielo.

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En el corazón del cielo todos los seres son uno.

El corazón del cielo se va volviendo una vivencia más y más amplia a medida que intimamos la unión con nuestro auténtico ser. Primero unimos la vida que vivimos al más allá, después a nuestras vidas pasadas y futuras, hasta unirla finalmente a las vidas de todos los seres vivos. Esta es la comprensión que nos fue ofrecida en la pre-historia, en esa fase temprana de nuestro sendero hacia la eternización. Y puede que la eternidad no consista solamente en esto, pero esta comprensión nos lleva a la dulzura de la eternidad, y la podemos saborear aquí y ahora.

 

P.D: El texto de arriba es una adaptación de un fragmento del estudio de Medhananda sobre el juego egipcio de Senet, que servirá de base para el inminente estreno del segundo espectáculo de Respirar el Mahabharata, el próximo 12 de Diciembre, en Buenos Aires, Argentina.